Capítulo 38

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Los ojos de Ossian me observaban con una molestia casi palpable en el aire. Se encontraba sentado frente a mí, en una silla de metal por cuarta vez en las últimas horas. La incomodidad que emanaba de su presencia era innegable. Sus manos reposaban sobre sus rodillas, teñidas de un rojo oscuro que contrastaba con la palidez de su piel. La sangre en su rostro y ropa todavía estaba húmeda, dejando un rastro de frescura que me indicaba que había regresado de otro de sus violentos encuentros.

Cada vez que me encontraba con él, me percataba de un nuevo rastro de sangre que adornaba su figura, haciendo evidente que su ira y brutalidad no tenían límite. Las gotas carmesí goteaban desde su mandíbula hasta el suelo de cemento, creando un charco inquietante a sus pies. Mis ojos seguían las manchas con una mezcla de repulsión y fascinación, preguntándome cuántas vidas había arrebatado para estar tan empapado en sangre.

—No te cansas de desafiarme, ¿verdad? — dijo finalmente, rompiendo el silencio con su voz cargada de irritación.

No respondí, manteniendo mi mirada fija en un punto más allá de su hombro. Su frustración era evidente en la rigidez de sus movimientos y la tensión en su mandíbula. Se inclinó hacia adelante, acercándose más a mí, su sombra alargándose y cubriéndome casi por completo.

El olor metálico de la sangre invadía mis sentidos, mezclándose con el aire viciado de la habitación. A pesar de su proximidad, me forcé a mantener mi expresión neutra, negándome a darle la satisfacción de una respuesta. Sabía que cualquier muestra de debilidad sólo lo incitaría a continuar con su juego cruel.

Sus ojos, azules y fríos como el hielo, buscaban algún signo de reacción en mi rostro. Pero yo permanecía impasible, negándome a ceder ante su intimidación. La tensión entre nosotros era palpable, una batalla silenciosa de voluntades que se desarrollaba en ese pequeño espacio, donde cada respiración se sentía pesada y cargada de significado.

Después de unos minutos de silencio, en los que nos observamos fijamente sin apartar la mirada el uno del otro, Ossian se incorporó bruscamente de la silla. El estrépito de la silla al caer resonó en la habitación, amplificando la violencia contenida en su movimiento. Sin previo aviso, tomó mi mentón con firmeza, forzando mi cabeza hacia atrás. La presión de sus dedos era casi dolorosa, pero mantuve mi mirada fija en la suya, desafiándolo con mi silencio.

—¿Por qué te empeñas en desafiarme, Presa? — susurró, su voz baja y peligrosa, impregnada de una rabia contenida que apenas podía controlar.

Sus ojos, tan cerca de los míos, parecían dos abismos helados, carentes de compasión. Sentí su aliento, cálido y contradictorio en contraste con la frialdad de su mirada. Mi piel se erizó, pero no aparté la vista. No podía permitirme mostrar debilidad, no ahora.

—Vamos, di algo — insistió, apretando aún más su agarre. La fuerza en su mano temblaba ligeramente, revelando su frustración por mi falta de respuesta.

Me mantuve en silencio, mi respiración lenta y controlada a pesar del malestar que sentía. Mi mandíbula comenzó a doler por la presión de mis dientes, pero no iba a ceder. No podía darle el poder de mi reacción.

—¿Crees que esto es un juego? — prosiguió, su tono aumentando en intensidad —. ¡Responde!

Finalmente, con una exhalación cargada de exasperación, Ossian soltó mi mentón con brusquedad. Mi cabeza cayó hacia adelante ligeramente, y él retrocedió un paso, pasando una mano por su cabello en un gesto de frustración. La sangre, aún húmeda, dejó manchas rojas entre sus dedos y mechones rubios.

—Llevas tres días sin beber ni comer nada, Presa — murmuró con voz tensa, su mirada fija en la mía. Lentamente, agarró la cuchara que se encontraba dentro del plato, lleno de lo que parecía ser puré de patata o algún alimento similar.

Mi PresaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora