Capítulo 46

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Escuché los gemidos ahogados de Ossian con cada puñetazo que daba, llenando aquel frío almacén con el sonido sordo de sus golpes y su respiración pesada. Cada impacto resonaba en las paredes desnudas del lugar, amplificando la brutalidad de la escena.

Me encontraba sentada a unos dos metros de distancia, observando con seriedad cómo utilizaba el cuerpo inerte de un hombre desconocido como saco de boxeo. No lo conocíamos, pero el simple hecho de desafiar a Ossian y, encima, intentar propasarse conmigo, no fue una gran combinación. En su defensa, estaba bastante borracho cuando ocurrió. Ahora, su rostro estaba desfigurado, cubierto de su propia sangre, y hacía más de diez minutos que sus pulsaciones vitales habían desaparecido.

La iluminación tenue del almacén creaba sombras profundas en el rostro de Ossian, acentuando su expresión de fría determinación. Sus puños se movían con una precisión casi mecánica, golpeando el cuerpo del hombre con una ferocidad controlada. Cada golpe parecía llevar una carga emocional, una mezcla de ira y satisfacción que se reflejaba en sus ojos.

El suelo estaba salpicado de sangre, y el cuerpo colgaba de las cadenas con una rigidez que dejaba claro su estado. Ossian no mostraba signos de detenerse, su respiración se mantenía constante, marcada por una especie de ritmo que parecía casi hipnótico.

Observé cómo sus nudillos, ensangrentados y amoratados, seguían lanzando golpes con una fuerza que no disminuía. El sudor resbalaba por su frente, mezclándose con pequeñas gotas de sangre que habían salpicado su rostro. Su camisa estaba empapada, pegándose a su cuerpo y revelando la musculatura trabajada que sostenía cada golpe con firmeza.

El olor a sangre y sudor llenaba el aire, creando una atmósfera densa y opresiva. Cada vez que Ossian lanzaba un nuevo golpe, sentía una mezcla de miedo y fascinación. Sabía que estaba viendo a un hombre en su elemento, una manifestación pura de la violencia contenida que habitaba en él.

Finalmente, Ossian se detuvo, dando un paso atrás y observando su obra con una respiración pesada. Sus ojos, llenos de una intensidad que pocas veces había visto, se dirigieron hacia mí. Me levanté lentamente, caminando hacia él con cautela.

—¿Te sientes mejor? — pregunté, mi voz apenas un susurro en la quietud del almacén.

—Me siento... menos enfadado — respondió, su tono frío pero controlado. Había una frialdad en su voz que cortaba el aire, un recordatorio constante de la brutalidad que acababa de desatar.

Ossian soltó un resoplido, limpiando la sangre de sus nudillos con un trapo sucio que estaba tirado cerca. Cada movimiento suyo era meticuloso, casi ritualista, como si estuviera purgándose de la rabia que lo había consumido momentos antes. Sus manos, temblorosas y ensangrentadas, parecían por fin encontrar algo de calma.

Me acerqué un poco más, con pasos lentos y calculados, observando el cuerpo inerte con una mezcla de repulsión y resignación. La figura del hombre colgaba sin vida, su rostro desfigurado por los repetidos impactos. La piel, cubierta de hematomas y laceraciones, apenas era reconocible. Su boca entreabierta y los ojos vacíos de vida me recordaban la fina línea que separa la existencia de la muerte.

—A veces me pregunto si hay algo de humanidad en ti — murmuré, sin apartar la mirada del cadáver.

Ossian se quedó en silencio por un momento, contemplando mis palabras. Finalmente, se volvió hacia mí, sus ojos fríos y calculadores.

—La humanidad es una debilidad, Presa. Me enseñaste eso cuando me creaste. Si quieres sobrevivir en este mundo, tienes que dejar atrás cualquier rastro de compasión.

—No creo haberte creado sin un ápice de compasión — repliqué, mi voz más firme de lo que me sentía en realidad —. Con tu madre tenías esos momentos de humanidad. Solo necesitas razones para actuar como se debe.

Mi PresaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora