Capítulo 47

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El trayecto de regreso al almacén para limpiar toda la escena del crimen fue en completo silencio. El motor del coche era el único sonido que rompía la quietud, susurrando su ronroneo monótono en la noche. La tensión en el aire era palpable, cada uno de nosotros sumido en nuestros propios pensamientos, reflexionando sobre lo que acababa de suceder y lo que aún nos quedaba por hacer.

Al llegar al almacén, el ambiente se sentía aún más opresivo. Las sombras se extendían por todos los rincones, como si el lugar mismo estuviera impregnado de la violencia que había albergado. Sin decir una palabra, ambos nos pusimos manos a la obra, moviéndonos con una sincronización casi instintiva. Cada uno comenzó a limpiar desde un extremo, una división tácita que reflejaba tanto nuestra eficiencia como nuestra necesidad de mantener una distancia emocional.

Me concentré en un rincón, donde la sangre había formado charcos oscuros y pegajosos. El olor metálico se mezclaba con el de los productos de limpieza, creando una mezcla nauseabunda que amenazaba con hacerme vomitar. Mis manos, ya manchadas de sangre, se movían con movimientos rápidos y mecánicos, frotando y restregando para borrar cualquier rastro del hombre que había perdido su vida aquí. La sangre se resistía a desaparecer, impregnando cada grieta del suelo de cemento, recordándome constantemente la brutalidad de lo sucedido.

Ossian, en el otro extremo del almacén, trabajaba con una eficiencia fría y calculada. Su rostro, aunque manchado de sangre, mostraba una expresión impasible. Movía los brazos con firmeza, limpiando cada superficie con una precisión meticulosa. De vez en cuando, lo observaba por el rabillo del ojo, notando cómo su mandíbula se tensaba y sus músculos se movían bajo la piel. A pesar de su aparente calma, podía percibir la ira latente, la energía contenida que casi vibraba en el aire.

A medida que avanzábamos, el silencio se hacía más pesado. El sonido de nuestras respiraciones y el roce de los trapos contra el suelo eran los únicos ruidos que rompían la quietud. La sangre se mezclaba con la lejía y el amoniaco, creando un líquido rojizo que se acumulaba en el suelo antes de ser absorbido por los trapos empapados. Cada movimiento parecía un intento desesperado de borrar no solo la evidencia física, sino también las huellas psicológicas del acto cometido.

Finalmente, después de lo que parecieron horas, nos encontramos en el centro del almacén, nuestros caminos convergiendo. La escena del crimen estaba limpia, pero el peso de lo sucedido aún colgaba sobre mis hombros, una sombra que no se podía limpiar tan fácilmente. Nuestras miradas se encontraron por un momento, una comprensión tácita pasando entre nosotros. Estábamos manchados no solo por la sangre en nuestras manos, sino también por la realidad de lo que habíamos hecho.

—Listo — dije finalmente, rompiendo el silencio. Mi voz sonó áspera y cansada, reflejando el agotamiento que sentía tanto física como emocionalmente.

Ossian asintió, su expresión volviéndose un poco más suave, aunque la frialdad en sus ojos seguía presente. Dejó caer el trapo al suelo, sus dedos manchados de sangre.

—Vamos a quemar los trapos, la ropa y asegurarnos de que no quede ninguna evidencia. Nos desharemos del coche; también lo quemaremos a las afueras de la ciudad y robaremos otro — dijo con firmeza, su voz baja y controlada, cada palabra impregnada de una determinación inquebrantable.

Asentí, sabiendo que aún no habíamos terminado del todo. La limpieza física era solo el primer paso.

Con movimientos calculados, comenzamos a reunir todos los trapos ensangrentados, los productos de limpieza y nuestras propias prendas manchadas de sangre. El olor metálico de la sangre mezclado con el detergente impregnaba el aire, creando una atmósfera asfixiante. Observé a Ossian mientras trabajaba, notando la precisión meticulosa con la que recogía cada trapo, cada pedazo de tela que pudiera delatarnos. Sus manos, aunque manchadas, se movían con una frialdad eficiente, como si este tipo de trabajo fuera algo rutinario para él.

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