Capítulo 30

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Ya llevamos seis horas, cuatro tiendas y nada, no se decide por ningún vestido. Tengo solo un grado más de paciencia cuando se trata de Aurora, pero igual es casi nula.

—Estaba en la tienda anterior —Jolie salió del probador casi empujando a Marisol.

—¿Estás segura...? —la otra no quería avanzar.

—Sí, vamos corriendo —insistió la niña.

Las dos salieron de la tienda.

Esto está demorando mucho más tiempo del que cualquiera haya considerado.

Solo es un vestido, por Dios.

—Andrea —me habló Aurora, asomándose desde el probador—. Ayúdame —dijo y entró.

Maldición.

Volteé a la entrada una vez más y no vi señales ni de Marisol ni de la niña.

Fui al probador y, antes de entrar, Aurora volvió a asomarse, supongo que por haberme tardado.

Lleva puesto el último vestido que se probó.

Recogió su cabello y me dio la espalda.

—Se atoró —me miró por el reflejo del espejo.

Bajé la mirada. Lo que se atoró fue la cremallera del vestido y a lo que está enganchado es al broche de su sostén.

—¿Lo puedes desatorar? —preguntó.

Reaccioné.

—Sí, no te muevas —dije antes de hacer un único intento de bajar el cierre, algo que fue inútil. No sube ni baja. Traté tirando un poco más fuerte y se tensó—. ¿Te dolió?

—No, pero no lo he pagado —respondió.

No es como que no pueda comprar toda la tienda si quiere.

Lo intenté de todas las maneras posibles y no, no hay manera de mover ese cierre. Sería más fácil sí... La miré mediante el espejo, igual que ella mí.

—Lo tengo que desabrochar —dije.

Agachó la cabeza y asintió, entre una respiración honda.

Metí los dedos por detrás del sostén, tocando directamente su piel con el dorso de mi mano, solté cada uno de los tres broches y puso una mano en su pecho, con la intención de que el sostén siguiera en su sitio.

Me acerqué a retirar cada hilo del sujetador de los dientes cerrados del zipper.

Ya está.

—¿Lo vuelvo a sujetar yo? —pregunté.

Negó sin poder mirarme.

—... Yo lo hago.

Salí del probador.

No recordaba esa sensación de desequilibrio interno que provoca contenerse, de los pies a la cabeza, en todos los sentidos.

Para cuando volvimos, ya eran las diez de la noche, porque además llevamos a la niña a su casa.

No fue hasta después de cenar que Marisol por fin me dejó tranquila. Ya no me iba a pedir nada más, según ella misma, así que me fui antes de que se le ocurriera otro favor.

—¡Andrea! —me hablaron cuando estaba a punto de llegar al edificio trasero.

—Dígame, señor —respondí al voltear.

Klaus se detuvo delante de mí, con las manos en los bolsillos.

—Yo sé que Mauricio no sabe guardar silencio —expresó—; te contó lo que pasó con Aurora en su anterior escuela y me dijo que te lo contó.

Malditos escrúpulos | TERMINADA | ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora