Capítulo 57

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Con White, volvimos al burdel y, puesto que era poco más de las once de la mañana, llegamos cuando todavía no abría y pudo preguntar por alguna de las tres diamantes.

La única que accedió a hablar con él fue Romina.

Nos advirtió que solo tenía una hora y que iba a cobrar mediante un desayuno completo en la cafetería a unas cuadras.

White y yo nada más pedimos un café, mientras que la mujer ordenó casi toda la carta.

No estoy segura de en dónde está quedando toda esa comida, considerando el vientre tan pequeño.

Además del cabello negro despeinado, las ojeras que casi parecen maquillaje y las uñas rojas, lleva ropa común.

—Entonces... —White se aclaró la garganta—, señorita, ¿usted trabaja directamente con su jefe, el dueño?

Asintió, por el bocado y porque no despega la atención del plato. Bebió casi todo el jugo del vaso, se limpió con una servilleta y con una seña le pidió a la camarera que le rellenara el vaso.

—El señor Peter, es el dueño y nuestro jefe —continuó comiendo.

—¿Y asiste a eventos privados con él?

Volvió a asentir.

—Nos llaman "diamantes" porque somos las más... finas, cariñosas..., usted sabe.

—Y, amm... ¿Conoce a los amigos del señor Peter?

—¡Por supuesto! —sonrió—, nos tienen compradas. En el bar, bailamos, atendemos mesas y hacemos privados, pero no nos acostamos con los clientes porque somos exclusivas para el señor y sus amigos —dijo como si fuera algo para presumir.

—¿Puede decirme cuándo tendrán otro evento privado?

Nos miró a ambos.

—Que se llame "evento privado", debería decirles algo.

No nos va a decir.

Revisó la hora en el reloj de pared detrás de ella y se apresuró a comer el pastelillo junto con el café.

—Nada más porque me cayeron bien —tomó una servilleta más—; los eventos no se hacen en el bar. Una de las amigas del señor tiene una hacienda o una quinta, no sé cuál es la diferencia —le restó importancia—, pero ahí hacen todas las fiestas. Que yo sepa, no tienen otro sitio para reunirse.

—Le agradecemos mucho su tiempo —le dijo White, con respeto, lo que jactó a la mujer.

—Gracias por la comida —se puso de pie, tomó la sudadera y salió primero de la cafetería.

No fue una completa pérdida de tiempo, aunque tampoco conseguimos tanto.

—No sabes hablar con mujeres, ¿cierto? —me dirigí a White.

—Cállate, que tú no me ayudaste, no dijiste nada —repuso molesto.

La verdad es que, de haber dicho algo, igual y lo arruinaba. Sigo careciendo de amabilidad.

White le pidió la cuenta a la camarera que vino a recoger la mesa.

—¿Tu esposa fue la única mujer con la que estuviste? —pregunté.

—Fue la única mujer con la que hablé. La conocí en la secundaria.

—¿Están separados o divorciados?

—Divorciados, acuerdo mutuo —bebió el resto de su café.

—No quiere volver a verte.

Negó.

Malditos escrúpulos | TERMINADA | ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora