Capítulo 34

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Pestañeando solo lo necesario, lo seguí con la mirada, mientras intentaba ocultarse de la luz. Siempre fue delgado, pero ahora luce desnutrido, además de sucio y con la mirada más perdida que antes.

—¿Cómo saliste de la fiscalía? —pregunté al ir a cerrar la cortina. Si yo puedo ver hacia la ventana de Aurora, ella podría ver hacia aquí.

Elián, con los ojos bien abiertos, encorvado y mirando a sus alrededores, de un brinco se sentó sobre el tocador.

—Avang —respondió.

—¿Él te sacó?

—Me dio la orden de salir —corrigió.

Entonces Zayra y Caleb siguen encerrados.

—¿Qué más te dijo?

Sonrió, mirándome sin parpadear.

—Me mandó por ti —susurró.

No retiré mis ojos de él, esperando cualquier movimiento suyo y nada, ninguno.

—¿No me piensas llevar con él? —me crucé de brazos, además de recargarme en el muro cerca de la ventana.

Negó con tranquilidad.

—Vine a que me hagas un favor.

—¿Yo?, ¿a ti? —pregunté con desdén.

Elián asintió seguro.

—Avang ya no nos tiene como escuadra activa —expuso—. Llenó nuestro hueco en California hace una semana.

Eso significa que ya dio nuestra escuadra por perdida y, además de sustituirnos, empezará a asegurarse de que los cuatro estemos muertos.

Enaltecí la cabeza.

—¿Qué quieres?

—Tú estás fuera de su radar de sirvientes, ayúdame a quedar fuera también.

—Elián, perdió la escuadra...

—¡Y me envió por ti...!

—Baja la voz —interrumpí.

El chico se lamió los resecos labios antes de seguir.

—En estos momentos, nosotros tres no somos ni escuadra ni objetivo, estamos en el limbo. Este trabajo de venir por ti es el último para nosotros.

—Luego te matará —completé—, y a mí también. Nos va a matar a todos.

—Si me ayudas a desaparecer de su radar, no te voy a entregar.

—¿Por qué confiaría en ti?

Enserió.

—Porque la orden de Avang fue llevarte con él, no matarte.

Lo que quería saber era si, en cuanto pestañeara, Elián me enterraría el cuchillo de la cocina que sé bien encontró bajo mi almohada y, sabiendo que no me tocará ni un cabello, es un pendiente menos.


Miré a la taza de café cuando el movimiento de la mesa hizo que el líquido temblara. Hace ya diez minutos que estoy esperando y ese café ya debió haberse enfriado.

Igual no estoy aquí por eso.

Miré a White cuando colgó el teléfono.

—Creyeron que sería buena idea no decirme nada —habló—. Pero sí, le perdieron el rastro a Elián cuando cruzó la frontera.

—Y ahora está en casa de Klaus, en mi habitación, dándose una ducha —completé.

—¿Cómo llegó hasta ahí?

Malditos escrúpulos | TERMINADA | ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora