Capítulo 29

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Por toda la ayuda que necesitaban, nada ni nadie pudo evitar que yo llevara a Aurora al colegio, sin la vigilancia de un tercero.

Y no iba a hacer nada. No es como que pudiera si sigue recuperándose y lleva mascarilla.

—Andrea —habló.

—Mande.

—Ve a la fundación y pregunta si recibieron la donación que hizo mi papá, la semana pasada.

—¿Solo tengo que preguntar?

—Sí... —se aclaró la garganta—, diles que vas de mi parte. Es todo.

Estacioné en el colegio.

—No hay problema.

—Gracias —dijo y bajó.

Ella nunca me había dado las gracias por nada, aunque no es como que haga méritos para eso. Suelo hacer las cosas de mala gana y tal vez se da cuenta.

Antes de que pusiera el auto en marcha, White subió.

—Voy a la Fundación Allan —advertí.

—Ah, la de los chiquillos con cáncer —dijo, poniéndose el cinturón, lo que significa que nada lo va a detener de ir conmigo.

Arranqué.

—¿Ya estás mejor? —pregunté.

—¿Te preocupas por mí? —dramatizó.

—Quisieras —mascullé—. Quiero saber si no fue un desperdicio de mi sangre.

—Estoy bien, gracias por preguntar. Y la escuadra de Australia sigue en Australia, no tengo más noticias.

—Entonces, ¿para qué viniste?

—Porque sí quería hablar contigo —enserió tanto la expresión como el tono—. Ric llamó a la fiscalía de California, preguntó si llegaste a tener algún problema o si recibimos cualquier queja sobre ti.

—¿Y? —no le di importancia.

—Si está pidiendo tu historial de quejas es porque algo pasó, ¿es por Aurora?

—... Sí.

Suspiró, con la nuca en la cabecera.

—¿Qué hiciste?

Ya me cansé de dar explicaciones sobre lo mismo.

—No hice nada y no es por lo que estás pensando —repuse—. No saben lo que yo siento por ella, saben lo que ella siente por mí.

Toda su expresión se convirtió en pánico.

—¿Como que ella...?

—Está confundida —interrumpí—. Mi manera de tratarla le hizo suponer que me interesa y cree que siente algo por mí.

—¿Hablaste de esto con ella? —murmuró.

—Por supuesto que no, me lo dijo su nana.

—Entonces, ¿qué quieren? —preguntó.

—Evitar que lo que sea pase entre ella y yo.

Asintió para sí.

—Tú también estás de acuerdo en evitarlo, ¿cierto?

Desvié la vista.

—¿Val?

—¿Qué problema habría en...?

—¡Ni siquiera lo pienses! —se alteró.

—Solo quiero saber cuál es el pero.

—¡¿Cuál?! Hija, ¿por dónde empiezo? —ahora está molesto—. Trabajas para la organización de asesinos que va tras ella; casi, casi tienes libertad condicional; en cuanto esto termine, te regresas conmigo a California; no tienes ciudadanía como para quedarte ni aquí ni en ningún otro lugar; y, tratándose de ella, desde que no sepa ni tu nombre real va a hacer que no te quiera volver a ver.

Malditos escrúpulos | TERMINADA | ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora