Capítulo 7

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El resto de la tarde, Ric me hizo muchas preguntas, casi las mismas que Marisol, llenó mi identificación como empleada oficial de la familia Becker y firmé aceptando quedar como responsable de Aurora.

Todos aquí se quedaron con mi contacto y Ric puso en mi móvil los suyos, así como el de Aurora.

El arma que me dio, me dejó en claro que era solamente mía y, por ende, yo debía darle mantenimiento.

Me dijeron que tendría un segundo traje, de gala, solo para eventos especiales, y también me indicaron dónde encontrar todo lo de primeros auxilios.

Ya con la gasa nueva puesta en mi cuello, era un pendiente menos.

En un momento en que me quedé sola en la sala, merodeé sin tocar nada. Fotografías no hay, solo pinturas y decoración.

Si todo sale mal para Aurora, me parece que será un funeral muy solitario.

No parece que haya mucha gente a la que le vaya a importar.

Durante la comida, en la cocina, me senté a la mesa con los otros tres guardaespaldas. Como que siento que son pocos y muchos al mismo tiempo.

—Yo fui cabo de la Marina —habló Mauricio.

—Ahí vas —se quejó Eugenio, al aventar su pedazo de pan al plato.

—¿Qué? —el otro insistió—. Tenía rango de Cabo Mayor —dijo orgulloso.

—¿Cómo terminaste aquí? —pregunté.

Lo más que nos hemos acercado a la Marina fue por un objetivo que creyó que era buena idea ocultarse de nosotros ahí. Y no, es una muy mala idea...

Me mordí el labio por dentro para no reírme al recordar aquello.

—Una lesión —respondió—. Estoy pensionado, pero este trabajo me hace sentir útil.

—Yo vengo de una academia de seguridad privada. Fui el mejor en mi curso y me mandaron aquí cuando terminé —expuso Eugenio, si bien fue el primero en quejarse del comentario del otro.

—José Luis se crio aquí. Su padre era el jefe de seguridad de esta casa cuando la familia era grande —habló el primero, con respecto al que se encontraba concentrado únicamente en su comida.

Alguien puso cuatro vasos de agua en la mesa.

—Gracias, Palomita —le dijo Mauricio, con el bocado.

Al voltear, vi a una chica, pequeña y joven.

—Paloma, mucho gusto —se dirigió a mí.

—Andrea —respondí y volví a mi comida. Es que su parecido con Zayra es inquietante; el flequillo, el cabello negro a los hombros y las cejas pobladas.

En estos momentos, ya deben tener perfectamente pensado lo que harán conmigo por haberlos dejado.

Ellos no son amigos míos, además, cualquiera habría hecho lo mismo que yo.

Entre las órdenes de Avang, nunca estuvo cuidarnos entre nosotros, cada uno se rascaba con sus propias uñas.

Y, el que me faltaba, Cruz, es el jardinero, un señor que vi cuando salí al patio a contestar una llamada.

¿Cómo va tu primer día? —cantó White.

—¿Cómo se te ocurre ponerle descargas al rastreador? —pregunté.

No te habrías enterado si no hubieras intentado quitártelo.

—Dijiste que confiabas en mí.

Malditos escrúpulos | TERMINADA | ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora