Capítulo 32

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Únicamente quería saber cuál era la sensación de sus labios en los míos.

Separé mis labios para tomar los suyos, que solo se dejaban llevar y hacían lo que yo predisponía.

Cerrar los ojos para besarla fue el único momento en toda mi vida en que poco o nada me importó lo que sucediera fuera de aquí.

La sensación de su boca siendo llevada por la mía, lo valía todo.

Cuando el aroma a alcohol estuvo dentro de mi boca, empecé a detenerme.

Los tomé una vez más y luego la besé sobre los labios cerrados, entonces me alejé.

Tenía que quedarme un momento más ahí, solo para comprobar una cosa: no se dio cuenta.

Me levanté, le puse una manta en los pies y salí de su habitación, cerrando la puerta detrás de mí.

Cuando bajé, solo estaba José Luis en la sala y me dijo que podíamos irnos, así que me fui con él al edificio y yo subí a mi cuarto mientras él se quedó en el suyo.

Dejé el traje de gala colgado afuera del ropero. Con la ropa de dormir puesta, me acosté en la cama, mirando al techo, puse una mano en mi estómago, otra en mi frente y suspiré, recordando hasta el último detalle de ese beso.

Más de uno ya me dijo que Aurora no, yo misma sé que Aurora no, y pensé que besarla tranquilizaría mis deseos, pero solo terminó por despertarlos.

Ya tuve sus labios y ahora quiero todo lo demás.

—Sí era paranoide —habló White, sin interrumpir del todo su desayuno—. Ya suponía que no era normal que volteara tanto los ojos, te juro que creí que se le volteaban hacia adentro.

—Ajá... —mascullé, al beber del café.

El detective me observó, masticando el bocado, luego bebió un trago de café.

—Me siento ignorado.

Lo miré y bajé la taza a la mesa.

—La besé.

Al decirle eso, fue él quien volteó los ojos. Se limpió con una servilleta que lanzó a la mesa y se recargó en el respaldo de la silla, al cruzarse de brazos.

Creo que se le espantó el apetito.

—¿Tú estás mal de la cabeza, o qué?

—... Bueno...

—¡Ya sé que estás mal de la cabeza! —me interrumpió con una mano levantada, que devolvió al cruce de sus brazos, para luego suspirar y calmarse—. Bueno, ¿y?, ¿qué pasó?, ¿qué hizo?, ¿qué dijo?

—No se dio cuenta —respondí.

Frunció el ceño.

—¿Cómo? —musitó.

—Estaba dormida, o desmayada, había tomado alcohol.

Una vez más, respiró hondo.

—Val, dime, en este momento, si me tengo que preocupar.

—¿De qué? —volví a agarrar la taza.

—De que sientas algo muy serio por ella.

—Si tu pregunta es si estoy enamorada de ella, no.

—Ah, ¿sí? —se molestó—. Estás segura porque te has enamorado muchas veces, quiero suponer, y entonces sabes lo que se siente y lo que no.

—Tú me dijiste que Aurora no era para mí, y ahora que te estoy diciendo que no estoy enamorada de ella, ¿por qué no te conformas con eso?

—Porque te conozco...

—¡No, no me conoces! Todo lo que haces es suponer la clase de persona que soy y el único que se está engañando eres tú —me levanté de la mesa—. Si esperas que ignore lo que Aurora me hace sentir, estás muy equivocado, y, si esperas que dé mi libertad por ella, estás todavía más equivocado —tomé mi chaqueta y salí de la cafetería.

Sí, está bien, me alteré, sin embargo, todo este tiempo, White me ha tratado como si fuéramos amigos y al principio lo dejé pasar porque era eso o discutir todo el tiempo, algo que solo iba a echarlo todo a perder, pero algún día iba a llegar a mi límite y lo hizo.

Por todas las atribuciones que se ha tomado, cree saber quién soy y lo que haré.

Y no, yo no daría mi libertad por nadie, pero, si alguien le toca un solo cabello a Aurora, lo destruiría todo.

Mi objetivo no es ella o yo; es ella conmigo.

No era exactamente mi día libre, solo pedí permiso para ver a White cuando él me llamó en la mañana, porque, de hecho, teníamos mucho trabajo de limpieza por hacer.

El servicio de limpieza se hizo cargo de gran parte, nada más debíamos subir al ático algunas decoraciones que sacaron y llevar a sus respectivos dueños los autos que ayer se quedaron aquí, por todos a los que algún guardaespaldas llevó.

Antes de bajar las escaleras del ático, me quedé de pie, mirando hacia abajo.

Metí las manos a mis bolsillos y bajé, mirando los escalones, solo que sin considerarlos en realidad.

Algo así era uno de los entrenamientos que llevábamos. Además de movernos con los ojos cubiertos en un sitio desconocido, el ballet nos dio la sutileza y el silencio de un felino y el fuego directo sobre la piel es el responsable del alto umbral de dolor.

Cuando terminé de bajar, vi a Aurora entrando a su habitación.

—¿No pediste permiso para salir? —me preguntó.

Alcé la cabeza, con el único fin de no mirar sus labios.

—Salí a ver a White..., a Blanco —corregí.

Sonrió y mi deseo se encendió.

—¿Lo llamas «White»?

—Sí, suena más policial.

Su risa hizo que temblara de todo lo que estoy conteniendo en este momento.

—Sí, suena mejor —se aclaró la garganta—. Andrea, ¿quién me trajo a mi habitación ayer?

Tensé los dientes.

—Yo.

—Es que no me acuerdo —murmuró.

—Estabas dormida —no podía ni parpadear.

—No hice nada raro, ¿cierto? —tiene una expresión culpable, como si se arrepintiera de algo que ni siquiera sabe si hizo. Negué y tragué saliva, respuesta con la que pareció quedarse conforme—. Me duele la cabeza, voy a... dormir —dijo y entró a su habitación.

Dejé de retener el aliento.

No fue lo que dijo, sino en su actitud estuvo la respuesta que esperaba, pero no la que quería.

Ella no habría podido hablarme, ni mirarme, si supiera lo que le hice.

No se acuerda de nada.

Malditos escrúpulos | TERMINADA | ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora