Capítulo 86

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Abrazada a mí y con la cabeza recargada en mi pecho, empezó a tocar mi espalda y sabía que no estaba acariciándome ni mucho menos.

—¿Qué buscas? —pregunté.

Se detuvo en la cicatriz que me dejó Viky.

—¿En serio no te dolió? —murmuró.

—No.

—... Fue mi culpa.

Quité su mano.

—No me habría perdonado si hubieras salido herida.

Levantó la cabeza, para mirarme.

—Yo también prefiero que me lastimen a mí antes que a ti.

Recogí su cabello y mi corazón se aceleró cuando movió la nariz.

Es más linda cada vez.

Giré la cabeza hacia el buró, para ver la hora.

Son las 7 y media. Llevamos cuatro horas aquí, en su habitación.

Y todavía no me quiero levantar para vestirme, ni quiero que ella lo haga.

—¿Te puedes quedar a dormir? —preguntó.

—Sí, pero no aquí.

Sonrió, para luego suspirar.

—¿Cuánto tiempo te vas a quedar en México?

—Se suponía que un mes, el tiempo que Hernán pidió, pero hablé con Diana y me dijo que puedo quedarme si me asignan con ella.

Por su expresión, lo entendió.

—¿Te puedes quedar?

—No definitivamente, un tiempo.

—¿Y luego?

—Luego vamos a donde tú quieras.

Se encogió de hombros al respirar hondo. Apretó la sábana contra su pecho y se sentó, a lo que yo también, sin preocuparme por cubrirme.

—Pero... —vi las tantas dudas que tenía.

—Vas a terminar de estudiar, hasta donde quieras, y después vas a decidir lo que quieres hacer con tu vida. Yo tengo que seguir en la fiscalía, hasta que cumpla mi deuda, y, mientras tanto, voy a pensar en lo que quiero hacer con la mía.

—Lo dices como si nuestras vidas fueran en caminos separados.

—Son distintos —repuse—, no separados.

Volvió a sonreír, mordiéndose el labio.

—¿Nos vamos a casar? —preguntó.

—Mi situación es complicada.

En mis registros está la sola sugerencia de haber nacido en Escocia y se encuentra el nombre de Esther como mi madre, pero es un documento provisional que tramitó Hernán, en cambio, no tengo la nacionalidad oficial.

No puedo hacer casi ningún trámite de naturaleza permanente, como casarme.

—Bueno, pero, podemos vivir juntas. Yo te mantengo, si quieres.

Me reí.

—Aurora, Hernán tiene confiscada mi cuenta, pero sigue siendo mi dinero y, en algún momento, me lo va a dar.

Frunció el ceño.

—... ¿De cuánto estamos hablando?

Le recogí el cabello, sujeté su mandíbula y me acerqué a su oído, para decírselo.

Malditos escrúpulos | TERMINADA | ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora