Capítulo 49

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Entré a la cocina y vi a Aurora sirviendo agua caliente en una taza.

—No creí que supieras dónde queda la cocina —dije al ir por una botella de agua.

—Solo es un té —repuso—, tampoco voy a molestarlos por eso.

—Pero puedes —me recargué en el mueble a un lado de la nevera.

—Ya tienen una mala opinión de mí, no la voy a acrecentar —se refiere a sus empleados, los de su padre, más bien, pero es lo mismo.

No sé por qué le importa eso.

—No te odian.

Volteó.

—Tampoco les agrado —Se acercó—. Tal vez tampoco a ti te agrado —bajó el tono de voz.

Con su mirada sobre mí, me incliné hacia ella, solo que alejó la cabeza.

—¿Qué?

—Alguien puede vernos aquí.

Sí, pero quiero besarla.

La tomé de la mano y entré con ella al cuarto de la alacena.

Una vez que cerré, me volví a ella y no esperé más para besarla. Conforme se estiró para no interrumpirme, me acerqué más. 

Ladeé un tanto la cabeza hacia la izquierda, ella lo hizo a la derecha y separó un grado más sus labios antes de que la volviera a besar.

Me estaba llevando el sabor agridulce del té en su boca...

Se recargó en el mueble detrás e hizo caer un frasco que atrapé y puse en la mesa detrás de mí, sin separarme de ella.

La tomé de la cintura para acercarla a mí, también con la intención de que se alejara del mueble.

Me separé de ella cuando alguien entró a la cocina.

Todavía con ambas manos en mis hombros, pasó saliva y empezó a normalizar su respiración.

—... Espera —dijo.

Alisó su ropa y besó mi mejilla antes de salir.

Me recargué en el muro y me desahogué la corbata.

De no ser por la DMPA, el deseo no estaría solo en mi cabeza.

No intento ir más allá con ella porque no estoy segura de si puedo responderle.

Es que no siento nada ahí abajo.

Al ya no escuchar nada, salí del cuarto de la alacena y me retiré de la cocina por la puerta de atrás. Solo había ido por agua y lo olvidé.

Aurora no iba a salir en todo el día, pero quien quiso verme fue su padre, en la biblioteca, justo antes de la hora de la comida.

Sigue mirándome con un curioso recelo que no puedo descifrar.

—Dígame, señor —tomé asiento donde me indicó.

—¿Por qué juegas con tutearme y hablarme con respeto?

—Así se alteran los nervios de una persona.

Negó para sí, con los ojos clavados en mí.

—Con ese descaro para hablar, jamás te habría dado trabajo.

—¿Sabe que la simpatía es parte del perfil de un psicópata?

—Me estás asustando —advirtió en serio.

—¿Para qué me llamaste? —cambié de tema.

Se masajeó el entrecejo.

—Hablé con el detective, me dijo que fue a reunirse con algunos equipos de investigación que trabajan por su cuenta, pero en el mismo caso. Dijo que no tienen buenas noticias.

—Están perdiendo gente —completé—. Avang es un nombre que asusta a todos, incluyendo a las autoridades mejor preparadas.

Carraspeó.

—No es que no me importe el resto del mundo, pero Aurora va primero para mí. Y no sé si confiar en gente que por lo que puedo ver, no tienen idea de qué hacer.

—No tienen idea —aclaré su duda—. Fingen que sí, fingen que pueden ir un paso adelante de Avang, pero, todo lo que tengan sobre él, él se los quiso dar. Él no es un delincuente, no es un mafioso, ni un asesino, él es la cabeza detrás de todo.

Hasta donde yo sé, Avang nunca ha matado a nadie con sus propias manos.

—... ¿Has hablado con él en persona?

—Sí.

—¿Cómo es?

—¿Físicamente?

—No, me refiero a, ¿cómo es hablar con él?

—Es... —suspiré—. Cuestión de práctica. No lo veas a los ojos, solo responde lo que te pregunte y no digas que no, no puedo o no quiero.

—Suena a...

—¿Hitler? —sugerí—. No, Hitler era manipulador. La gente habla de él como un genocida, pero a nadie le interesa lo fascinante que era su capacidad de convencer a toda una muchedumbre de que torturaban gente inocente por el bien de su país.

—No me digas que lo admiras.

—No, claro que no —aseguré—, pero sí me impresiona.

—Bueno, Avang no es diferente. A ti y a todos los convence de... cumplir sus órdenes.  

—Entonces no sabes que crecimos con él —reparé—. Él nos recogió cuando no teníamos ni un año de nacidos, tal vez de un basurero o de un orfanato.

Frunció el ceño.

—¿Creí que...?

—¿Que le envié mi curriculum?

Desvió la vista.

—No me culpes por no poder sentir compasión por ti.

Me crucé de brazos y volví a suspirar.

—No me llamaste para hablar de mí —indiqué que la conversación por ahí ya se terminó.

—Siento que debería hacer algo más que estar a la espera de lo que tú o el detective me digan.

—No tienes que hacer nada, podría empeorarlo todo. Aurora es mi responsabilidad, no va a pasarle nada mientras me dejes hacerlo a mi manera y en serio no te metas.

Tensó la mandíbula.

—¿Entiendes lo absurdo que es que me pidas eso?

—Puedes verlo como quieras —me puse de pie—. Pero soy tu única opción.

Otra vez, me miró sin decir una palabra, como si intentara ver a través de mí y la verdad es que ahí no hay nada.

—Solo cuídala —expresó en voz baja.

Me retiré una vez que terminó.

Puedo entender la frustración de Klaus y sé que quisiera saberlo todo tratándose de su hija, en cambio, el no decirle sobre Lucy y Fer es para no alimentar su paranoia.

Cualquier movimiento suyo podría hacer enojar a Avang.

Ya debe estar ardiendo de odio con que yo esté aquí, con todas estas personas, y, si sabe que además he expuesto no solo a la organización, sino su vida, va a querer destruirlo todo.

Luego de comer, con casi todos, me retiré primero y salí al patio trasero.

Solo di un paso, saqué el arma y le apunté a la persona a mis tres en punto.

Mirándome, sin parpadear, puso el dedo índice izquierdo sobre sus labios cerrados, pidiéndome silencio.

Sonrió.

Malditos escrúpulos | TERMINADA | ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora