Capítulo 80

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Estacioné el auto justo detrás de un gran árbol, lo apagué, bajé y lo cerré, o eso creo, no sé si lo cerré bien.

Miré hacia el frente, hasta encontrar el curioso arbusto que parece la carpa de un circo.

Sé que está aquí y debe saber que estoy aquí.

En el reloj en mi muñeca ya dieron las nueve en punto, la hora a la que me dijo que nos veríamos.

Levanté la cabeza y la vi acercándose de entre aquel arbusto.

—Tienes cinco minutos —dijo Ecuador. Está molesta y supongo por qué.

—Si viniste es porque te interesa lo que tengo que decirte.

Se cruzó de brazos, además enalteció la cabeza. Está muy molesta.

—Solo dime qué quieres.

Suspiré.

—No debía haberme ido así, pero tenía que sacar a Aurora de ese lugar.

Por lo que está enojada es por haber creído que contaban conmigo y básicamente los abandoné, pero aquí estoy.

—Eso lo podemos entender —se acercó—, pero si por algo ha funcionado todo lo que hemos hecho es porque nos decimos todo. No hay un solo paso del que el resto no esté enterado.

—Lo sé. Y si no estuviera dispuesta a trabajar con ustedes bajo todas las condiciones que pongan, no te habría llamado.

Lo pensó. En estos momentos, no necesitan recortar gente, sino tanta como sea posible.

—Pero tú estás con ellos —se refiere a White y al resto.

—Sí... —murmuré—. Lo que importa es que quieren lo mismo, queremos lo mismo —corregí.

Desvió la vista, negándose a ceder.

—La gente allá dice que Deán está muriendo, ¿qué sabes de eso?

—Él me lo dijo, no creo que esté mintiendo, pero tampoco creo que vaya a irse tan tranquilo.

—Es evidente que Venus va a quedar en su lugar, por eso empezaron a pelear el lugar como su favorito —bajó la mirada al suelo—. Si hubieras sido tú, ya no tendríamos que hacer nada.

De no haber hecho nada, es decir, de nunca haberme cruzado con Hernán y con Aurora, Deán me habría dado ese puesto y yo pude haberlo terminado todo.

—Bueno, creo que, si las cosas resultaron así, tenemos que demostrarnos lo que somos capaces de hacer con tal de arreglar lo que hicimos.

Me miró.

—¿Podemos confiar en ti? —preguntó.

—Sí —alcé la cabeza—. A diferencia de ti, yo vine sola.

No solo detrás de ella, sino de todos los alrededores, emergieron los que venían con ella.

El último en mostrarse fue el que llevaba todo el rato apuntándome a la cabeza con un arma, desde la copa de un árbol.

Al bajar, mirándome, se guardó el arma.

Me volví a Ecuador.

—¿Entonces?

No iban a ponerse a debatir aquí, algo para lo que no es el lugar ni el momento, entonces, sabiendo que, si se decidían, lo haríamos esta misma noche, Ecuador dijo que sí por todos.

Ella vino conmigo, a la base desde donde White y el resto estaban viéndolo todo mediante la cámara de su auto, puesto que yo tampoco iba desprotegida, no sabía qué tan enojados estaban.

Malditos escrúpulos | TERMINADA | ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora