Capítulo 67

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A las siete de la mañana, cuando todavía no terminaba de amanecer, empezó a taladrarme en los oídos la voz de Paloma, tarareando una canción.

Vino a dejarme un café y fue por una taza más, para luego tomar asiento en la mesa, todavía murmurando.

—Paloma, palomita —habló Eugenio y, con un gesto, le pidió que se callara.

Creo que ella fue la única que durmió toda la noche sin preocupaciones.

—Pero dijo Ric que no pasó nada —expresó la chica.

—Sí, pero igual nos quedamos toda la noche despiertos —repuso Mauricio, con la bolsa de hielo sobre la cabeza.

—¿La niña no va a ir otra vez a la escuela? —preguntó Gabriela, para saber si se ponía a preparar el desayuno desde ya o no.

Todos en la mesa me miraron.

—No sé, no creo —respondí.

—El señor tampoco va a salir —José Luis se levantó por otra taza de café—, va a tener una junta en la biblioteca, de su trabajo.

Luego del desayuno y de estar al tanto de la reunión de Klaus, misma que terminó a la una de la tarde, cuando apenas pensaba en buscar a Aurora y ver si podía hablar con ella, vino Hernán, solo.

Quiso ver con sus propios ojos que no hubiera un problema con la instalación del sistema cerrado.

—No podemos evitar que capte animales —dijo, observando desde el patio trasero, hacia el límite de la casa que está justo detrás del edificio de servicio.

—Mejor eso a que no capte nada.

Me volteó a ver.

—¿Qué pasó con Esther?

En realidad, preferiría no hablar de ella, no es un tema que ya haya acabado de entender.

—Iré a verla cuando pueda —respondí.

—¿Cómo lo tomó?

—¿El que soy su hija? —pregunté y asintió—. Mejor de lo que debería. Igual tiene la misma duda que yo: ¿cómo terminamos así?

—Hay un equipo de investigación en Virginia, prueban teorías sobre el origen de todos los que trabajan en Avang, incluido el mismo Deán.

—¿Has ido ahí?

—No es mi campo, pero puedo darte una orden para que te dejen entrar.

Es una opción, solo que no por ahora.

—De acuerdo —murmuré poco convencida.

Hernán observó una vez mássus alrededores.

—¿Qué pasó con Elián, por qué no has ido a verlo?

—La última vez que fui, se fue.

Enserió.

—¿Qué?

—Huyó, se escapó, se esfumó...

—¿Cómo lo dejaste ir? —se enojó.

—¿Y qué querías que hiciera?

—Que lo detuvieras.

—¿Para qué?, ¿de qué te servía aquí?

—De nada, pero prefería saber dónde estaba.

—Se habría escapado en cualquier momento —repuse—. Por lo menos, me aseguré de que se fue y no anda por ahí.

—¿No te estás tomando esto en serio?

Malditos escrúpulos | TERMINADA | ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora