Capítulo 31

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Todo lo que teníamos que hacer era quedarnos cerca y, eventualmente, dar una vuelta por los alrededores, vigilando a los invitados y a sus respectivos empleados.

Llenaron de obsequios y abrazos a Aurora; cenaron a las seis en punto; le pidieron una pieza seguida de otra que no rechazó y ni toda la atención o la gente que buscaba conversar con ella espantaron a Bastian: si no iba tras ella, la seguía con la mirada.

Fue hasta que Klaus le dijo que quería hablar con él que dejó de rondarla, en cambio, su imán ahora era Jolie.

Nunca supe lo que era desear algo, al grado de necesitarlo y de estar dispuesto a pagar cualquier precio por ello. Pero no hay nada que no daría por no tener que quedarme aquí, únicamente observándola, resignándome a que no va a pasar.

—¿Disculpa? —me habló una mujer—. ¿Klaus me regalaría un puro?

Suspiré, con fastidio.

—Permítame ir a preguntarle —respondí.

Entré a la casa, porque Klaus seguía adentro y sabía que estaba en la biblioteca con Bastian, así que fui directo para allá.

Antes de siquiera llegar a la puerta, escuché sus voces.

No me iba a ir.

Yo sé que soy muy joven, señor, pero aprecio mucho a su hija y no tengo malas intenciones con ella —habló Bastian.

Klaus demoró en responder.

Tú y yo siempre nos hemos entendido bien y no tengo ningún problema contigo —respiró hondo—. Mientras llegue el momento para que se tomen su relación en serio, tienes mucho tiempo para demostrarme que no es por tu padre por lo que estás con Aurora. Lo único que exijo de la persona que ella elija, es que la valore por quien ella es y realmente la ame. Si no eres tú, estás a tiempo de retirarte, porque, si le haces daño, yo te voy a hacer mucho daño a ti.

Después de un momento, lo escuché reírse, acompañado de la risilla nerviosa del niño.

Seguí caminando hacia la puerta y toqué.

Está abierto —contestó Klaus.

Terminé de abrir la puerta, pero solo me asomé.

—Me pidieron un puro, señor.

—Están arriba, en el salón de juegos, en el bar—indicó.

—Con permiso.

Marisol dijo que iba a dejar cerrado ese salón, para que solo entraran con el permiso de Klaus, así que fui a buscarla, para pedirle la llave, y volví.

Subí al segundo piso.

En el bar, en un estante, están las cajas de puros. Tomé una caja y regresé.

Mientras cerraba la puerta nuevamente, miré hacia el pasillo al sentir que había alguien ahí.

Es Aurora.

—Pensé que mi papá estaba aquí —se explicó.

—Está en la biblioteca —terminé de cerrar la puerta.

Bajó la mirada.

—¿Está con Bastian?

—Sí —respondí—. ¿Tu relación con él es seria?

Me miró.

—¿Lo preguntas porque no te agrada?

—¿Quién te dijo que no me agrada? —repuse con perfecta inocencia.

—Lo tratas como peste —señaló—. Sé que no te agrada.

—Aunque así fuera, tengo muy claro que mi opinión no es importante.

—No, no dices nada, pero sí te tomas la libertad de interferir, como cuando me sacaste del cine.

—Sí... —murmuré, sonriendo al recordar eso, luego regresé a mí y enserié—. No tenía que tratarte así.

Ladeó la cabeza.

—¿Por qué dijiste que no te ibas a arrepentir?

—Esa es otra de las cosas que no importan y que no tienes que saber.

—Pero quiero saber —insistió—. Quiero saber si tú...

—No, no quieres —interrumpí, sabiendo cuál era su pregunta. Le mostré la caja de puros—. Tengo que regresar —dije y volví por el pasillo.

La duda que tiene Aurora es si yo siento algo por ella y, por ende, lo que ella siente, sin embargo, si la sola incertidumbre no la deja tranquila, mucho menos va a poder manejar la respuesta.

Esa caja de puros se agotó y Klaus me envió por otra, además de encargarme otro licor, para lo que Mauricio fue conmigo.

La mayoría de los invitados se retiraron poco antes de las diez de la noche, mientras que los amigos de Klaus continuaron bebiendo.

Cuando Ric les cerró el bar, era momento de llevarlos a sus casas. No podían conducir, así que entre los guardaespaldas los llevamos a sus viviendas.

Yo hice un solo viaje y el que me tocó en realidad no estaba tan pasado de copas, por ende, fui la primera en volver.

Entré a la casa para preguntar si ya me podía retirar y vi a Klaus tirado en el sofá individual, además de a Aurora recostada en otro, dormida.

—Yo ya no me aguanto ni a mí —masculló el sujeto, mirando hacia el techo, luego, sin moverse, me miró—. ¿La llevas a su cuarto?

—Sí, señor —respondí.

La cargué y subí hasta su habitación.

Sé que ella también había bebido alcohol, solo que no creí que tanto, en cambio, el aroma responde a la suficiente cantidad como para que sea el motivo de que no se diera cuenta de cuando la moví del sofá a su cama.

Seguramente no va a despertar hasta mañana.

Me senté en la orilla, hacia ella, para quitarle los pendientes y el collar o amanecerían liados con su cabello, al cual, por cierto, también le retiré las horquillas. Todo lo puse en el buró a un lado.

Levanté su cabeza, cargándola de la nuca, y busqué que no hubiera más cosas en su cabello, entonces la volví a acomodar en la almohada.

Los zapatos de por sí ella se los había quitado en la sala.

Creo que retirarle el maquillaje ya es innecesario, eso no parece molestarle.

Me recargué en la cama, para tocar sus pestañas, y no me llevé la tintura... Toqué sus labios y tampoco. No voy a poder desmaquillarla.

Respiró hondo al mismo tiempo que giraba la cabeza y subía las rodillas.

Al mirar a sus pies, vi lo que el vestido plegado descubrió.

Desde las piernas, la recorrí con la mirada hasta sus labios nuevamente.

Con el índice, le toqué la quijada para devolver su cabeza hacia arriba.

Klaus me pidió protegerla más allá de mi trabajo como su guardaespaldas. Sin decirlo, básicamente quiere que la cuide de manera personal.

Me recogí el cabello detrás de la oreja, antes de inclinarme hacia ella. Sostuve su mentón para que no se moviera.

¿Qué mejor manera de cuidar todas sus experiencias que tomándolas yo?

La besé.

Malditos escrúpulos | TERMINADA | ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora