Capítulo 15

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Iba hacia la cocina, solo que me detuve en la sala a acomodarme la corbata, porque todavía no le encuentro ni el sentido ni la forma.

—Buenos días —me saludó Klaus, bajando del segundo piso.

—Buenos días, señor.

—Qué bueno que te veo. Me comentaron que no sabías sobre la cena de mañana —metió las manos a sus bolsillos.

—No, pero me explicaron algo.

—Bueno, sabrás que es un colega, pero también es amigo mío. Va a venir con su mujer y sus dos hijos y... —miró hacia las escaleras, luego se acercó un poco más a mí—, a fuerza quiere emparejar a Aurora con el mayor, Bastian.

—Entiendo —dije por decir porque no entiendo por qué me está diciendo eso a mí.

—Aurora se enoja cuando siente que estoy vigilándola y lo que te pido es que no les quites la mirada de encima —ordenó con seriedad.

Guardé silencio un momento, esperando algo más, en cambio, eso era todo.

—¿Disculpe?

—Solo vigílalos, eres su guardaespaldas, así que tienes todos los motivos.

—Si es una cena y van a estar... cenando —no quise sonar tan obvia—, mi presencia no es necesaria.

—Conozco a Guillermo, va a hacer todo por que se queden solos —expresó un tanto molesto.

—¿Y no le agrada Bastian?

—No es eso —tomó asiento en el sofá—, es un agradable sujeto, pero estamos hablando de mi hija. Solo cuídala —otra vez, eso no suena a una orden, sino a un favor.

—Sí, señor —respondí.

Klaus se fue casi enseguida, con José Luis, y yo fui a la cocina a desayunar.

Paloma sirvió café para mí y para los otros dos. No pienso decir nada, porque me agrada la atención, pero no termino de entender por qué Paloma, Gabriela y Marisol nos atienden.

—¡Andrea! —Marisol entró corriendo—. Ve a despertar a la niña —no sé si me ordenó o me pidió.

—¿Por qué? —pregunté, con la taza de café en mis manos.

—Por favor, todavía no termino de preparar su ropa de natación, ¡ayúdame! —se quejó.

Ya pasa de las 8:20.

Dejé la taza, me puse de pie y subí a su habitación.

Siempre que Marisol sabe que su niña se encerró, es la única que sube a verla y escucho que trae las llaves en la bolsa, de lo contrario, suele estar abierto.

Llamé a la puerta y no respondió, así que entré.

Y sí, sigue dormida.

Me detuve a un lado de la cabecera, con las manos en los bolsillos, mirándola.

Durmió con la misma ropa que traía ayer, sobre las mantas y con aquellos libros alrededor, además tiene un cuaderno en el pecho, abrazándolo, y el ordenador portátil entreabierto, a los pies de la cama.

Eché la cabeza atrás. No sé cómo se despierta a una persona.

Más vale que no se enoje.

—¡Aurora!

—¡¿Qué?! —se levantó y varias cosas cayeron al suelo.

En cada respiración, con una mano en el corazón, hundía el pecho.

Creo que la asusté.

—Se te hace tarde —dije amablemente.

Y ahí está todo el odio en sus ojos, hacia mí.

Malditos escrúpulos | TERMINADA | ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora