Capítulo 59

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Nunca había ido a la fiscalía de México, pensé que en realidad no tendría que hacerlo porque no tenía motivos directos, hasta hoy.

Llegué con Samantha hace una hora y los últimos veinte minutos he estado observando desde el otro lado del cristal a ese hombre en la silla, esposado, como lo estuve yo en su momento, y solo, porque nadie tiene autorización para hablar con él, ni siquiera White.

Recuerdo muy bien ese corto cabello cenizo; la extraña barba, con curiosas líneas en el mentón por donde el vello no crece; una muy dura y severa mirada, como si no hubiera nada que no odiara, incluyéndose; es fornido y lo suficientemente alto; no solía utilizar ese tipo de ropa de gánster, tal vez fue por la fiesta; y estoy casi segura de que todavía tengo su voz en mi cabeza.

Ha estado todo el tiempo mirando a la nada, no parece ni que esté respirando.

Está completamente solo en esa habitación, cosa que no creo que le importe aun si ha de saber que lo vigilan.

Nunca lo había visto tan tranquilo.

Reaccioné cuando White se situó a mi lado.

Volteé a verlo, a tiempo para observar su gesto de satisfacción y porte autoritario.

Luce como cuando lo conocí; soberbio.

—¿Qué dices? —se dirigió a mí, aunque mirando al interior de la sala. No respondí—. No hubo heridos, valió cada segundo —lo último fue para sí.

Volví a mirar el cristal.

No tiene ni una mota de polvo encima, aunque su camisa luce maltratada. No se entregó, tal vez hubo una breve persecución.

Regresé una vez más a White y le señalé el pasillo, porque aquí hay mucha gente paseándose.

Fuimos a la oficina donde le concedieron comunicarse con su equipo en California, mismos que deben estar en camino.

Entré yo primero y el detective entrecerró la puerta.

Me acerqué al escritorio. Las carpetas etiquetadas como confidenciales solo hacen que uno las quiera abrir. Si no tuvieran esa leyenda, no sobresaldrían.

—Val, di algo —comenzó a dejar que su regodeo se viniera abajo. No quiere disfrutarlo solo.

Enaltecí la cabeza, metí las manos a mis bolsillos y comencé a reírme, algo que imitó por reflejo, únicamente sonriendo.

—¿Qué? —preguntó.

—Eres tan... —guardé silencio cuando no encontré la palabra.

White es muchas cosas, varias de ellas al mismo tiempo, y hubo una sola cosa que no había acertado, hasta ahora, hace unos segundos, de hecho.

—Ingenuo —completé.

—¿De qué hablas? —su tono enserió.

Me volví a él.

—Ese no es Avang. No es Deán —corregí.

Abrió los ojos de par en par y ambos empezaron a perder la órbita, mientras alternaban en mirarme a mí y a la puerta.

En serio creyó que ese hombre de ahí es el que creó Avang Dhu.

—¿Qué...?

—¿Sabes quién es ese? Es el que le llevaba el café.

Cuando lo entendió todo, su expresión lo delató.

Con una mano en la cintura, se pasó otra por el cabello.

Una vez más, no sabe qué hacer, lo tiene escrito en toda la cara.

—Val...

—Confié en ti —lo interrumpí—. Sabía que no eras más que uno de los tantos que habían intentado ir tras Avang y que en cualquier momento podrías retirarte, pero quisiste demostrarme que ibas en serio y yo decidí ayudarte..., te creí —sentí mi nariz temblar—. Creí que, si alguien podía sacarme de ese lugar y acabar definitivamente con todo esto, eras tú.

Malditos escrúpulos | TERMINADA | ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora