Capítulo 51

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Miré hacia la mesa delante de mí exactamente cuando un par de tacones plateados se me pusieron delante.

Las piernas desnudas de la chica bajaron conforme bajó ella y, una vez en cuclillas, abrió las piernas.

Volteé a ver a White a mi derecha.

—¿Por qué estamos aquí? —le pregunté.

El sujeto no estaba mirando a ninguna de las tantas bailarinas que hay aquí, ha estado buscando algo en el lugar.

Es un burdel.

—El dueño de esto es amigo de Avang.

—¿Cómo sabes?

—En algún momento le seguimos el rastro hasta aquí.

Avang no visita esta clase de lugares, no tiene ese tipo de interés por nadie.

—Ven —White se puso de pie, a lo que me levanté y me alejé antes de que esa chica me tocara.

Fue hacia los cubículos de atención personalizada, siguiendo a alguien y yo lo seguí a él a cierta distancia.

Cuando se detuvo, lo hice yo.

Volteé al ver a una chica entrar sola a uno de los cubículos y la reconocí a pesar de la ropa y de haberla visto de espaldas.

Miré a White y, segura de que estaba lo bastante ocupado, vigilando, fui hacia el cuarto, donde miré dentro por la cortina abierta.

—Lo siento, ya tengo reservación, cariño —dijo la mujer, de espaldas, arreglándose el maquillaje delante del espejo.

—No vengo por eso.

Se hizo a un lado, para verme mediante el reflejo y volteó enseguida.

Al verla, confirmé que es la misma chica que vivía puerta con puerta conmigo, la que fue mi dama de compañía por un tiempo, hasta que, según yo, se casó.

—¡No lo puedo creer! —sonrió—. Creí que habías desaparecido —continuó arreglándose.

Entré y observé el lugar.

Es inquietante la gran cantidad de espejos que rodean la cama principal y que hay inclusive reflejo en el techo.

Huele a perfume y sexo. Hay una selección de artículos de sadomasoquismo.

—¿Trabajas aquí?

—Un par de noches —respondió.

—¿No te habías casado?

Negó, sonriendo.

—O sea, sí, pero me separé, vine a quedarme con una tía y encontré esto.

Tengo entendido que ella no tenía documentos en regla como ciudadana estadounidense.

Volteé a la entrada cuando alguien se asomó. Creí que era su cliente, pero era White.

—Te perdí —me dijo.

—Tengo reservación, pero, si quieres, te hago un espacio —la mujer se dirigió a él, enredando una punta de cabello entre sus dedos.

—Gracias..., señorita, pero no —se puso nervioso.

La otra se encogió de hombros y volvió al espejo a terminar de arreglarse.

White me miró y, con un gesto, me preguntó qué estoy haciendo aquí.

—¿Cuánto tiempo llevas trabajando aquí? —le pregunté.

—Dos años, cariño —contestó sin voltear.

Malditos escrúpulos | TERMINADA | ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora