Capítulo 13

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Por la mañana, mientras desayunaba, Paloma entró con la charola de Aurora, completa, ni el vaso de agua consiguió quedarse allá.

—No quiso nada —repitió lo mismo de la semana anterior.

—Dámelo —Gabriela le pidió la charola, con la intención de desarmar el desayuno.

—No, no —me puse de pie y fui a tomarla yo, para volver a salir e ir de regreso al segundo piso.

Con la puerta abierta, me di el permiso de entrar y puse la charola en la mesa a los pies de su cama, donde tiene una especie de sala.

—Dije que no quería... —guardó silencio cuando me vio—. No tengo hambre —venía del vestidor, cepillándose el cabello.

—Si te mueres, a mí me matan —dije y tomé asiento en la cama—. No nos iremos hasta que desayunes.

Luego de enviarme todo su odio, vía telepatía, dejó el cepillo en el tocador, se sentó en un sofá y tomó el té.

—No es tan difícil...

—No te di permiso de hacerme una pregunta —me interrumpió.

—No es una pregunta —le resté importancia—. Si le dices a tu padre lo que pasó, tal vez te cambie de escuela o hable con quien tenga que hablar.

Me miró con molestia.

—Tú no entiendes, ¿verdad?

—¿Qué?

—Mis asuntos son míos —endureció el tono—. No tengo intenciones de compartirlos con nadie, eso incluye a mi padre y a los empleados —lo último me lo dijo con desprecio.

Dejó la taza, se puso de pie, tomó sus cosas y salió.

Me llevé de regreso la charola, la dejé en la cocina y fui al auto, donde Aurora ya me estaba esperando.

Como es su costumbre, no dijo una sola palabra en el camino, en cambio, era evidente que seguía molesta.

Empiezo a distinguir entre su mal humor y el disgusto directo hacia mí.

De regreso, no me dejaron ni terminar de estacionar dentro de la casa y Marisol junto con Paloma me dijeron que las llevara otra vez al centro comercial.

El auto de Aurora es solo para ella, así que las llevé en la camioneta, como la última vez.

Esta vez me pidieron entrar solo para cargar cosas. Como si ese fuera mi trabajo.

Se detuvieron un rato en un pasillo y lo único que estaba haciendo era mirar los artículos de caza. Me gustan las ballestas.

—¿Andrea? —me habló Paloma.

—Mande —desistí de aquella sección que solo estaba en mi campo de visión.

—¿La señorita no te dijo qué había elegido para la cena del sábado?

—No —contesté con obviedad.

—Llevo toda la semana preguntándole, pero ni siquiera me habla —se quejó Marisol al poner algo en el carrito.

—¿Cuál cena? —pregunté.

Las dos me miraron.

—Uno de los socios del señor Klaus va a ir a cenar, con su familia. Cosas de trabajo, pero la señorita es la que siempre aprueba todo —me explicó Marisol. No sabía nada de eso—. ¿Qué más falta? —se dirigió a Paloma.

—Según la lista de la señorita —la chica sacó su teléfono. Me reí para mí al escuchar «la lista de la señorita»—: Toallas, una caja de tampones y los aceites esenciales de la tienda naturista.

Malditos escrúpulos | TERMINADA | ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora