Capítulo 1

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Afra Tuedelaff

Una semana después...

Me molestan las cadenas en las muñecas. Últimamente estoy más flaca, me dan una comida al día, a veces no duermo bien del frío, otros veces se ríen y hacen chistes sobre mí.

Me drogan a cada rato con ese líquido verde, me hace alucinar, me hace soñar que estoy con él y nada de esto paso, me hacen imaginar que estoy entre sus brazos, que continuo feliz, me hacen pensar que no fue una marioneta que pudo manejar a su gusto.

Me encantaba soñar que estaba ahí, me encanta ese líquido. Me encantaba sentir que el hombre de ojos color miel mezclado con ambar estaba a mi lado.

Pero cuando el efecto pasaba me llegaban las ganas de vengarme, de matarlo, de hacerlo sufrir, de hacerlo sentir lo que yo sentí.

A veces añoraba todo lo que fuimos. Con él experimenté en muchos aspecto, pero en el que más aprendí fue en el «amor».

Él me enseñó que el amor no existe, que el amor es una cosa engañosa y enfermiza de donde sales echo pedazos. Algunos no logran salir, mientras que otros salen fenomenal, listos para engañar a otra persona o quizás para seguir con otra. Todavía no entiendo cómo estuve tan ciega, ¿cómo no me di cuenta que estaba con Cassia? Esa perra también va a pagar, tiene la desfachatez de estar festejando con él en su despacho y cuando me preguntó quién era yo y lo que le respondí me dejó como un bufón.

No me han dado líquido hace casi veintiocho horas, es como una tortura, es como morir. El sentimiento de vacío crece en el pecho, las pestañas se mojan con lágrima y duele la garganta de sollozar. Mi piel estaba casi pegada a mis huesos, mis costillas se marcaban en la piel, mis dedos se volvieron más flacuchos, mis brazos perdieron fuerza y me dolía extender las alas.

—¡Eyyy! ¡Prisionera! ¿Cómo te va la vida?—bromeó un guardia, los demás rieron.

—¡Bien! ¡Todavía respiro!—solté una pequeña risita y ellos rieron a carcajadas.  Al cabo de esta semana he socializado con los guardias, son agradables, no como mi verdugo, Exel Ortiz, el viejo promiscuo.

—¿Quieres la droga? ¿Quieres eso verdecito que tanto amas?—me preguntó uno de ellos haciendo un puchero desde la reja.

—¡Siii!—chillé emocionada.

—¡Para tu mala suerte el rey dijo que vendrá a dártelo personalmente!—me informó.

—¡Maldito viejo morboso!—escupí al piso moviendo mis manos para que las cadenas sonaran. Este viejo me causaba una rabia inmensa.

Los guardias volvieron a reír. Cuando él venía me apretaba las cadenas, me decía cosas desagradables, narraba formas en las que podía matarme, pero nunca, nunca, nunca me tocaba. Odiaba el olor de mi sangre, odiaba el olor de mi piel, me detesta a tal punto que siempre me pregunto que hice yo para ganarme su odio. «Existir» fue su respuesta.

Dos días después...

Me pregunto que hago aquí, puedo usar mis poderes y salir. Pero... ¿para qué? ¿Qué sentido tiene? ¿A dónde voy a ir?

Siempre miro la cicatriz en mi muñeca, cuando prometí cuidar a Saimond. No sé que es de su vida, a veces pienso que está bien, otras pienso que anda como vagabundo por las calles. Otras solamente pienso que murió, esa es una de mis pesadillas más frecuentes. Otras de mis pesadillas es donde Zyker repite:

"Te amo, condenada"

En ese momento lo entendí todo, desde el inicio estuve condenada a quedar así, condenada a odiarlo y quererlo a la vez.

En esta balanza siempre ganaría el odio, mi parte demonio siempre me dominaba, mientras que otras veces mis ojos se volvían grises como los de un ángel y yo solo lloraba.

—¡Pssst! ¡pssst! ¡Prisionera! ¡Prepárate! ¡El rey viene en camino!—murmuró un guardia.

Una parte de mí se puso feliz, feliz porque él traería ese líquido verde y yo dejaría de sentirme tan miserable.

El corazón del villano [2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora