Capítulo 50

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—Fue una linda experiencia.

—Pienso lo mismo—apago el monitor y le limpio la panza de Afra, le quito todo el gel.

(...)

Salgo de la ducha y solamente me pongo unos pantalones cortos. Afra está en la cama esperándome. Lleva un vestido para dormir diseñado por mí.

Me acuesto a su lado. Pego mi pecho a su espalda, las alas me rozan los pectorales. Mi mano va a su vientre, es grandote. Siento algunos cortos movimientos. Escucho el bostezo de Afra. Su olor a rosas no tarda en dormirme.

(...)

Abrí mis ojos un poco incómodo. Creo que Afra no ha dormido nada, cada rato siento sus vueltas en la cama.

—Afra—la llamo con voz soñolienta—. ¿Te siente bien?

—No puedo dormir—está sollozando silenciosamente.

Rápidamente me siento y me doy una palmada en la mejilla para espabilar mi sistema.

—Cariño—no sé de dónde sostenerla.

Es normal su llanto, las fluctuaciones hormonales la hace cambiar de humor. Hace unas horas irradiaba felicidad.

—Cariño—la ayudo a sentarse, se sostiene el vientre.

—Tengo hambre—la luz blanquecina de la luna me deja ver sus ojos de cordero lastimado.

—¿Te apetece comer algo?—puta mierda, son las cuatro de la mañana.

—Si—hace un puchero—. Quiero pizza, solo una mordidita.

—No está en la dieta, tiene demasiada grasa—niego.

—Necesita pizza—susurra afligida mientras solloza.

—Vale mi niña—le quito las lágrimas, no soporto verla así—. Haré una pizza para ti.

—Acompañame al baño, por favor—sus lágrimas caen.

—Te acompaño, no llores—la ayudo a levantarse. Tiene el corazón acelerado, lo sentí cuando rocé su pecho. Nos adentramos en el baño, enciendo la luz.

Va directo al retrete, me obliga a pararme delante de ella y sostener sus manos mientras orina. No me molesta, me parece algo gracioso.

—Tuve una pesadilla horrible. Me dió insomnio y no encuentro una posición cómoda para dormir, me da dolor en la espalda baja, es frustrante—se desahoga.

—¿Por qué no me despertaste antes?

—No quería molestarte—continua cabizbaja.

—Cuando sientas algún dolor y no puedas dormir me llamas inmediatamente, no importa la hora que sea, hazlo, siempre estaré disponible—bromeo con voz neutra.

—Gracias—susurra acariciando mis manos.

—Quiero que te sientas bien—la ayudo a levantarse y colocarse las bragas.

—¿Vas a cocinar una pizza para mí?—me abraza de repente.

—Si, hago lo que pidas—sus alas también me abrazan.

—Me gusta abrazarte, eres como un peluche—está paranoica—. Te amo mucho, mucho, mucho, mucho—ahora está sacando su parte tierna y melosa.

—Vale, también te amo—le susurré

—Pancita también te ama—se aparta y me sonríe.

Gran cambio de humor.

—¿Irás a la cocina conmigo?—le pregunto.

El corazón del villano [2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora