𝐀𝐦𝐨𝐫 𝐞𝐧𝐭𝐫𝐞 𝐥𝐚𝐝𝐫𝐢𝐝𝐨𝐬 𝐲 𝐫𝐨𝐧𝐫𝐨𝐧𝐞𝐨𝐬

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En una pequeña y pintoresca ciudad rodeada de campos verdes y colinas onduladas, vivía un perro llamado Riley. Riley era un pastor alemán, conocido por su lealtad y coraje. Su dueño, el amable señor Thompson, era el guardián del parque local, y Riley lo acompañaba fielmente en sus patrullas diarias.

Riley era el héroe del vecindario, siempre dispuesto a ayudar a quien lo necesitara. Ya fuera persiguiendo ardillas que se metían en los jardines o guiando a los niños perdidos de vuelta a casa, Riley estaba siempre en acción. Sin embargo, Riley tenía un punto débil: Valentina, o Val, como todos la llamaban, una elegante y astuta gata que vivía en la casa al final de la calle.

Val era una gata siamesa de pelaje suave y ojos marron intenso. Era conocida por su independencia y su habilidad para meterse y salir de problemas sin apenas esfuerzo. Su dueña, la señora Jenkins, era una amable anciana que siempre encontraba a Val durmiendo en los lugares más insólitos de la casa.

Desde la primera vez que Riley vio a Val, quedó cautivada por su gracia y elegancia. Sin embargo, Val no compartía el mismo sentimiento hacia Riley. Para ella, Riley era simplemente otro perro grande y torpe. A menudo la ignoraba o se burlaba de ella desde la seguridad de un árbol alto.

Un día, mientras Riley patrullaba el parque, vio a Val en apuros. Un grupo de perros callejeros la había acorralado cerca de un contenedor de basura. Sin pensarlo dos veces, Riley corrió hacia ellos, ladrando con fuerza. Los perros se dispersaron, y Val quedó a salvo.

—¿Estás bien? —preguntó Riley, jadeando por el esfuerzo.

Val, aun con el corazón acelerado, miró a Riley con una mezcla de sorpresa y gratitud.

—Sí, gracias a ti —respondió Val, tratando de recuperar su compostura—. Supongo que te debo una.

Riley sonrió y meneó la cola.

—No tienes que agradecerme. Es lo que hago —dijo modestamente.

A partir de ese momento, Val comenzó a ver a Riley con otros ojos. Aunque seguía manteniendo su distancia y su aire de superioridad, no podía negar que había algo en Riley que le atraía.

Con el tiempo, Riley y Val se encontraron más a menudo, ya fuera en el parque o en los jardines del vecindario. Empezaron a pasar más tiempo juntos, y una amistad inusual comenzó a florecer entre ellos.

Una tarde, mientras descansaban bajo la sombra de un gran roble, Riley se atrevió a preguntar:

—Val, ¿por qué siempre pareces tan distante? Sé que los perros y los gatos no siempre se llevan bien, pero creo que podríamos ser amigos.

Val, que estaba acicalándose, se detuvo y miró a Riley con una expresión pensativa.

—No es que no quiera ser tu amiga, Riley. Es solo que… los gatos somos diferentes. Nos gusta nuestra independencia y a veces necesitamos nuestro espacio. Pero debo admitir que desde que nos conocimos, he empezado a apreciar tu compañía.

Riley sonrió, satisfecho con la respuesta.

—Eso es todo lo que necesito escuchar —dijo alegremente.

A medida que pasaban los días, la relación entre Riley y Val se hizo más fuerte. Se convirtieron en compañeros inseparables, explorando juntos cada rincón del vecindario. Riley descubrió que, detrás de la fachada fría de Val, había una gata cariñosa y leal. Val, por su parte, aprendió a confiar en Riley y a admirar su valentía y lealtad.

Un día, un rumor comenzó a circular por el vecindario: una banda de mapaches estaba causando estragos, robando comida y destrozando jardines. Los residentes estaban preocupados, y el señor Thompson decidió organizar una patrulla nocturna para atrapar a los culpables.

Riley, siempre dispuesto a ayudar, se unió a la patrulla. Sin embargo, Val decidió seguirlo en secreto. Aunque no lo admitiera abiertamente, estaba preocupada por la seguridad de Riley.

La noche era oscura y silenciosa cuando Riley y la patrulla se adentraron en el parque. De repente, un ruido extraño llamó la atención de Riley. Sin pensarlo dos veces, corrió hacia la fuente del ruido, dejando atrás a la patrulla.

Val, que lo seguía de cerca, vio cómo Riley se enfrentaba a un grupo de mapaches. Aunque Riley era fuerte, los mapaches eran astutos y numerosos. Val sabía que tenía que intervenir.

Con agilidad felina, Val saltó sobre uno de los mapaches, arañándolo con sus garras. La sorpresa de la intervención de Val dio a Riley la oportunidad de retomar el control de la situación. Juntos, lograron ahuyentar a los mapaches.

—Gracias, Val —dijo Riley, respirando con dificultad—. No sé qué habría hecho sin ti.

Val, jadeando ligeramente, le sonrió.

—Supongo que estamos a mano —respondió—. Pero, Riley, tienes que ser más cuidadoso. No siempre puedes enfrentarte a todo solo.

Riley asintió, reconociendo la sabiduría en las palabras de Val.

A partir de esa noche, Riley y Val formaron un equipo formidable. Su amistad y compañerismo se volvieron el tema de conversación en todo el vecindario. La gente no podía dejar de admirar cómo un perro y una gata, tan diferentes en naturaleza, podían trabajar juntos con tanta armonía.

Una mañana, mientras el sol comenzaba a iluminar el vecindario, Riley y Val estaban sentados en su lugar favorito bajo el gran roble. Riley, que había estado pensando en los últimos eventos, decidió confesar sus sentimientos.

—Val, desde que te conocí, mi vida ha cambiado para mejor. Al principio, pensé que solo quería ser tu amigo, pero ahora sé que siento algo más por ti.

Val, sorprendida por la declaración, lo miró con ojos brillantes.

—Riley, yo… yo también siento lo mismo. Nunca imaginé que podría enamorarme de un perro, pero tú has demostrado ser más que eso. Eres mi compañero, mi amigo y, ahora, algo más.

Ambos se miraron en silencio, comprendiendo que su relación había evolucionado más allá de una simple amistad. El amor entre Riley y Val era puro y verdadero, un testimonio de que las diferencias no importan cuando dos corazones están en sintonía.

Con el paso del tiempo, Riley y Val continuaron protegiendo y cuidando su vecindario, pero ahora lo hacían como pareja. Los vecinos los veían con admiración y cariño, sabiendo que su amor era un ejemplo de cómo superar las barreras y las diferencias.

Un día, mientras paseaban por el parque, Riley y Val encontraron a un pequeño gatito abandonado cerca de un arbusto. El gatito estaba asustado y hambriento. Riley, con su instinto protector, lo recogió suavemente y lo llevó al señor Thompson.

—Parece que tenemos un nuevo miembro en la familia —dijo el señor Thompson con una sonrisa, acariciando al gatito.

Val, que observaba la escena, se acercó a Riley.

—Siempre supe que tenías un gran corazón, Riley. Ahora, tenemos a alguien más a quien cuidar.

El gatito, al que llamaron Max, se adaptó rápidamente a su nuevo hogar. Riley y Val lo cuidaron y protegieron, enseñándole todo lo que necesitaba saber para vivir en el vecindario. Max, con el tiempo, se convirtió en un vínculo más que fortalecía el amor entre Riley y Val.

Una noche, mientras el vecindario dormía, Riley y Val estaban acostados juntos en su lugar favorito bajo el roble. Las estrellas brillaban en el cielo, y una suave brisa acariciaba sus pelajes. Riley miró a Val y sintió una profunda gratitud por todo lo que habían compartido.

—Val, gracias por estar siempre a mi lado. Eres lo mejor que me ha pasado.

Val, ronroneando suavemente, se acurrucó más cerca de Riley.

—Y tú, Riley, eres mi héroe. Juntos, podemos enfrentar cualquier cosa.

Y así, bajo el cielo estrellado, Riley y Val sellaron su amor con un beso, sabiendo que su historia era solo el comienzo de una vida llena de aventuras y amor eterno.

El vecindario de Elysium nunca fue el mismo después de ellos. La gente aprendió que el amor verdadero puede surgir en los lugares más inesperados, y que las diferencias, en lugar de separarnos, pueden unirnos de maneras inimaginables. Riley y Val, un perro y una gata, se convirtieron en la prueba viviente de que el amor trasciende todas las barreras, y qué juntos, podían crear un mundo mejor.

OneShots (Val X Riley) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora