ESTEBAN - Capítulo 38

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Sigue caminando, me repetía a mí mismo con la mandíbula apretada.

Sentía un nudo en la garganta por aguantar el llanto.

Más rápido, continúa.

Aún tenía de la mano a Nicole y a pesar de que me había pedido que parara, yo no quería hacerlo, quería seguir huyendo hasta llegar a un lugar que esté lejos de todo y de todos.

-¡Para, Esteban! -Un grito me sobresaltó. Su voz sonaba tan rota que tuve que ceder.

Nos quedamos en silencio. No sabía qué decirle. Solo veía sus ojos ahogados por las lágrimas. Verla así, en ese estado, y todo por la culpa de mi papá..., todo por mí.

-Perdón.

Abrió más los ojos y tragó saliva con dificultad.

-Todo esto es mi culpa. Perdóname.

Al ver que no respondía, bajé mi mirada. Se acercó a mí y pude ver sus ojos marrones. Sonrió tristemente antes de deformar su rostro en un sollozo, me rompí delante de ella cuando se animó a abrazarme.

La rodeé el cuello con ambos brazos y escondí mi rostro en su hombro, sus manos fueron hasta mi espalda, apretando fuertemente. Oír su llanto mezclado con la melodía de la mía, hacía que fuera una escena desgarradora de ver, pero peor era vivirla en carne propia.

No sé por cuánto tiempo lloramos juntos, pero ella fue la se apartó para juntar mi frente con la suya.

-Ahora sería un buen momento para que me besaras. -dijo con un hilo de voz.

Solté una risa triste, y le acomodé su cabello detrás de sus orejas suavemente, disfrutando del tacto de su piel, y algunos cabellos sedosos.

Me incliné para hacer lo que me pidió, y sin duda, fue uno de esos besos imposibles de olvidar, esos que se te quedan tatuados en los labios, esos que saben a resiliencia, a lágrimas derramadas por el dolor, y por más que uno intente sentir lo mismo como si fuera la primera vez, no se puede.

Por eso disfruté tanto al sentir sus labios húmedos sobre los míos, bebí de sus lágrimas cuando estas se posaron y se escondieron en los suyos, la acaricié como si fuera la última vez.

Me separé de ella, aunque eso era lo último que quería hacer.

-No es tu culpa.

Asentí con la cabeza, dudoso.

-¿Qué quieres hacer? -preguntó al cabo de unos segundos que parecieron eternos.

-Estar contigo.

-Me refiero a algo que valga la pena.

-Estar contigo. -Repetí.

Rió en voz baja. Le ofrecí mi mano para irnos, la tomó sin pensarlo, y nos fuimos hacia donde el sol salía en el horizonte.

 Le ofrecí mi mano para irnos, la tomó sin pensarlo, y nos fuimos hacia donde el sol salía en el horizonte

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