Ecos de luz en el frio del poder
El pasillo hacia el despacho de Seneca Crane estaba envuelto en un aura de opulencia y frialdad. La decoración dorada y la luz tenue acentuaban la atmósfera de lujo y desolación que envolvía el lugar.
Me detuve frente a la puerta del despacho, llevaba un ajustado conjunto de lencería roja que daba la idea de no llevar nada, hecho a medida para resaltar mi figura con un brillo inquietante. Me hacía sentir vulnerable, cada roce de la tela sobre mi piel era un recordatorio de mi falta de control en esta situación y el control que tenía Séneca, quién lo eligió, debe estar al otro lado de la puerta esperándome con ansias, como siempre lo hacía.
Cuando la puerta se abrió, Seneca estaba allí, llevaba un elegante traje a medida, bien ajustado, que contrastaba con la escasez del mío, su mirada fija en mí con una mezcla de admiración y deseo que no pude ignorar. Sus ojos brillaban con intensidad.
— Seneca — dije, mi voz era un susurro tenso mientras me acercaba. Mi corazón latía con fuerza en mi pecho, pero mi rostro se mantenía en una máscara de calma.
— Ameera — respondió él, con una voz suave y seductora, mientras se acercaba para ofrecerme una copa de champán. Su tono estaba cargado de un entusiasmo que contrastaba con la frialdad de su entorno. Sus ojos recorrieron mi figura con una devoción que resultaba incómoda pero innegablemente halagadora y una sonrisa que no escondía su satisfacción.— Estás deslumbrante.
Tomé la copa y la bebí de inmediato, sin apartar el contacto visual. Seneca se acercó más, su cercanía me hizo sentir aún más expuesta.
Con movimientos cuidadosos, me dirigió hacia el sofá de terciopelo oscuro que dominaba la sala. La luz plateada del ambiente acentuaba el brillo de mi lencería, haciéndome sentir como una figura atrapada en un cuento de hadas, pero sin el encanto.
— ¿Cómo has estado, Seneca? — pregunté, intentando mantener la conversación en un tono ligero mientras me acomodaba.
— Mucho mejor ahora que te tengo— dijo él con un tono enigmático.
Me acomodó sobre él, sus manos se deslizaron por mi piel con una suavidad calculada, un contraste entre el deseo palpable en su mirada y el frío control que mantenía. Sentí un escalofrío recorrer mi cuerpo a medida que su piel tocaba la mía con firmeza y posesividad. Su mirada era intensa, casi voraz. Su boca se encontró con la mía en un beso que era a la vez impetuoso y calculador. La sensación de sus labios y su cuerpo era tan abrumadora como incómoda.
La noche avanzaba, y los besos y caricias de Seneca se volvían más insistentes, sentí una mezcla de desagrado y resignación. Cada toque suyo parecía estar cargado de una anticipación que no compartía. Mientras nos movíamos juntos, mi mente estaba distante de lo que estaba ocurriendo. Cada caricia y cada toque estaban destinados a complacer a él, no a mí, e asegurarme de que cada interacción dejara en él una impresión duradera.
Sin embargo, era evidente que Seneca estaba absorto en su placer, disfrutando cada momento con una intensidad que no podía ignorar. Su respiración se volvía más pesada y sus manos se volvían más insistentes.
Finalmente, mientras mi mente se mantenía distante, mi cuerpo respondía involuntariamente a las sensaciones con una mezcla de resignación y aceptación. Seneca, con una expresión de satisfacción, se dejó llevar y terminó dentro de mí. Yo permanecí sobre él, manteniendo una apariencia de calma y control. Seneca, con una sonrisa satisfecha, me miró con un brillo de complicidad en sus ojos.
— Eres una buena niña — dijo besandome — lo has hecho bien hoy — me reveló un secreto más para añadir a la colección, pero cuando iba a bajarme para cambiarme, él me tomó de la cadera con firmeza. — Cómo has sido una niña muy buena... quiero compensarte con algo — añadió, mientras movía mis caderas sobre él y una de sus manos se movía con deseo por mi cuerpo. Me sentí incómoda, pero traté de mantener la calma mientras él se deleitaba con mis senos. — Lamento lo de tus tributos, aunque así la chica hubiera sobrevivido, tampoco tenía oportunidad. Este año, la mayor amenaza son las mutaciones de palomas carnívoras, las ratas y las rastrevíspulas. Y contra eso no hay mucho qué puedas hacer, por más patrocinadores que consigas — Una lágrima, involuntaria, rodó por mi mejilla. Seneca, con una mirada que combinaba satisfacción y un toque de perversión, la limpió con su lengua, como si el gesto fuera una especie de consuelo, como si se excitara más con mi sufrimiento.

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Panems Queen
Fiksi PenggemarJoven, Hermosa e Inteligente La Vencedora Perfecta... La favorita del capitolio... Ameera había sido bendecida con regalo que nadie más tuvo... al menos eso creían los Distritos... No era nada más que la marioneta perfecta, con mucho que perder y d...