Joven, Hermosa e Inteligente
La Vencedora Perfecta... La favorita del capitolio... Ameera había sido bendecida con regalo que nadie más tuvo... al menos eso creían los Distritos... No era nada más que la marioneta perfecta, con mucho que perder y d...
Finnick y Dominick se encontraban en medio de una conversación cuando tuvieron una corazonada, algo no estaba bien y sin dudarlo, decidieron regresar a la mansión antes de lo planeado.
— ¿Crees que algo le haya pasado? — preguntó Nick, con la voz cargada de preocupación.
Finnick apretó el volante con fuerza, sintiendose realmente preocupado por Ameera y culpable por no haberse ido con ella — No lo sé, pero algo no está bien. Debí haber estado ahí antes.
El silencio pesado llenó el interior del auto, solo interrumpido por el zumbido del motor y el crujir de las hojas bajo las llantas. El tiempo parecía estirarse infinitamente hasta que finalmente llegaron a la mansión.
La desesperación se apoderó de ellos al ver a Darius forcejeando la puerta, su frustración palpable en cada intento fallido por entrar y escucharon las sirenas detrás de ellos, eran agentes de la paz. Sin perder un segundo, Finnick salió del auto y corrió hacia él. Con el corazón latiendo desbocado, agarró su arma y disparó al picaporte, desesperado por llegar hasta Ameera lo más rápido posible. La puerta cedió ante el impacto y entraron en la mansión, con el miedo aferrándose a ellos como una sombra.
Una vez dentro, el caos los envolvía. Mientras Darius y los agentes de la paz, registraban la mansión en busca de Ameera, Nick creyó que podría estar en la biblioteca, mientras Finnick se dirigió hacia su habitación, con el corazón latiendo al cien y suplicando porque ella esté bien. Cuando subió las escaleras, la escena que se presentó ante él lo dejó sin aliento. Julius estaba sobre Ameera, quien parecía inerte, solo sus lágrimas y lamentos desesperados llenaban el lugar. Sin pensarlo dos veces, Finnick apuntó y disparó al heredero Snow, el estruendo del disparo resonando en la habitación, haciéndolo retroceder.
Ameera temblando de miedo y apenas podía respirar, tenía su vista nublada por las lágrimas. Finnick se aproximó a ella con pasos lentos y cuidadosos, consciente de la fragilidad de su estado.
En un inicio se resistió al contacto, alejándose a una esquina, mientras su cuerpo temblaba y trataba de abrazarse a ella misma, pero su alma anhelaba desesperadamente la calidez y el consuelo de alguien que la protegiera, se sentía tan débil, tan rota, tan sucia. Finnick la rodeó con ternura, sus brazos envolviéndola con suavidad como un escudo contra el dolor que la acechaba. Sus palabras, cargadas de promesas y determinación, resonaron en el aire.
— Estoy aquí, mi princesita —susurró, su voz quebrándose con la emoción contenida—. Estamos aquí para protegerte. Nadie te hará daño, te lo prometo. — Ameera no podía dejar de llorar, el dolor era demasiado, pero a la vez una especia de alivio se apoderaba de ella poco a poco. Se aferró a Finnick como si fuera su ancla en medio de la tormenta, no se sentía capaz de sobrevivir a esto sola, según ella no era lo suficientemente fuerte, pero la verdad era que por mucho que lo fuera, no confiaba en que su salud mental lo sea, no para sacarla de ahí sin dejarse consumir por sus pesadillas y el alcohol, el alcohol era su adicción, lo necesitaba tanto en sus momentos más vulnerables, lo necesitaba para fingir estar bien, lo necesita para olvidarse de todo, así sea unos instantes. Poco después, el sonido de pasos apresurados anunció la llegada de los agentes de la paz, junto a Nick, cuyo rostro reflejaba la preocupación y la culpa por lo que pasaba. Ameera se aferró aún más a Finnick, buscando refugio en sus brazos mientras el mundo a su alrededor se desmoronaba en caos.
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