- ¿Pero qué...?- me dije a mí misma, extrañada. Oliver y otros dos compañeros de trabajo recogían las cosas de mi propio escritorio.- Ey, chicos, ¿qué hacéis?
- Trasladamos tu lugar de trabajo.- respondió Oliver.
- ¿A dónde? Las oficinas de los secretarios son aquí.
- Ya bueno, será porque según Martin ya no eres... secretaria.
- ¡¿Qué?!- solté sorprendida.
- Lo que ha oído, señorita Greens.- escuché que dijo Martin a mis espaldas.
- Jefe, ¿a dónde llevamos las cajas?- preguntó Roy.
- A mi despacho, han colocado un nuevo escritorio allí.- contestó.
- ¿Perdón? ¿Cómo que tu despacho?
- ¿Se ha levantado con problemas de audición, Natacha?- me dijo mientras se encaminaba hacia allí junto a Roy.
- Se acabó, yo lo mato.
- Ya lo sabía, por eso te he dejado un destornillador en una de las cajas.- me susurró Oliver.
- No tiene gracia, Oli.
- Oye solo trato de subirte el ánimo antes de que acabes en la cueva del lobo solitario y desesperado.- decía mientras cargaba una de las cajas.- Podrías ayudarme, ¿no?
- Sí, perdona.- solté acercándome a la última caja que quedaba en el suelo, al lado del que fue mi amado escritorio.
Ambos nos encaminamos hacia el despacho de Martin, donde él estaba hablando por teléfono y caminando de un lado a otro.
Dejamos las últimas cajas sobre mi nuevo lugar de trabajo, el cual estaba pegado a la pared, con suerte, algo alejado del de Martin.
- Debo irme.- me dijo Oliver.
- No, no me dejes sola.- susurré agarrándome a la manga de su chaqueta.
- Vamos, no será para tanto. Ni que te fuera a obligar a casarte con él.
Una vez que Oliver salió del despacho de Martin, éste cerró la puerta.
Mantuve el silencio y me senté. Poco a poco comencé a sacar mis cosas de las cajas para colocarlas en los cajones del escritorio.
- Necesito que me revises estos informes, asistente.- dijo Martin dejando tres carpetas sobre la mesa.
- ¿Asistente?
- Sí verás, es tu nuevo puesto de trabajo. De secretaria a asistente, un golpe bajo.
Me quedé petrificada allí mismo, todo esto seguramente tenía que ver con la discusión de ayer.
Martin tiene un comportamiento infantil y odia perder o que lo humillen. Y encima tener que soportar el hecho de estar en una habitación encerrada con él, sirviéndole cafés sin parar y seguramente acabando más de dos de sus proyectos de marketing, no me tranquilizaba para nada. De hecho me incomodaba y cabreaba.
¿Hasta dónde podría llegar este hombre para conseguir mi atención?
Abrí una de las carpetas y hojeé las páginas e informes.
- Esto va a ser duro.- susurré.- Venga Natacha, a unas malas estarías despedida. ¿A quién quiero engañar? Si me despidiera sería la más feliz del mundo.
- Por eso no lo hago.- me dijo Martin.- Ten cuidado con lo que dices Natacha, en esta habitación hay mucho eco.
Estuve horas leyendo hojas y haciendo cuentas, todo realmente agotador. Miré el reloj de mi muñeca, solo quedaban cinco minutos y podría ser libre.
- Natacha, ven un momento.
Me incorporé y caminé hasta su escritorio, donde estaba él mirando atentamente la pantalla del ordenador.
- ¿Qué ocurre?
- ¿Ves algún fallo aquí?- me dijo.- Es que las cuentas no me salen, y estoy a punto de perder la cabeza con tanto papeleo.
- Déjame ver.- dije apoyándome en la mesa de su escritorio. Miré atenta el documento, eran los gastos que debíamos pagar a final de mes, y sí parecía haber un error.
Cogí la calculadora y comencé a sumar los números para ver si el resultado de las cuentas era el que debía ser. De un momento a otro las luces de la planta se fueron a pagando, quedando completamente solos.
Estaba tan concentrada en descubrir cuál era el fallo que ni había visto a Martin incorporarse. De repente noté sus manos en mi cintura.
- ¿Qué haces?- dije molesta.
- Necesito diversión, Nat, y sé perfectamente que tú también.
- De verdad,- dije separándome de él bruscamente.- entre tú y el idiota de la camarita de video lográis que me cabree de verdad. ¿Qué pasa? ¿También tendré que encontrar el final del infinito para que cuando llegue me dejes tranquila igual que el otro?
- ¿Pero de qué estás hablando?
- ¿Sabes qué? Soluciona tú el problema que para algo es tu empresa.
Salí del despacho de inmediato nada más coger mi mochila y el teléfono. Solo quería llegar a casa, era lo único en lo que estaba pensando durante el largo trayecto en taxi.
- Gracias.- dije entregándole un billete de veinte dólares.- Y quédese con el cambio.
- Adiós, señorita.
Caminé hasta la entrada, y tras tres intentos conseguí meter la dichosa llave en la cerradura. Abrí la puerta, y lo único que llegué a soltar nada más entrar fue:
- ¡Lo odio! De verdad, ¿sabes lo que me ha hecho, Ellen? ¡Se ha pasado tres pueblos! Ojalá llegue el día en el que me despida o... ¡Dios!- grité nada más cerrar la puerta y dar unos cinco pasos hacia el salón, dejándome caer en el sofá, completamente rendida.
- ¿Qué ha pasado ahora?
- Ahora soy su asistente, Ellen, ¡su maldito asistente!
- ¿Así sin más? ¿De un día a otro?- dijo extrañada.
- Pues claro, ¡como el pequeño Martin de cinco añitos se enfadó por cómo le hablé ayer pues ha decidido castigarme poniendo mi lugar de trabajo en su maldito despacho y teniendo que soportarle aún más cerca que antes!- grité.
- Vale, pero tranquilízate.- dijo acariciando mi espalda.- ¿Sabes? Tengo una sorpresa para ti.
- Adivino, va a aparecer Max con la cámara de vídeo para inmortalizar este momento y así desesperarme más de lo que ya estoy.
- No, no soy tan cruel.- contestó entre risas.- Mañana iremos a arreglar los últimos asuntos que quedan sobre tu nuevo apartamento. Te entregarán las llaves y solo quedaría que rellenaras los últimos papeles para que esté a tu nombre. Ya está completamente amueblado, a unas malas cambiaríamos la posición de los muebles para que quedara a tu gusto. ¿Qué te parece?
- Estupendo. Al fin, tengo casa, y Ryuk nuevos muebles que arañar.
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Cómo ser la Torpe perfecta.
ChickLitNatacha Greens, una mujer sencilla de veintisiete años, como todas algo alocada, enamorada de la vida y su ciudad natal, Florida. Con un apartamento de lujo, un trabajo asegurado y... ¿a quién queremos engañar? Empecemos de nuevo. Natacha Gree...