27: Confesión inconfesable

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Al otro lado de la encimera de la cocina, tanto mi madre como Ellen parecían querer entrar en mi cabeza y saber lo que pensaba a cada momento. Entrelacé los dedos de mis manos y tragué saliva, decidida a guardar el silencio que nos invadía a las tres.

- Bueno...- dijo Ellen tras un leve suspiro.- ¿vas a decirnos de una vez lo que te pasa? Porque de aquí no vas a moverte hasta que lo hagas.

- ¿Qué queréis que os diga? Mi madre ya se ha encargado de contarte con todo lujo de detalles lo que ocurrió ayer por la noche.- le dije a Ellen.- No hay nada que contar.

- Sí, sí que lo hay.- aseguró mi madre mirándome con picardía.

- Vaya,- dijo Ellen con una amplia sonrisa.- ¿hay algo que no me has contado, Natacha?

- Yo solo diré que todo se desató tras el día en el parque de atracciones.- aportó mi madre.

Ella intercambió una mirada cómplice con Ellen, dándole a entender que había algo de suma importancia que ella no sabía, lo que alimentó aún más su curiosidad. Ellen se apoyó sobre la encimera y me agarró de la camiseta, atrayéndome hacia ella.

- Contéstame a esta sencilla preguntita,- dijo a la vez que cogía aire.- ¿tiene que ver con Maxi?

- Sí.- contesté tras inhalar profundamente.

Mi respuesta provocó que soltara un agudo chillido mientras agitaba las manos frenéticamente. Mi madre dejó escapar una leve carcajada al verme tapándome las orejas y a Ellen saltar en su sitio mientras se contenía las ganas de volver a chillar.

Sabiendo que ya no había marcha atrás, supe que era hora de aceptarlo y decirlo sin miedo alguno, o al menos decírselo sin miedo a ellas. Me armé de valor y pensé en cómo les diría ese secreto que, hasta este día, para mí era algo inconfesable.

- La verdad es que tras el día que pasé con Max en el parque de atracciones, pude darme cuenta de que no era tan mal chaval.

- ¡Te lo dije!- dijo Ellen señalándome con su dedo índice.

- En fin, solo bastaron unas semanas para darme cuente de que... le había cogido algo de cariño. Es por eso que estaba algo más distante, ¡por Dios, parecía tartamuda cuando me decía: Buenos días con esa maldita sonrisita ladeada!

- ¡Nat, te has enamorado!- me dijo Ellen, sonriente, a lo que yo asentí ante semejante verdad.- ¡Díselo, declárate!

- No, no, eso no puedo hacerlo.- respondí negando con la cabeza.

- ¡Venga ya Natacha!- dijo mi madre dando un golpe en la encimera, consiguiendo que Ellen y yo botáramos del susto.- ¿Qué quieres, esperar a que él de el paso? ¡Ni hablar! Saca tu coraje, plántate frente el problema y ¡coge al toro por los cuernos! Entendiendo por toro a Max y por cuernos a su camisa.

- Vaya charla más motivadora.- dijo alguien a mis espaldas.

- ¡Erick! Cielo, ¿Qué haces aquí?- dijo mi madre rodeando la encimera para acabar abrazándole, cambiando de actitud de un segundo a otro.

- Estos días estoy trabajando en el turno de tarde, por suerte podré ayudaros con Edward. Hoy me lo llevaré cerca de la entrada de la finca para colocar algunas cosas, así lo mantendremos lo más alejado de la carpa posible.

- Bien, entonces ¡a trabajar!- dijo Ellen llevándome hacia la salida.

Ambas salimos hacia el jardín de la casa, lugar donde tendría lugar la fiesta de cumpleaños de Edward, de la cual él no tenía ni idea. Archie, al vernos, alzó el brazo y nos saludó, dejó a los hermanos despejando el jardín trasero y se acercó a nosotras con ayuda de su silla de ruedas.

Cómo ser la Torpe perfecta.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora