Abrí la puerta de mi apartamento, cansada, deseando quitarme los malditos tacones y tirarlos por la ventana.
Me dejé caer sobre el sofá mientras suspiraba pesadamente, Ryuk apoyó sus patas delanteras en el cojín del sofá, quedando frente a mi rostro. Olisqueó mi nariz y la lamió repetidas veces antes de subirse de un salto y tumbarse en mi espalda entre ronroneos.
- ¿Sabes? Me mostraré desanimada más seguido para recibir algo de cariño por tu parte, Ryuk.- le dije.
Desgraciadamente la paz y la tranquilidad se esfumaron al escuchar la peculiar canción de mi tono de móvil, de la cual Ellen es más que fanática: Greased Lightning del conocido clásico Grease.
- Maldito John Travolta, no había un mejor momento para empezar a cantar, ¿verdad?- dije entre suspiros mientras trataba de coger el maldito teléfono de la mesa de café.
Estiré mi brazo, tratando de moverme lo más mínimo, Ryuk saltó de donde estaba y a su vez, simplemente al rozar el teléfono, caí del sofá quedando en el hueco que había entre éste y la mesa.
Solté un pesado suspiro y contesté la llamada.
- ¿Qué ha pasado ahora, Ellen?
- ¡Natacha! ¡Te necesito, ya!- gritó.
- ¡Maldita sea no grites, vas a dejarme sorda!- contesté alejando el teléfono de mi oreja.- ¿Dónde estás?
- Frente la puerta de tu apartamento.
- ¡¿Y por qué no llamas a la puerta?!
- ¡No lo sé, solo ábreme!
Finalicé la llamada al escuchar su respuesta, y al segundo, el agudo timbre comenzó a sonar sin descanso, dándome a entender que era ella y posiblemente, había pasado algo muy gordo.
- Vas a cargarte el botón como no pares de llamar así.- le dije al abrir la puerta.
- Te lo pagaría si alguna vez pasase.- contestó entrando a toda prisa.
- Eso mismo dijiste con la antigua radio de mi madre y todavía sigue con la antena atravesada por los altavoces.- suspiré.- Dime qué ha pasado.
- Algo increíble, ¡pellízcame porque sigo creyendo que es un sueño!
- No digas esas cosas porque sabes a la perfección que las hago sin piedad.
- Déjate de bromas, Nat, es algo muy importante.
- Pues ve al grano.- dije caminando hacia los taburetes de la cocina.
- Es que... no sé si debería o no.- contestó viniendo detrás de mí.
- Por favor, no me dejes con la miel en los labios, Ellen. Dímelo.
- Bien.- dijo antes de suspirar pesadamente.- Edward se me ha declarado.
- ¡¿Qué?!- contesté sorprendida a la vez que trataba de evitar que el taburete se callera por mi habitual golpe contra él.
- Lo que oyes.
- ¿Y qué has hecho?
- Pues, me puse nerviosa.- dijo cabizbaja.
- Oh no.- contesté llevando mi mano derecha a mi frente.
Ellen era horrible cuando se ponía nerviosa, se convertía en una torpe de primera categoría y se llevaba todo por delante, aunque no hubiera nada con qué tropezarse. Más o menos era una doble de mí misma, solo que yo debía vivir con ello cada día.
- ¿Qué hiciste?
- Resumidamente tiré una de las sillas al suelo, acompañada de mis papeles, y cuando acabé de recogerlos con su ayuda y escuchar su frase salí corriendo como una cobarde. Oh, Nat, la he liado pero bien.
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Cómo ser la Torpe perfecta.
ChickLitNatacha Greens, una mujer sencilla de veintisiete años, como todas algo alocada, enamorada de la vida y su ciudad natal, Florida. Con un apartamento de lujo, un trabajo asegurado y... ¿a quién queremos engañar? Empecemos de nuevo. Natacha Gree...