17: Código E

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Abrí la puerta de mi apartamento, cansada, deseando quitarme los malditos tacones y tirarlos por la ventana.

Me dejé caer sobre el sofá mientras suspiraba pesadamente, Ryuk apoyó sus patas delanteras en el cojín del sofá, quedando frente a mi rostro. Olisqueó mi nariz y la lamió repetidas veces antes de subirse de un salto y tumbarse en mi espalda entre ronroneos.

- ¿Sabes? Me mostraré desanimada más seguido para recibir algo de cariño por tu parte, Ryuk.- le dije.

Desgraciadamente la paz y la tranquilidad se esfumaron al escuchar la peculiar canción de mi tono de móvil, de la cual Ellen es más que fanática: Greased Lightning del conocido clásico Grease.

- Maldito John Travolta, no había un mejor momento para empezar a cantar, ¿verdad?- dije entre suspiros mientras trataba de coger el maldito teléfono de la mesa de café.

Estiré mi brazo, tratando de moverme lo más mínimo, Ryuk saltó de donde estaba y a su vez, simplemente al rozar el teléfono, caí del sofá quedando en el hueco que había entre éste y la mesa.

Solté un pesado suspiro y contesté la llamada.

- ¿Qué ha pasado ahora, Ellen?

- ¡Natacha! ¡Te necesito, ya!- gritó.

- ¡Maldita sea no grites, vas a dejarme sorda!- contesté alejando el teléfono de mi oreja.- ¿Dónde estás?

- Frente la puerta de tu apartamento.

- ¡¿Y por qué no llamas a la puerta?!

- ¡No lo sé, solo ábreme!

Finalicé la llamada al escuchar su respuesta, y al segundo, el agudo timbre comenzó a sonar sin descanso, dándome a entender que era ella y posiblemente, había pasado algo muy gordo.

- Vas a cargarte el botón como no pares de llamar así.- le dije al abrir la puerta.

- Te lo pagaría si alguna vez pasase.- contestó entrando a toda prisa.

- Eso mismo dijiste con la antigua radio de mi madre y todavía sigue con la antena atravesada por los altavoces.- suspiré.- Dime qué ha pasado.

- Algo increíble, ¡pellízcame porque sigo creyendo que es un sueño!

- No digas esas cosas porque sabes a la perfección que las hago sin piedad.

- Déjate de bromas, Nat, es algo muy importante.

- Pues ve al grano.- dije caminando hacia los taburetes de la cocina.

- Es que... no sé si debería o no.- contestó viniendo detrás de mí.

- Por favor, no me dejes con la miel en los labios, Ellen. Dímelo.

- Bien.- dijo antes de suspirar pesadamente.- Edward se me ha declarado.

- ¡¿Qué?!- contesté sorprendida a la vez que trataba de evitar que el taburete se callera por mi habitual golpe contra él.

- Lo que oyes.

- ¿Y qué has hecho?

- Pues, me puse nerviosa.- dijo cabizbaja.

- Oh no.- contesté llevando mi mano derecha a mi frente.

Ellen era horrible cuando se ponía nerviosa, se convertía en una torpe de primera categoría y se llevaba todo por delante, aunque no hubiera nada con qué tropezarse. Más o menos era una doble de mí misma, solo que yo debía vivir con ello cada día.

- ¿Qué hiciste?

- Resumidamente tiré una de las sillas al suelo, acompañada de mis papeles, y cuando acabé de recogerlos con su ayuda y escuchar su frase salí corriendo como una cobarde. Oh, Nat, la he liado pero bien.

Cómo ser la Torpe perfecta.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora