Anónimo:
Me costaba creer que ella era yo. Ver a esa chica de cabellos largos y brillantes frente al espejo era una tortura. Tenía en el rostro plasmada la belleza regalada de una noche de luna, sus ojos eran poseedores de un color que se asemejaba al café y en ellos se guardaban historias sobre un amor prohibido que jamás habían sido contadas.
Miré mi abdomen y me odié un poquito más. Tenía el cuerpo que siempre había deseado, la cintura perfecta, las piernas esbeltas y las manos tan delicadas como los pétalos de una flor y, aun así, seguía odiándome de sobremanera. Sabía que esa no era yo, que le faltaban las imperfecciones que habían en mi piel, las pecas que me adornaban la clavícula, los lunares en las mejillas y las manchas adquiridas por el sol.
Que me falta el bulto en el abdomen, los muslos llenos de esas pequeñas estrías que tanto había detestado antaño. No lograba concebir el hecho de que esta era la vida que había anhelado tener, la perfección desbordándose por las grietas creadas en mi mundo, la belleza ahorcándome y dejándome sin aire y el amor de una familia que jamás había sabido quererme.
Tenía todo lo que siempre había querido, pero ya no lo quería tanto.
Tragué saliva con fuerza y apreté mis puños de manera tal que fui capaz de sentí como mis uñas me creaban heridas en las palmas de las manos. Dejé salir un suspiro doloroso que terminó por robarse un pedacito de mi alma. Estaba cansada de vivir de esta manera, encontrándome a diario con una realidad que no era la mía.
Una lágrima resbaló despacio seguida de muchísimas más que cayeron y mojaron mis labios con su salado sabor. La rabia se apoderó de mí y unos espasmos pequeños me recorrieron de pies a cabeza. Enseguida mis manos comenzaron a temblar y fui incapaz de retener durante más tiempo el dolor cegador que atormentaba mi alma.
Lloré durante demasiado tiempo, dejando que los sollozos se robaran mi aire y reemplazaran mis sonrisas falsas por agonías perpetuas. Lloré hasta que la noche se empeñó en adueñarse del color de los cielos. Lloré hasta que las lágrimas se secaron en mis mejillas y mi corazón sangró por la melancolía que lo azotaba. Lloré hasta que el sueño me venció y terminé por quedarme dormida.
💎💎💎
El cielo tenía un color precioso ese día. El celeste que lo pintaba ya no lucía tan pastel, sino que parecía haber absorbido gran parte del color azulado que los mares tenían. Las nubes estaban coloreadas con el color de la pureza y desde donde me encontraba casi podía sentir el dulce de su algodón.
Recogí la cesta del suelo y terminé por llenarla con algunas verduras más. Intenté que los nervios no erizaran mi piel como usualmente sucedía y le pedí a mi corazón que no latiera tan alto, pues no quería que él pudiera escucharlo. Sonreí para mis adentros, dispuesta a lucir una máscara de indiferencia que no poseía.
Llegué al establo, lo vi y enseguida mis plegarias se vieron olvidadas por mí misma. Mi miocardio se aceleró de una manera desorbitante, mis manos temblaron ligeramente al dejar la canasta sobre una mesita que había en el lugar y los vellos de mi piel me hicieron cosquillas al elevarse.
-Señorita...-me saludó y su voz se esparció despacio por cada lugar de mi piel.
-Volveré en una hora. -mi hermano salió del lugar con una bolsa de monedas que él le había entregado.
-Creí que no vendría esta tarde. -aseguré y me mantuve en mi lugar temerosa de acercarme y no poder controlar los impulsos de mi cuerpo.
-Jamás faltaría a uno de nuestros encuentros. -afirmó y en cuestión de segundos lo tuve frente a mí.
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El Poder De La Nada. (LIBRO 1 Y 2)
Fantasy"En un mundo de magia y misterios, el amor puede ser un refugio... o la tormenta que desata la guerra. La sangre dorada en el suelo es solo el comienzo; en Aethel, cada lágrima derramada forjará el futuro de una tierra mágica."