Capítulo 25: Anónimo

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No tenía muchos recuerdos sobre mi infancia.

Sabía que mamá había perdido la vida unos pocos minutos después de haberme dado luz, que mi padre se había refugiado entre bebidas que lo hacían perder el conocimiento y que mis hermanos me odiaban por haberles quitado a su madre.

Vivía en una pequeña casita en un pueblo que quedaba a dos horas de la ciudad con mis siete hermanos y mi padre. Durante los primeros nueve años de mi vida, estuve encerrada en una pequeña habitación de la casa. Pasaba días enteros sin tomar ni beber nada en lo absoluto hasta que ellos me recordaban y me llevaban algunas sobras de comida rancia. Bañarme también era un lujo para mí, pues rara vez tenía permitido salir de mi recámara para tomar un baño.

Pero lo peor llegó cuando cumplí los diez años y mi padre descubrió que no tenía poder y que mi maná era inexistente. Ese día, me golpearon con tanta fuerza que pasé tres días inconsciente. Para cuando desperté, mi casa estaba llena de hombres bien vestidos que me miraban como si yo no fuera más que un premio que estaban a punto de obtener.

Dos de mis hermanos, tomaron mis brazos con fuerza para mantenerme quieta mientras uno de los hombres que había venido, introducía un artefacto punzante en mi muslo. Con rapidez, extrajo de mi cuerpo un líquido tan negro como la oscuridad que me había hecho compañía cada una de mis frías noches.

De la nada, entraron más señores con numerosas bolsas, rebosantes con monedas de oro, entre sus manos. Mi papá asintió y me miró buscando reconfortar su egoísta corazón con aquel gesto. Sin darme cuenta, las lágrimas abandonaron mis ojos como agujas llenas de veneno, abracé a papá y le pedí que no me vendiera.

Pero el ya había tomado una decisión y todos parecían contentos con ella.

Todos menos yo.

Pero, ¿a quién le importaba una niña nacida envuelta en miserias y culpas?

Uno de los hombres, envolvió una cuerda en mis muñecas y puso una bolsa oscura en mi cabeza. Mientras salía de la casa, podía escuchar con claridad la risa de mis hermanos y de mi padre. Lloré durante tanto tiempo, que cuando dejé de hacerlo mis ojos sintieron la necesidad de seguir derramando calientes y punzantes lágrimas.

No supe que pasó después y tampoco hacia dónde estaba siendo llevada, pero cuando desperté, estaba encerrada en una oscura y apestosa celda. Había una pequeña camita con muelles salidos, un váter que desprendía un olor putrefacto y una soledad susurrante y abrumadora.

Pasaron los días y como era de costumbre, no recibí ni una sola visita de nadie, ni una gota de agua, ni un poco de comida. En una ocasión, una mujer de ojos preciosos y cabello rubio abrió la rejilla oxidada que me impedía salir de la celda y dejó entrar a dos señores. El miedo me apretó la garganta cuando creí que acabarían conmigo, pero para mi buena o mala suerte, me tomaron de los antebrazos y me sacaron de aquel lugar.

Un largo y recto pasillo se alzó ante mí y pude observar numerosas celdas llenas de personas que se encontraban en mi misma situación. El aire comenzó a faltarme y el temor acarició los sucios poros de mi piel. Fui arrastrada por todo el pasadizo hasta que llegamos al final del mismo y otros dos pasajes idénticos se alzaron ante mí.

Entramos en el del medio y me llevaron a una habitación llena de mujeres y hombres vestidos con batas blancas y rodeados de máquinas grandes y extrañas para mí. Me lanzaron cubetas de agua gélida y los mugrosos harapos que tenía, se adhirieron a mi piel.

Me desnudaron con fiereza y las lágrimas no dejaban de salir de mis ojos, me pusieron una vieja bata azul y luego me analizaron en cada una de las raras máquinas que habían en el lugar. Cuando creí que era hora de volver a la vieja celda en la que había pasado algunos días, volvieron a tomarme de los antebrazos y a arrastrarme por todo el pasillo hasta que nos adentramos en otra habitación.

El Poder De La Nada. (LIBRO 1 Y 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora