Capítulo 15: Hermanas.

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En Aethel, había una leyenda sobre las almas muertas y perdidas que deseaban encontrar un rumbo. Se decía que buscaban la misericordia de la Diosa Luz.

Se contaba que en cuanto un ser moría, la luz al final del camino que los llevaba directo al Templo de los Sueños, dónde habitan las almas que habían conseguido pasar la luz, era el destino final.

Pero habían almas, que tenían asuntos pendientes con el mundo de los vivos, se decía que les tomaba años comunicarse con un ser viviente, y que a su vez, con el paso de los años la luz se volvía más pequeña y dejaba a las almas sumida en una oscuridad eterna.

Cuando un alma lograba comunicarse con un ser viviente, podía susurrarle, acariciarle e incluso, dejarse ver.

Pero esto eran solo leyendas contadas de padres a hijos, puesto que se decía, que jamás un alma había logrado materializarse y comunicarse con un ser viviente de Aethel, y que si lo hacía, jamás encontraría la luz que lo llevaría hasta el Templo de los Sueños y entonces, terminaría llevando a la muerte a aquel ser con el que se había comunicado.

Anónimo:

Llevaba dos meses lejos de Raden. Me había escapado de aquel lugar y lo único que me había llevado era mi diario.

Desde que estaba viviendo en este nuevo lugar podía sentir la tranquilidad envolviéndome. Él estaba enseñándome el arte de las flechas y, honestamente, me encantaba aquello.

Pasábamos horas hablando bajo la luz de la luna, íbamos prácticamente a diario de paseo por el pueblo tomados de la mano y en las noches, me contaba historias de amor que desencadenaban la pasión entre dos extraños que no debían amarse.

Sabía que era prohibido nuestro amor, que Raden jamás permitiría que algo como esto sucediese si llegaba a enterarse, pero cuando debajo de un atardecer dibujado con tonalidades rojizas y anaranjadas me pidió compartir el resto de mi vida a su lado y puso un precioso anillo dorado en mi dedo anular, no tuve más remedio que olvidar aquello que me martilleaba la mente.

Quizás, si no me hubiera ido del lado de Raden no hubiese sido tan feliz, pero hubiera alargado la vida de mi amado.

Recuerdo: Verena 15 años:

Me encontraba en una celebración por el cumpleaños de Iris. Tía Lyanna se había encargado de toda la decoración del baile, de peinar los cabellos de mi prima y ayudarla con su precioso vestido.

Mi corazón se llenó de una terrible tristeza mezclada con el vacío. Llamé la atención de mi abuelo, que se encontraba a mi lado.

-¿Qué pasa Verena? -preguntó.

-¿No tienes cuadros de mamá? -inquirí en voz baja.

-Te dije que tus padres no solían perder el tiempo con esas cosas, niña. -respondió.

-¿Cómo eran?

-¿Por qué no vas a bailar con tu prima y dejas las preguntas tontas? -se molestó.

-Pero abuelo, quiero saber si me parezco a ella.

-No, tú mamá no se parecía a ti en lo absoluto. -contestó seco.

 -contestó seco

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El Poder De La Nada. (LIBRO 1 Y 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora