Capítulo 3: Mi temor.

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En este mundo había logrado encontrar aquello que en Aethel jamás había tenido: la oportunidad de tomar mis propias decisiones y de ser capaz de elegir lo que yo quería

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En este mundo había logrado encontrar aquello que en Aethel jamás había tenido: la oportunidad de tomar mis propias decisiones y de ser capaz de elegir lo que yo quería. Aunque, al principio las cosas habían sido diferentes, pues al no poder comunicarme con nadie más que con Verena, me sentía atrapado en mi propia mente todo el tiempo.

Habíamos aprendido que en este mundo no podíamos usar la magia, pero nuestra conexión mental, aquella que compartíamos gracias al vínculo, se mantenía intacta. No podía usar las sombras para comunicarme con el resto, ya que en cuanto hacía uso de mi poder, comenzaba a sufrir numerosas lesiones por todo mi cuerpo que, si no me detenía a tiempo, terminarían por matarme.

No habíamos pasado dos semanas en este lugar cuando la tortura comenzó. Recordaba a la perfección aquello que la amiga de Verena me había dicho sobre un castigo que los dioses me impondrían por haber cambiado el curso del destino, sin embargo, jamás creí en la posibilidad de que aquello fuera cierto.

Una noche, estaba en mi habitación junto a Verena mientras intentábamos aprender a usar los celulares, cuando lo sentí. Un grito desgarrador amenazó con hacer explotar mis tímpanos y un dolor arrollador se expandió por todo mi pecho. Escuchaba como un ser, uno desconocido para mí, me pedía a gritos misericordia y me obligaba a sentir sus pesares, sus dolores y tormentos.

En un primer instante no comprendí lo que sucedía, de hecho, no fui capaz de comprenderlo hasta la tercera vez que me sucedió. Aquello que sentía no era más que mi castigo divino por haber traído de vuelta a Nolan. Estaba sintiendo como cada ser mágico moría y pasaba hacia una mejor vida a través de mi cuerpo. Yo sentía toda la agonía que carcomió sus cuerpos y el desespero que había en sus llantos por el miedo a no saber qué pasaría después.

La culpa por no haber vivido una mejor vida, la tristeza por sentir que aún faltaba mucho por hacer y por no haber podido despedirse de aquellos a los que querían. Por dos meses enteros, en cada uno de mis días, sentía como los seres morían y yo no podía hacer nada para aliviar su dolor, y tampoco el mío. Celia tuvo que mentirle a todos los vecinos y decirles que padecía una enfermedad mortal para la que aún no se había descubierto un tratamiento, pero, que no se detendría hasta que yo lograra quedarme con vida.

Y así lo hizo.

Se mantuvo a mi lado todo el tiempo, en cada noche donde los dolores me consumían, y en las mañanas para cuidar mi sueño. Ella se convirtió en una figura importante para mí, una persona a la que podía acudir si no sabía cómo gestionar mis problemas y emociones.

Un día, los dolores simplemente desaparecieron y estuve tan agradecido de volver a escuchar mi voz, que pasé toda una semana hablando sin parar para reafirmarme que podía hablar. Verena estuvo tan contenta, que, por primera vez desde que habíamos llegado a este mundo, quiso salir a tomar helado junto a nosotros.

Sentir como su palma se posicionaba encima de la mía mientras con suavidad y timidez acariciaba mis dedos, logró sacarme de mis pensamientos. La miré, y detallé su rostro como hacía cada vez que mi mirada se veía eclipsada por su belleza.

El Poder De La Nada. (LIBRO 1 Y 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora