Capítulo 18: Hija del destino.

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Finalmente habíamos llegado a la casa

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Finalmente habíamos llegado a la casa. Los cuatro días de tortura en el campamento habían terminado y nuestra vida volvería a ser un perfecto conjunto de mentiras estructuradas, o al menos, aquello fue lo que creí hasta que la vi saliendo a paso apresurado de su habitación y deteniéndose frente a mí.

En sus ojos cerúleos tenía dibujada una clase de tristeza que, después de todas las veces en las que la había visto en aquel estado tan vulnerable, nunca había observado en ellos. Las lágrimas parecían cristales derretidos que luchaban por no caer desde sus orbes y el sonrojo que había debajo de los mismos y que se esparcía por sus mejillas me confirmaba que había algo que se escapaba de entre mis manos.

Tragó grueso y apretó sus puños haciéndose daño de manera inconsciente. Me miró dubitativa, como si intentara contener sus impulsos y palabras con aquella acción tan simple. Me dolió verla de aquella manera, quizás su estado no se debía ni remotamente al daño que yo creía haberle echo y, sin embargo, la culpa por saber que yo la había lastimado tanto no hacía más que arremolinarse en mi pecho y dejar mi corazón estrujado.

Se fue de mi lado y aquel movimiento tan común me dejó saber en el silencio producido por ráfagas de un aire inexistente, que aquella sería una despedida dolorosa y letal de la que yo aún no tenía conocimiento. Su perfume, ese olor adictivo e inexplicable que su cuerpo desprendía, se impregnó a mi camiseta y dejó a mi cuerpo con deseos de apretujarla entre mis brazos y aspirar esa dulzura para siempre.

Pero, como ya se había vuelto una costumbre, no lo hice.

Continué con mi camino y me adentré en mi habitación con ganas de contarle los mil pesares que cargaba mi pecho y el dolor tan inmenso que azotaba mi alma por dejarla ir, por saber que ya no la tendría cerca ni en el más lúcido de mis sueños. Me dejé caer sobre la cama buscando consuelo en la suavidad del colchón y en el terciopelo de las mantas que buscaban arropar mi piel. Cerré mis ojos y dejé que el cansancio se apoderara de mí, o al menos, aquella había sido mi intención hasta que escuché a una de las gemelas llamándome con preocupación.

-¡Zayn! -gritó Iris y su voz se quebró en el proceso.

Asustado, creyendo que una nueva horda de demonios nos atacaría o que a Celia le había sucedido algo terrible, salí de la habitación con rapidez y llegué al salón. La mujer de cabellos de fuego yacía cabizbaja, como si la culpa y la sumisión se hubieran apoderado de ella. Mallory daba vueltas de un lugar para otro, pensativa y confundida. Iris me tendió un papel viejo con mi nombre dibujado en una de las caras por una letra que yo conocía a la perfección.

Mi corazón se aceleró con el mismo miedo que sentí en aquel momento que la tuve moribunda entre mis brazos. Temí durante instantes que quisieron ser perpetuos que algo demasiado terrible pudiera haberle sucedido. Desdoblé el intento de carta y mis ojos chocaron con un montón de letras dispuestas en el orden correcto para formar palabras y con algunas gotas secas de lo que parecían ser las más saladas lágrimas.

El Poder De La Nada. (LIBRO 1 Y 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora