DESAFIANTE RETO

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Alessandro:

Ahí está, sentada frente a mí, con una mirada desafiante que intenta esconder su nerviosismo. Juliana. Su nombre resuena en mi cabeza mientras repaso su currículum. Tiene una manera de mantenerse erguida, como si estuviera dispuesta a enfrentarse al mundo... o a mí.

Sus muestras están dispuestas sobre la mesa, un despliegue que denota esfuerzo y dedicación. No puedo evitar estudiarla de reojo mientras paso las hojas de su síntesis. Es atractiva, sí, pero su actitud desafiante la hace... distinta. Me intriga más de lo que estoy dispuesto a aceptar.

—¿La foto está retocada? —pregunto con indiferencia, sosteniendo la hoja frente a mí.

—¡No! Estoy más maquillada ahí de lo que comúnmente me maquillo en el día a día —responde con firmeza, aunque percibo un leve atisbo de incomodidad.

—Deberías maquillarte así más seguido.

Lo digo sin levantar la vista, como si fuera un comentario casual, pero lo noto: su respiración se acelera un poco. Es fascinante observar cómo reacciona a las cosas que digo.

Sigo leyendo su currículum. Cada línea me confirma lo que ya sospechaba: es una mujer con talento y determinación. Pero también algo me llama la atención.

—¿Por qué volviste de Francia si tenías un buen trabajo en un restaurante reconocido?

Su respuesta llega rápido, pero no me convence del todo.

—Mi mamá enfermó y tuve que volver a cuidarla.

Algo en su tono me dice que no es toda la verdad, pero no insisto.

—¿Tu mamá vive aquí contigo?
—No, ella vive en un pueblo cercano llamado Ojai.

—Sabes hablar inglés, francés, alemán y español. Eso será útil en algunas presentaciones.

Asiente, aparentemente tranquila, pero puedo ver que sus pensamientos están en otra parte. La forma en que me mira mientras paso la vista por las páginas me deja claro que está analizándome tanto como yo a ella.

—Ey, responde a lo que pregunté —digo, interrumpiendo su trance.

—¿Perdón? ¿Qué dijiste?

Levanto la mirada lentamente, dejando que el peso de mi silencio la incomode.

—Concéntrate, Juliana. Te pregunté si ya estás lista para mostrarme lo que me voy a comer.

Sus mejillas se encienden, y ahí está, esa chispa en su mirada que aparece cada vez que la provoco. Lo disfruto más de lo que debería.

—Sí, aquí está lo que pude preparar. Son cuatro tipos de postres de la alta cocina francesa: bombones, una porción de Tarte Tatin, una porción de Gâteau Saint Honoré y un Éclair.

Coloca una caja sobre la mesa con cuidado, pero puedo ver que está controlando cada movimiento. Me inclino ligeramente hacia la caja y noto los detalles. Es impecable.

—¿La caja la hiciste tú?
—Sí.
—¿Por qué haces eso?
—Pienso que para destacar hay que ser original.

Mis ojos se encuentran con los suyos por un breve momento, y ahí está otra vez: esa conexión inexplicable que parece surgir cada vez que estamos cerca.

—Bien. Sírveme entonces.

La veo tensarse, pero no dice nada. Toma la caja y empieza a servir. Sus manos se mueven con precisión, pero su nerviosismo la delata. No aparto la vista de ella mientras explica en qué consiste cada postre. Su voz tiembla ligeramente, aunque intenta sonar segura.

—Ya puede empezar la degustación —dice finalmente, con una leve inclinación de cabeza.

—Primero tú.

Me mira, confundida.

—¿Cómo así?

—Sí, primero come tú. Quiero verte comer. No vaya a ser que le hayas puesto veneno o, qué sé yo, un laxante.

No sé por qué lo digo. Quizás porque quiero ver cómo reacciona, cómo ese carácter suyo lucha por no desmoronarse. Y no me decepciona. Sus ojos se entrecierran con furia contenida, pero toma una cucharita y empieza a comer.

La observo con más atención de la necesaria. Sus labios se mueven lentamente mientras mastica, y por un segundo, me encuentro deseando ser algo más que un espectador.

Cuando termina, me ofrece el postre. Tomo una cucharita limpia y pruebo en el extremo opuesto. Es un acto deliberado, pero noto que lo interpreta como un desprecio. No me importa.

El sabor es extraordinario. Cierro los ojos y dejo que los matices se asienten en mi paladar. Inhalo profundamente y exhalo con lentitud, permitiendo que el postre hable por sí solo.

—Mmm...

El sonido escapa de mis labios antes de que pueda evitarlo. Abro los ojos y la encuentro mirándome fijamente. Sus labios están entreabiertos, y hay algo en su expresión que me desconcierta.

—El siguiente —ordeno, mi voz más ronca de lo que pretendía.

Pero entonces, Juliana hace algo inesperado. Toma una cucharita, recoge un poco de crema y, lentamente, la lleva a sus labios. Deliberadamente deja que parte de la crema quede alrededor de su boca, y luego pasa su lengua para limpiarla.

—Mmm... qué delicioso está. Es su turno de probar.

El calor sube por mi cuello hasta mi rostro. Sé que está jugando conmigo, devolviéndome el golpe. Y lo peor es que está funcionando.

Frunzo el ceño y comienzo a comer rápido, evitando mirarla. Pero no puedo negar que algo en ella me desestabiliza de una manera que no puedo explicar.

—No es necesario que sigas comiendo —digo finalmente, tratando de recuperar el control.

—Vale, está bien.
—Ya me quedó claro que no tiene veneno.

Paso a los bombones. Al primer bocado, cierro los ojos nuevamente. El equilibrio de sabores es perfecto, y no puedo evitar dejarme llevar por un momento. Pero esa vulnerabilidad me incomoda, así que me levanto de golpe.

—Voy al baño.

Cuando regreso, ya he decidido.

—Todas tus muestras están bien elaboradas, en presentación y sabor. El trabajo es tuyo.

Su rostro se ilumina, pero puedo ver cómo lucha por no mostrar demasiada emoción. Me esfuerzo por mantener la compostura.

—La paga es buena. Aquí no somos avaros. Tus horarios los manejaré yo. Quiero que comiences mañana a las 5:00 a.m. Trabajarás tanto en postres como en platos salados.

—Obviamente.

—Cuida tu forma de hablarme. No somos iguales. Debes ubicarte.

Su respuesta es inmediata, desafiante, como siempre. Pero esta vez, decido acorralarla. Me levanto de mi silla y me acerco a ella.

Ella retrocede hasta quedar atrapada contra un mueble, su respiración acelerada.

—Eres una salvaje indomable —murmuro, mi voz baja y afilada.

—No te sientas especial. Eso ante mis ojos te hace corriente. No tienes gracia.

Espero verla ceder, pero en lugar de eso, levanta el mentón, desafiándome.

—Me vale mil hectáreas de verga la imagen que proyecte ante sus ojos.

Y entonces, se inclina hacia mí, susurrando cerca de mi oído, tan cerca que su aliento roza mi piel.

—No necesito este empleo. Pero si voy a estar aquí, será con respeto.

Su voz, su proximidad, todo en ella me desconcierta. Por primera vez en mucho tiempo, me siento fuera de control.

—Nos vemos mañana, Don Alessandro. Que pase buenas noches.

La veo alejarse mientras recojo mis pensamientos. Esta mujer... será un reto. Pero, maldita sea, me gustan los retos. Y Juliana es, sin duda, el mayor que he tenido hasta ahora en mi vida.

Amor a la Juliana Donde viven las historias. Descúbrelo ahora