LEY DE HIELO

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Habían pasado una semana desde aquella noche en la cocina, desde aquel postre que nos desbordó de pasión y nos dejó sin aliento. Pero Alessandro... él parecía decidido a borrar todo rastro de lo que sucedió. Me trataba como si yo fuera un fantasma que se cruzaba en su camino por accidente, alguien tan insignificante que ni siquiera merecía un "buenos días". Y eso, claro, me dolía más de lo que quería admitir.

Porque no era el ingrediente afrodisíaco, nunca fue eso. Era él. Alessandro Fieri era el ingrediente prohibido que me hacía perder la cabeza, pero ahora parecía decidido a amargarme la vida con su total indiferencia.

Su frialdad era un recordatorio constante de lo lejos que estaba ahora. Era como si aquella noche nunca hubiera sucedido, como si no hubiera sentido nada, como si no hubiéramos compartido ni un segundo de ese ardor que aún me quemaba por dentro. Su manera de ignorarme era casi un arte: pasos calculados para no cruzarse conmigo, respuestas escuetas cuando el trabajo nos obligaba a interactuar, y miradas que pasaban por encima de mí como si fuera una sombra sin importancia.

Alessandro había perfeccionado la indiferencia. Podía estar en la misma habitación conmigo, pero se aseguraba de que jamás me sintiera vista. Sus gestos eran medidos, distantes. Incluso su tono de voz, siempre tan seguro y encantador, ahora era seco, desprovisto de cualquier calidez. Y lo peor era que a veces, cuando nuestros ojos se encontraban por accidente, él desviaba la mirada con una rapidez que me hacía sentir invisible. Como si mirarme fuera un error que debía corregir de inmediato.

Había momentos en que me preguntaba si realmente estaba molesto conmigo o si simplemente yo no significaba nada para él. Esa idea era aún peor.

Hoy, sin embargo, fue diferente. Hoy no solo me ignoró; hoy me humilló. Lo vi en el área común, inclinado sobre el mostrador, con Laura riendo a su lado. Laura. Esa mujer que parecía no tener otra meta en la vida más que flirtear con Alessandro. Y lo que más me dolió fue que él no hizo nada por evitarlo. Es más, se inclinó hacia ella con una sonrisa que me atravesó como una daga, su mano en su rostro, acariciandola para luego susurrarle algo en el oído, fue la gota que derramó el vaso. Fue tan descarado que parecía hacerlo adrede.

Mis pasos se detuvieron, aunque mi corazón latía con fuerza. Pensé por un instante en seguir caminando, en fingir que no me importaba, pero él lo sabía. Sabía que yo estaba allí. Y aún así, le devolvió la sonrisa a Laura, una sonrisa cómplice, como si estuviera disfrutando de mi presencia incómoda. ¿Coquetarle a Laura? ¿En serio, Alessandro?

Sentí cómo mi pecho se llenaba de rabia, pero también de algo peor: desilusión. Lo odié en ese instante, pero también me odié a mí misma por seguir sintiendo algo por él, por ese nudo en mi garganta que me impedía gritarle todas las cosas que quería decirle. ¿Cómo podía ser tan cruel? ¿Cómo podía actuar como si yo no existiera mientras se regodeaba en su burla descarada?

Cuando finalmente logré moverme, pasé junto a ellos con la mirada fija al frente. Mi orgullo me obligó a no darle el gusto de verme afectada, pero por dentro sentía que me estaba rompiendo en mil pedazos. Él estaba consiguiendo justo lo que quería: alejarme. Si ese era su objetivo, iba por buen camino.

Al llegar a mi cocina, mi refugio, me dejé caer contra la mesa, apretando los puños con fuerza. Sobre la superficie, una nota me esperaba. Reconocí de inmediato su caligrafía, esa que siempre había considerado impecable pero que ahora parecía llena de arrogancia:

"Necesito que prepares un flan de tamarindo y chile serrano, es otra petición de la novia para la boda del viernes. Dáselo a mi secretaria para que ella lo haga llegar y evaluar, atentamente: Alessandro Fieri."

¿En serio? Ni siquiera tuvo la decencia de pedírmelo directamente. Alessandro, el gran chef, delegándome tareas como si yo fuera una simple asistente. Mi mandíbula se tensó al leerlo, y una risa amarga escapó de mis labios. Su indiferencia era como una pared impenetrable, pero esta vez... esta vez no iba a dejar que saliera ganando.

Con el papel aún en la mano, una idea se encendió en mi mente como una chispa traviesa. Una sonrisa se extendió por mis labios, y juro que en ese momento solo me vi como maléfica.

"¿Quieres un flan? Claro que tendrás tu flan, Alessandro", murmuré para mí misma, casi riendo como la villana del peor de sus cuentos.

"¿Quieres un flan? Claro que tendrás tu flan, Alessandro", murmuré para mí misma, casi riendo como la villana del peor de sus cuentos

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Muhahahaha pero que maléfica nuestra Julianita como dice la canción "Juliana que mala eres que mala eres Juliana 😈" .... La venganza es un plato dulce como el Flancito habanero.

¿Creen que Alessandro caerá en la trampa?

Gracias por leer y estar aquí! Vamos de a poquito pero con pasos firmes en esta historia ❤️

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Abrazos

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