DESPUES DE LA TORMENTA

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Salimos del baño en silencio, cada uno atrapado en sus propios pensamientos. El efecto del afrodisíaco había desaparecido, pero la tensión seguía ahí, tangible, envolviéndonos como el vapor que aún impregnaba el aire. Ninguna cantidad de agua fría parecía suficiente para disiparla del todo.

Encontré algo de ropa en el pequeño cuarto del restaurante. Mientras me terminaba de secar, me puse otro uniforme, con movimientos rápidos y torpes, deseando que todo esto terminara. Pero al girarme hacia la puerta, lo vi.

Alessandro estaba allí, esperándome. No llevaba la parte superior del uniforme, y la luz tenue del lugar acentuaba cada línea de su torso. Por un instante, me quedé congelada, incapaz de apartar la mirada.

Sus ojos me atraparon como siempre lo hacían, pero esta vez había algo diferente: una mezcla de vulnerabilidad y determinación. Finalmente, rompió el silencio.

—Juliana, lo siento. —Su voz era suave, casi un susurro, pero cargada de sinceridad—. No debí dejarme llevar de esa manera.

Quise decir algo, interrumpirlo, pero levantó una mano, deteniéndome.

—Me gustaría poder mentirte y decir que no me gustó, que no volveré a intentar tocarte, pero... —hizo una pausa, respirando profundamente antes de continuar— la verdad es otra.

Mis mejillas se encendieron. Bajé la mirada, intentando recuperar la compostura.

—Fue mi error —murmuré, mi voz temblando apenas—. Me equivoqué con la receta. No debí... no debí usar tanto del ingrediente afrodisíaco.

Forcé una sonrisa, queriendo aliviar la tensión, pero mis palabras sonaron huecas incluso para mí. Alessandro me observó en silencio, sus ojos buscando algo en los míos.

Finalmente, asintió.

—Tal vez tengas razón —dijo, aunque había algo en su tono que me decía lo contrario.

Se dio la vuelta y se dirigió hacia la cocina. Yo lo seguí unos pasos detrás, sintiéndome incómoda y vulnerable, como si el aire entre nosotros estuviera cargado de una electricidad peligrosa.

Lo observé mientras comenzaba a preparar algo, sus movimientos precisos y ágiles. Era hipnótico verlo trabajar, como si cada ingrediente obedeciera su voluntad. Había una intensidad en él, una fuerza silenciosa que no podía ignorar.

—¿Siempre cocinas con tanta pasión? —pregunté, intentando romper el hielo.

Él se detuvo un segundo, levantó la vista y me lanzó una sonrisa ladeada.

—Solo cuando tengo buena inspiración.

Mi corazón dio un vuelco, y quise decir algo, pero sus palabras me dejaron sin habla. Alessandro volvió a concentrarse en su plato, y yo me limité a observarlo, sintiendo que, de alguna forma, el silencio entre nosotros era más elocuente que cualquier conversación.

Cuando terminó, colocó el plato frente a mí y se sentó a mi lado.

—Prueba.

Obedecí, sorprendida por el sabor.

—Está increíble —admití, y mi tono dejó entrever mi admiración.

Él no respondió de inmediato, pero su mirada se suavizó mientras me observaba comer. Finalmente, rompió el silencio.

—Juliana... —Su voz era seria, casi grave—. Sé que tienes una historia complicada con Leonardo.

Mis dedos se tensaron alrededor del tenedor. Levanté la mirada, encontrándome con sus ojos sinceros, y por un momento dudé. Hablar de Leonardo era como abrir una herida que aún no cicatrizaba del todo. Pero había algo en Alessandro que me hacía sentir segura, como si él pudiera cargar con mi verdad sin juzgarla.

Suspiré, bajando la mirada.

—Nos conocimos en la escuela de gastronomía —empecé, mi voz apenas un susurro—. Al principio, todo parecía perfecto. Él era encantador, atento... Me hacía sentir especial.

Una sonrisa amarga cruzó mi rostro mientras las palabras seguían fluyendo.

—Pero con el tiempo, me di cuenta de que esa perfección tenía un precio. Siempre había algo en él, algo que buscaba más allá de mí. Y aunque intenté hacer que funcionara, al final descubrí que solo estaba conmigo porque le era útil en su restaurante.

Sentí cómo mi garganta se cerraba al recordar el momento que lo cambió todo.

—Un día fui a buscarlo a su oficina, pensando que... —mi voz se quebró—. Que esta vez todo sería diferente. Pero lo encontré con otra mujer. Una mujer que ahora es su prometida.

Alessandro no dijo nada al principio. Solo me miró, su rostro tenso, como si mis palabras le afectaran más de lo que estaba dispuesto a admitir.

—No merecías eso —dijo al fin, con una firmeza que me sorprendió.

Asentí, sintiéndome más liviana, como si soltar esas palabras hubiera liberado algo dentro de mí. Por un instante, el mundo pareció detenerse. Su presencia llenaba el espacio, y la conexión entre nosotros se sentía más fuerte que nunca.

Entonces, su teléfono sonó.

La burbuja en la que estábamos se rompió al instante.

Alessandro contestó, y su rostro cambió al escuchar a la persona al otro lado de la línea. La calidez de sus ojos desapareció, reemplazada por una frialdad que me dejó helada.

—Entendido. Llego en diez minutos.

Colgó y guardó el teléfono sin mirarme.

—Tengo que irme —dijo, su tono distante.

Lo vi levantarse y dirigirse a la puerta, sin siquiera mirarme.

—¿Alessandro?

Se detuvo un momento, pero no se giró.

—Nos veremos luego, Juliana.

Y se fue, dejando tras de sí un vacío que se sintió más frío que cualquier tormenta.

Me quedé allí, en la cocina vacía, intentando comprender qué había pasado. Pero no tenía respuestas. Solo el eco de su partida y el peso de una noche que no olvidaría fácilmente.

 Solo el eco de su partida y el peso de una noche que no olvidaría fácilmente

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Creo que... no debió irse 😕 bueno mejor dicho, no debió comportarse así después de lo que pasó 😰💔. ¿Pero qué habrá pasado? ....

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