BAJO FUEGO

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Llegué al restaurante a primera hora, intentando ahogar cualquier pensamiento sobre Alessandro. Después de nuestra discusión, una mezcla de rabia y decepción me carcomía por dentro. Me enfoqué en mis tareas, buscando refugio en la rutina y alejándome del caos emocional que nos envolvía cada vez que nos acercábamos.

A media mañana, los susurros de mis compañeros llenaron el ambiente. El restaurante había recibido una invitación para unas olimpiadas culinarias que reunirían a los mejores chefs, un campeonato capaz de catapultar a cualquier establecimiento a la cima del mundo gastronómico. Alessandro sería el encargado de seleccionar al chef que nos representaría, organizando una competencia interna.

—Solo el mejor platillo pasará el filtro —dijo uno de mis compañeros con entusiasmo.

Sabía que esta era mi oportunidad y no pensaba desperdiciarla.

De todos los chefs, quedamos tres finalistas: Laura, César y yo. Estaba decidida a dar lo mejor de mí. Alessandro supervisaba junto con un jurado que él mismo había elegido. Desde mi estación, evitaba mirarlo, aunque sentía su mirada intensa sobre mí, una presencia que apenas podía ignorar.

La competencia nos daba libertad para crear cualquier plato que demostrara nuestra habilidad. Tras unos minutos de reflexión, comencé a trabajar en mi idea. Sin embargo, mientras preparaba todo, noté algo extraño: los ingredientes en mi estación habían sido alterados. Era evidente que Laura había intentado sabotearme, pero no le daría el gusto de verme caer. Decidí improvisar, cambiando de receta sobre la marcha.

Opté por preparar una cochinita pibil, un plato mexicano que requería técnica y precisión, y que, si se hacía bien, podía ser irresistible. Apliqué un adobo de achiote y naranja agria, permitiendo que cada sabor se impregnara en la carne. Cada paso fue una mezcla de adrenalina y concentración, consciente de que cualquier error podría costarme el puesto. A pesar de las interrupciones y las miradas maliciosas de Laura, terminé mi plato con precisión, sintiendo que había superado el obstáculo.

Al presentar mi plato, los jueces probaron cada bocado con detenimiento. La intensidad del achiote y el toque cítrico de la naranja agria parecían captar su atención de inmediato. Alessandro observaba desde un costado, con una mezcla de orgullo y fascinación. Sentí que no podía apartar la vista de él, pero me obligué a mantener la compostura.

Al final, mi cochinita pibil fue la ganadora. La sensación de triunfo me invadió, y ver la expresión de Alessandro, ese brillo de admiración en sus ojos, me dio una satisfacción que no estaba dispuesta a reconocer. Lo ignoré deliberadamente mientras celebraba con mis compañeros. Si él esperaba que me acercara después de lo que pasó, estaba equivocado.

Mientras todos recogían sus cosas para terminar el día, me quedé organizando mi estación de trabajo, limpiando los utensilios y asegurándome de dejar todo en orden. Fue entonces cuando escuché el sonido de la puerta cerrándose. Me giré y vi a Alessandro, con una expresión que mezclaba determinación y aflicción. Genial, justo lo que no necesitaba ahora mismo.

Decidí seguir a lo mío, ignorándolo. Podía sentir su mirada clavada en mí, casi quemándome, pero me obligué a no reaccionar.

—¿Así que vas a ignorarme toda la tarde? ¿O será todo el día... o toda la vida? —preguntó con tono irónico, acercándose más.

—¿Ignorarte? No sé de qué hablas —respondí, sin levantar la vista—. Estoy haciendo mi trabajo, Alessandro. Ahora, si me disculpas, me gustaría seguir limpiando sola y en paz.

—No, no te quiero dejar sola ni en paz —dijo, sin moverse ni un centímetro.

—Como quieras —le contesté, intentando que mi voz no traicionara la molestia que sentía. Seguí con mis tareas, esperando que se diera por vencido, pero Alessandro no parecía dispuesto a irse. En lugar de eso, se acercó aún más, y antes de que pudiera reaccionar, me agarró suavemente del brazo y me giró hacia él.

Amor a la Juliana Donde viven las historias. Descúbrelo ahora