EL DESAYUNO DE ALESSANDRO

28 2 0
                                    

Alessandro

La mañana estaba en calma, y el suave sonido de la música llenaba la cocina mientras preparaba el desayuno. Tarareaba "Sacrifice" de Black Atlass, sumido en mis pensamientos sobre la noche anterior. Esa imagen de Juliana en mis brazos, cada instante cargado de deseo... no podía sacármela de la cabeza. La noche y madrugada habían sido una serie de momentos incontrolables, y aún así, no parecía suficiente. ¡Quiero mas!.

El sonido de pasos detrás de mí me hizo girar, y ahí estaba, con el cabello despeinado y con mi ropa puesta, ella era una mezcla entre lo tierno y lo salvaje, Una combinación peligrosa para mis defensas. Observé cómo sus ojos se fijaron en mí, en mi torso desnudo, y sonreí, sabiendo perfectamente el efecto que eso le provocaba.

"Buenos días, leoncita," la saludé, disfrutando el leve sonrojo que apareció en su rostro. Me deleitaba verla reaccionar así, esa mezcla de timidez y deseo. Ella, con ese aire de desafío que intentaba controlar, respondió: "Buenos días, mi león." Era adorable. Sabía que trataba de coquetearme de vuelta, y ese esfuerzo la hacía más irresistible.

La invité a sentarse a la mesa, donde había preparado un solo plato de desayuno. Me acerqué para besarla, y el simple contacto fue suficiente para recordarme lo mucho que la deseaba. Mientras la besaba, el sabor de la menta de mi aliento se mezclaba con sus labios, y noté cómo sus ojos se cerraron, dejándose llevar.

—¿No vas a desayunar?— preguntó, un poco confundida, mirando el único plato sobre la mesa.

Sonreí sin responder, dejando que la curiosidad la guiara, mientras sacaba otro caramelo de menta y lo dejaba disolverse en mi boca.

—Claro que sí, leoncita,—le dije, viendo cómo la intriga en sus ojos crecía.

—¿Y dónde está tu desayuno?" insistió.

La miré con una sonrisa de medio lado, para luego relamer mis labios, y disfrutando del momento, le dije: "Desayuna." Sabía que no entendería de inmediato, pero me gustaba verla intrigada, saber que su mente aún intentaba descifrar mis intenciones.

La vi comer, cada bocado parecía aumentar su desconcierto, y no podía evitar mirarla. Su manera de lanzarme miradas mientras terminaba el desayuno me recordaba una fiera, curiosa y cautelosa, pero lista para algo más. Cuando terminó y se levantó para llevar el plato, supe que el momento había llegado.

—Ven aquí— le dije, indicándole que se acercara hasta el otro extremo de la mesa.

Se acercó, y cuando estuvo lo suficientemente cerca, la miré directamente, dejando que el deseo que sentía por ella se reflejara en mis ojos. Con voz baja y firme, le pedí: —Quítate la ropa—.

La vi dudar un segundo, pero en sus ojos vi también esa chispa de curiosidad y deseo que la hacía confiar en mí. Con cada prenda que dejaba caer, yo sentía que perdía aún más el control. Su piel, la forma en que sus movimientos la hacían aún más deseable... Cuando se quedó completamente expuesta, no pude evitar mirarla de arriba a abajo y morderme el labio, dejando escapar un "Ufff."

Extendí mi mano, y ella la tomó sin vacilar. La guíe hasta la mesa, sentándola suavemente en el borde.

—Acuéstate— susurré, mi voz cargada de la necesidad que ya no podía ocultar.

Ella se tumbó, su piel reaccionando al frío de la mesa, y supe que estaba en el lugar donde quería que estuviera. Cuando me miró, con esos ojos que mezclaban expectativa y una pizca de nerviosismo, susurró:

—¿Qué harás, Alessandro?—

Me acerqué a ella. Mis labios casi rozando su oído, y con una sonrisa que no pude evitar, le dije en voz baja, —Voy a desayunar, leoncita.—

Amor a la Juliana Donde viven las historias. Descúbrelo ahora