Las agujas del reloj marcaban las 18:00 cuando salimos de la oficina de Alessandro. Tres horas, ¿en serio? El tiempo parecía haber volado en medio de ese torbellino de tensión constante. Mientras lo seguía hasta la cocina, una parte de mí no podía evitar pensar: Juliana, te has metido en la boca del lobo. Prepárate.
Cuando cruzamos las puertas, mi mandíbula casi toca el suelo. La cocina era un paraíso reluciente de acero inoxidable, azulejos blancos impecables y tecnología de última generación. Era tan impresionante que me sentí como una niña entrando en Disneyland por primera vez. Si alguna vez imaginé el paraíso culinario, era este.
—Encuentra tu mandil y prepárate —ordenó Alessandro con su tono autoritario habitual.
—Sí, chef —respondí, con un toque de sarcasmo apenas disimulado.
Él arqueó una ceja, pero no dijo nada más. Me dirigí a un rincón para cambiarme y, ya lista, comencé a trabajar en mi Coq au Vin. El simple aroma del vino tinto mezclado con el tomillo era suficiente para hacerme olvidar momentáneamente que estaba bajo el escrutinio de un hombre que parecía tener un doctorado en hacerme sentir nerviosa.
Poco a poco, me perdí en mi propio mundo. Mis manos se movían con precisión, cortando, sazonando, decorando. Cada acción era una declaración silenciosa: Esto es lo que soy, esto es lo que puedo hacer. No necesito tus palabras para demostrarlo.
De repente, sentí un escalofrío en la nuca, como si alguien estuviera mirándome intensamente. Giré la cabeza y ahí estaba él, apoyado en el marco de la puerta, observándome con una mezcla de concentración y algo que no podía descifrar. Me dio la impresión de que estaba esperando que cometiera un error.
—¿Puedo ayudarte en algo o solo estás aquí para supervisar? —pregunté sin siquiera girarme del todo, intentando sonar más casual de lo que realmente me sentía.
—Solo asegurándome de que todo esté en orden, chef —respondió, con esa voz grave que parecía diseñada para provocar escalofríos.
Lo ignoré. Era lo mejor que podía hacer. Mi plato burbujeaba en la olla, y el aroma se intensificaba, llenando la cocina con una calidez que contrastaba con la mirada fría de Alessandro. Finalmente, terminé de decorar y llevé el plato a donde él estaba sentado, cruzado de brazos, esperando como un rey que le sirvieran.
—Aquí tiene, chef. Espero que sea de su agrado —dije, colocando el plato frente a él con una sonrisa que sabía que lo irritaría.
Tomó la cuchara y probó un bocado. Yo me crucé de brazos, esperando cualquier señal de aprobación o crítica. Vi cómo cerraba los ojos un instante, disfrutando claramente del sabor. Pero cuando volvió a abrirlos, su expresión era más controlada.
—Podría ser peor —murmuró, pero el tono de su voz no coincidía con las palabras. Algo en sus ojos decía otra cosa. Sabía que le había gustado.
—Podría ser mejor —respondí, alzando una ceja.
Él me lanzó una mirada que estaba entre la irritación y el desafío.
—¿Trabajaste en repostería, no? ¿De dónde aprendiste a cocinar así?
Sentí cómo su pregunta tocaba una fibra sensible, pero no pensaba darle esa información.
—Practico. Mucho. —Mantener la compostura era mi prioridad, aunque su mirada me hacía sentir que podía ver más de lo que quería mostrar.
Él asintió, pero el escepticismo en su rostro era evidente. Se levantó y anunció que haría una llamada, dejándome sola por un momento. Me tomé ese tiempo para admirar la cocina. Era perfecta, un sueño hecho realidad. Pero mi tranquilidad duró poco. Volvió con unas llaves en la mano, acercándose más de lo necesario.
—Van a llevarte a casa. Es tarde.
—¿Siempre tan considerado? —pregunté, sin poder evitar el sarcasmo.
—El restaurante cuenta con transporte. No es personal, chef. —Su tono seco fue suficiente para cortarme. Pero su mirada permaneció en mí unos segundos más de lo necesario, como si intentara descifrar algo.
Tomé mis cosas y salí, subiendo al auto que me esperaba afuera. Lo vi alejarse en su propio coche, finalmente respirando con alivio. Pero algo seguía en el aire, algo no resuelto, una tensión que sabía que no desaparecería con la distancia.
Esa noche, mientras el auto avanzaba por las calles de Los Ángeles, su mirada seguía en mi mente. Era una mezcla de tantas cosas: juicio, irritación, curiosidad... y algo más, algo que no podía definir. No sabía si estaba lista para descubrirlo, pero sabía que el día siguiente traería consigo mucho más que trabajo en la cocina.
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.No se uds pero estos dos cada vez van sintiendo más una conexión que los lleva a la tensión 🔥🔥🔥🔥...
Me encanta el punto de vista de Juliana pero amooo amoooo el de Alessandro ambos son intensos y saber lo que pasa por su cabeza de forma individual me fascina. 😉
¿Quieren el punto de vista de Alessandro? Juro que este hombre es muy intenso....
Gracias por leerme ❤️ me anima a seguir.
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Me encuentran en TikTok como Luna_literaria allí hay buenos Spoiler y como mi mente recrea a los prota.
Besos feliz inicio de semana.
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Amor a la Juliana
RomanceCuando Juliana Ferrer, una chef con un talento nato y una lengua afilada, entra a trabajar en el prestigioso restaurante de Alessandro Fieri, el chef italiano conocido por su carácter indomable y una sonrisa que derrite corazones, jamás imagina la r...