Había tenido mujeres antes, muchas. Mujeres hermosas, apasionadas, perfectas en su manera de entregarse. Pero nunca había sentido esto. Este descontrol absoluto, este maldito deseo mezclado con algo que no quería aceptar. Algo más profundo. Algo que hacía que, en este preciso momento, cada respiración de Juliana me importara más que la mía.Ella estaba frente a mí, tan vulnerable, pero al mismo tiempo tan fuerte. Su mirada me lo decía todo: estaba lista, confiaba en mí. Y eso me golpeó más fuerte que cualquier palabra.
Me acerqué a ella, intentando parecer tranquilo, pero por dentro estaba hecho un caos. La deseaba, más de lo que jamás había deseado a nadie. Pero también tenía miedo. No quería cagarla. No con ella. No con mi leoncita.
Cuando la toqué, su piel ardía bajo mis manos, y en ese momento supe que no había vuelta atrás. Yo, Alessandro Fieri, el hombre que siempre tuvo el control, estaba a punto de entregarlo todo. No solo mi cuerpo, sino algo que nunca creí que le pertenecería a nadie: mi alma.
Mientras mis manos recorrían su cintura, sentía su respiración acelerada, temblando ligeramente bajo mi toque. Quería tranquilizarla, pero, al mismo tiempo, la forma en que su cuerpo respondía a mí me volvía loco. Mis labios buscaron los suyos, y en el instante en que nuestras bocas se encontraron, todo desapareció. No había dudas, no había temores, solo ella y yo.
El beso comenzó lento, como si necesitara saborearla, pero rápidamente se convirtió en algo más urgente. Mi lengua encontró la suya en una batalla que no quería ganar ni perder. Cuando mis manos subieron la sudadera y me encontré con su piel desnuda, una maldición escapó de mis labios.
—No me cansaré nunca de tus senos, son hermosos, tan deliciosos —murmuré contra su cuello mientras mis manos los acariciaban.
La levanté con facilidad y la coloqué sobre mí, sus piernas rodearon mi cintura, y verla así, tan entregada, hizo que algo en mí se rompiera.
Cuando llevé uno de sus senos a mi boca, no pude evitar gruñir. La manera en que su cuerpo respondía me volvía loco. Quería más, necesitaba más. Sus manos acariciaban mi cabello mientras yo trataba de abarcar todo de ella, pero sus curvas eran demasiado, y eso solo me hacía quererla más.
—Tu culo es mi obsesión —le dije, dándole un palmazo firme que la hizo estremecerse.
Cuando mis dedos encontraron su centro, la sentí empapada, lista para mí. Sonreí.
—Estás tan mojada, leoncita.
La coloqué bajo mí, con cuidado, como si fuera un tesoro que necesitaba proteger. Sentí mi dureza contra su entrada y noté cómo su cuerpo se tensaba.
—Shhh, tranquila, confía en mí.
La besé nuevamente, intentando calmarla, pero también para calmarme a mí mismo. La intensidad de ese momento me estaba llevando al límite. Cuando sentí que se relajaba un poco, me posicioné y comencé a entrar lentamente. Pero el dolor en su rostro detuvo todos mis movimientos.
—¿Estás bien? ¿Quieres que pare? —pregunté, aunque cada fibra de mi ser rogaba por continuar.
—Estoy bien, quiero seguir —me dijo, y algo en su mirada me hizo jurar que jamás la lastimaría.
Volví a besarla, mis labios buscando los suyos mientras me movía con cuidado. Podía sentir su cuerpo tensarse alrededor de mí, y aunque sabía que estaba aguantando por mí, no podía ignorar las lágrimas que comenzaban a brotar de sus ojos.
—Mírame a los ojos —le pedí, queriendo que supiera que estaba aquí con ella, completamente.
Cuando finalmente entré por completo, un gemido bajo escapó de mi garganta.
—Ya estoy adentro, mi amor —le susurré, esperando a que se acostumbrara a mí.
Las lágrimas seguían en sus ojos, pero asintió, dándome permiso para moverme. Comencé despacio, controlando cada movimiento con precisión, asegurándome de no lastimarla más. Pero la manera en que su cuerpo se adaptaba al mío, tan cálido, tan perfecto, me estaba volviendo loco.
—¡Joder! Estás tan estrecha, leoncita —murmuré contra su oído, mi voz rota por el placer.
Cuando me pidió que fuera más duro, supe que algo había cambiado. Sus gemidos ya no eran de dolor, sino de placer. Aumenté el ritmo, perdiéndome en ella, en nosotros.
—Así... sí... así —me decía, y sus palabras eran como gasolina en el fuego que quemaba dentro de mí.
Pero no era suficiente. La giré con cuidado, apoyándola sobre sus manos y rodillas.
—Quiero metértela en cuatro.
La manera en que su cuerpo se arqueó, tan receptivo, hizo que perdiera lo poco que quedaba de mi control. La penetré lentamente, pero cuando estuve dentro, no pude evitar moverme con más fuerza. Sus gemidos llenaron la habitación, y cada sonido que hacía era una declaración de que ella era mía.
—Oh, sí, muévete así, mi amor... Me estás llevando al puto paraíso —jadeé, mientras sus movimientos sincronizaban con los míos.
Cuando finalmente llegamos al clímax, sentí como si el mundo entero se detuviera. Ella era todo lo que necesitaba, todo lo que jamás había buscado pero que ahora sabía que no podía dejar ir.
Mientras ambos intentábamos recuperar el aliento, la miré. Sus mejillas estaban sonrojadas, su cabello desordenado, pero jamás había visto algo tan hermoso. Me acerqué y la limpié con delicadeza, como si fuera lo más preciado que había tocado.
—Esto es mío —dije, cubriendo su feminidad con mi mano—. Y lo mío lo cuido, Juliana.
Ella me miró, y en ese momento lo supe. Esta mujer era más que un deseo, más que una pasión. Era el principio de algo que ni siquiera yo podía comprender y eso me aterraba y gustaba en partes iguales.
Un especial desde el punto de vista de Alessandro me gusta que puedan conectar con ambos en un momento tan íntimo para los dos.Abrazos ❤️
ESTÁS LEYENDO
Amor a la Juliana
RomanceCuando Juliana Ferrer, una chef con un talento nato y una lengua afilada, entra a trabajar en el prestigioso restaurante de Alessandro Fieri, el chef italiano conocido por su carácter indomable y una sonrisa que derrite corazones, jamás imagina la r...