La cocina estaba envuelta en un silencio extraño cuando Juliana y yo nos encontramos de nuevo. Ambos nos habíamos cambiado con uniformes limpios que encontramos en el restaurante, yo no quise colocarme la parte de arriba del uniforme, el aire seguía cargado de lo que había sucedido.
Por un momento, nuestras miradas se cruzaron, y supe que no podía evitarlo más. Necesitaba decir algo, romper el peso de aquel silencio.
—Juliana, lo siento —empecé, con la voz baja y sincera—. No debí... dejarme llevar de esa manera. Me gustaría mentirte, decirte que no me gustó, que no volveré a intentar tocarte, pero... —Hice una pausa, buscando las palabras exactas—. La verdad es otra.
Vi cómo sus mejillas se encendieron en un rubor suave. Intentaba desviar la conversación, murmurando que había sido su error, que se había equivocado con la receta. Pero yo podía leerlo en sus gestos: ella también había sentido esa conexión. Una incomodidad sutil la delataba.
Nos quedamos en silencio. Un silencio que lo decía todo y nada al mismo tiempo. Mis ojos se encontraron con los de ella, y vi cómo intentaba evitar mi mirada. Su atención bajó a mi torso, todavía desnudo. Sabía que debía cubrirme, pero algo dentro de mí decidió no hacerlo, dejando que el momento continuara.
Finalmente, di un paso hacia la estación de trabajo. Necesitaba ocupar mis manos, distraerme de lo que parecía estar a punto de estallar entre nosotros. Me puse a preparar algo, consciente de cómo ella seguía observándome. Podía sentir su mirada fija, como si cada movimiento mío la fascinara.
Cuando el plato estuvo listo, lo serví frente a ella y me senté a su lado. Comimos en silencio, un silencio que esta vez se sentía más íntimo que incómodo. Finalmente, me atreví a preguntar por su antigua relación con Leonardo.
Vi cómo intentaba mantener la compostura mientras hablaba de él. Sus palabras eran tranquilas, pero sus ojos contaban una historia distinta. Algo en mí se removió. Era comprensión, pero también algo más.
Celos.
No soportaba que alguien como Leonardo, alguien que no la había valorado, aún tuviera un efecto sobre ella. Era irracional, lo sabía, pero eso no lo hacía menos real.
—Lamento que hayas pasado por eso —dije finalmente, mi voz más suave de lo que esperaba"—. No te merecías que alguien te tratara así.
Ella asintió en silencio, y por un momento, sentí que algo se quebraba. Me estaba dejando ver partes de ella que, claramente, había guardado bajo llave. Era una conexión que no buscaba, pero que estaba allí, latente.
Y entonces, mi teléfono sonó.
El sonido rasgó la calma que nos envolvía. Miré la pantalla y sentí cómo mi estómago se hundía. Era mi madre. Contesté, y del otro lado de la línea escuché la voz temblorosa de Alondra, mi pequeña sobrina.
—Alessandro... Alondra tuvo una pesadilla. ¿Puedes venir? —susurró mi madre detrás del celular.
Mi pecho se contrajo al instante. El miedo de mi pequeña sobrina, su miedo, su vulnerabilidad, me transportaron a un lugar que intentaba olvidar. La imagen de mi hermano y su esposa apareció en mi mente como un golpe frío. El accidente. Su ausencia. El peso de la culpa que cargaba desde entonces.
Mis manos se cerraron en un puño. Yo era el responsable de que Alondra no tuviera a sus padres. Y, como si fuera poco, los recuerdos de Andrea, de su traición, también regresaron. Ella me había dejado en el hospital, abandonado en mi momento más vulnerable. Había jurado que no volvería a permitir que alguien me rompiera así.
Colgué el teléfono con la garganta seca y volví a la realidad. Miré a Juliana, consciente de que la burbuja que habíamos compartido se había roto. Mi expresión debió delatar el cambio en mí.
—Tengo que irme —dije, con un tono más frío de lo que pretendía.
Ella me miró, confundida, pero no dijo nada, solo se limitó a afirmar. Me levanté, dándole la espalda antes de que pudiera detenerme.
—Nos veremos luego —añadí, sin mirarla.
Salí de la cocina rápidamente, cada paso alejándome de ella, pero acercándome al peso que nunca había soltado. Mientras conducía hacia mi casa, no podía sacarme de la cabeza la forma en que Juliana me miraba antes de irme. Había algo en sus ojos que pedía quedarse, algo que despertaba en mí una necesidad de consolarla, protegerla.
Pero no podía permitírmelo.
Yo no merecía sentir paz ni amor. No cuando cargaba con la muerte de mi hermano. No cuando Andrea me había demostrado que el amor era solo un arma para herir. Me lo había repetido tantas veces que ahora era una verdad inquebrantable.
Y, sin embargo, mientras avanzaba por la carretera vacía, no podía dejar de pensar en Juliana. En su risa suave, en sus ojos jade, en la manera en que me hacía sentir... diferente.
Me maldije en silencio. No podía permitir que ella se convirtiera en una grieta en mi muro.
No podía permitirme sentir algo por ella.
No podía. Y, sin embargo, ya lo estaba haciendo, pero haría todo lo posible para que este sentimiento no avanzara.
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Pobre Alessandro tiene doble herida 🥺💔... ¿que hará después esto? O mejor dicho ¿como reaccionará nuestra Juliana? Awwww mis dos bebés tienen heridas. Dos almas rotas.
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Amor a la Juliana
RomanceCuando Juliana Ferrer, una chef con un talento nato y una lengua afilada, entra a trabajar en el prestigioso restaurante de Alessandro Fieri, el chef italiano conocido por su carácter indomable y una sonrisa que derrite corazones, jamás imagina la r...