POR CULPA DEL VESTIDO ROJO

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Alessandro

La boda de Leonardo y Mía. Sabía que sería un suplicio asistir, pero lo que no esperaba era que Juliana transformara esa noche en una verdadera tortura.

Todo comenzó cuando la vi entrar al salón.

El aire pareció detenerse en mis pulmones. Vestida de rojo, con ese maldito vestido que se ceñía a cada curva, Juliana era una visión. No, era más que eso. Era un jodida tentación en forma de diosa, evidentemente una declaración de guerra a mi autocontrol.

Su cabello caía en ondas perfectas, y la abertura en su vestido dejaba entrever más piel de la que estaba preparado para ver "maldita sea" si verla al natural y con el uniforme ancho de la cocina causaba estragos en mi sistema, ahora verla de esta forma tan sensual me iba a volver loco. Cada paso que daba era calculado, cada movimiento una provocación. Y lo peor... no me miró ni una sola vez. Me ignoró completamente como si yo no existiese en la puta fiesta.

¿Así vamos a jugar, Juliana? pensé, apretando la mandíbula mientras intentaba concentrarme en la conversación que estaba teniendo. Pero fue inútil. Mis ojos la seguían como si fueran imanes, atraídos por su mera presencia. Y no fui el único. Pude ver cómo las miradas de los hombres en el salón se clavaban en ella, cómo sus sonrisas se ensanchaban, cómo algunos incluso se inclinaban hacia sus esposas para hacer comentarios.

El pecho me ardía. Celos. Pura y absoluta rabia.

Intenté mantenerme en mi lugar, controlar el impulso de cruzar el salón y reclamarla como mía frente a todos. Porque sí, Juliana me pertenecía, aunque ella todavía no lo supiera. Pero justo cuando pensé que podría calmarme, apareció Leonardo.

Vi cómo él se acercaba a ella con esa sonrisa de idiota, cómo hablaba con esa actitud de suficiencia que siempre había detestado. Y lo peor de todo fue ver cómo Juliana le respondía con una sonrisa.

Mi sangre hervía. Cada segundo que pasaba viendo a ese idiota hablar con ella era una daga en mi pecho. Intenté resistirme, intenté quedarme donde estaba, pero cuando vi a Leonardo acercarse a ella más de lo normal, todo mi autocontrol se desmoronó.

Crucé el salón con pasos firmes, ignorando a los invitados que me miraban, ignorando todo excepto a ellos dos.

—Juliana, necesito hablar contigo. Ahora —dije, mi voz más fría de lo que pretendía.

Ella se giró hacia mí, su mirada llena de desafío. Esa mirada que me volvía loco.

—¿De verdad? —preguntó, cruzándose de brazos con un aire de superioridad que me desarmaba y me enfurecía al mismo tiempo—. ¿Es tan urgente que tengo que ir ahora mismo?

—Sí —respondí, sin dar lugar a dudas. No había espacio para sus juegos esta vez. No iba a dejarla con él ni un segundo más.

Sin esperar su respuesta, me di la vuelta y caminé hacia la cocina. Sabía que me seguía, podía sentir su presencia detrás de mí. Mi mente iba a mil, intentando encontrar las palabras adecuadas, pero todo lo que sentía era un torrente de emociones que amenazaba con desbordarse.

Cuando llegamos a la cocina, cerré la puerta detrás de ella y me giré. Allí estaba, con ese endemoniado vestido, con esa actitud, mirándome como si nada de esto la afectara. Como si no supiera que yo estaba al borde de perder la cabeza.

—¿Qué es tan importante que no podía esperar? —espetó, su tono lleno de sarcasmo.

La observé en silencio por un momento, intentando calmarme. Pero fue imposible. Ver su escote me desconcentraba, recordaba como sus senos, se sentían en mi boca y joder ya me estaba poniendo duro de solo pensarlo.

Amor a la Juliana Donde viven las historias. Descúbrelo ahora