Tuve que volver cuando la fiesta de premiación estaba en su apogeo, y aunque todo parecía perfecto, yo no podía evitar sentirme fuera de lugar. Quizá era el cansancio tras el campeonato, o tal vez era el peso de tantas miradas, de los comentarios y de la música alta que se mezclaba con risas. Intenté sonreír y disfrutar, pero una inquietud silenciosa comenzó a instalarse en mí. De pronto, supe que necesitaba escapar.Sin decir nada, me escabullí hacia la salida del hotel y pedí un taxi para que me llevara al restaurante. Sabía que encontraría allí la calma que tanto anhelaba. El lugar estaba cerrado y en silencio; era mi refugio. Al llegar, abrí la puerta con mi llave y sentí cómo la tensión empezaba a disolverse.
Me cambié rápidamente y me puse el uniforme holgado que tanto me gustaba. Nada como estar cómoda, pensé mientras me dirigía a la cocina, donde todo parecía en paz, como si me hubiera estado esperando. Me estiré, respiré hondo y, con una sonrisa, murmuré para mí misma:
—A preparar chocolate.
Había algo casi mágico y terapéutico en hacer chocolate desde cero. Empecé tostando los granos, el aroma llenando el aire con una calidez que era imposible de describir. Esto es lo que necesito, me dije. Los molí con cuidado, mezclándolos con manteca y leche hasta lograr una textura perfecta. Añadí un toque de flor de cayena seca en polvo y un poco de canela; esos ingredientes secretos que le daban una profundidad única al sabor.
Mientras el chocolate se derretía en su punto perfecto, saqué un pote de pasta de pistacho y los moldes. A medida que llenaba los moldes con el chocolate derretido y generosos toques de pistacho en el centro, me sentí como una niña pequeña. La cocina me hacía sentir libre, y en ese momento, sin nadie alrededor, me permití bailar y reír sin ninguna preocupación, sintiéndome simplemente... feliz.
Una vez que los chocolates estuvieron listos, los coloqué en el refrigerador y esperé con impaciencia. Los minutos parecían eternos, pero finalmente, cuando estaban fríos y perfectos, los saqué y me dirigí al mesón. Me subí a él y crucé las piernas, balanceándolas mientras mordía un chocolate, y un gemido de pura satisfacción se escapó de mis labios.
—¡Están deliciosos!
Perdida en mi pequeño mundo de felicidad, no me di cuenta de que alguien más estaba allí hasta que escuché una voz familiar.
—¿Comiendo sola?
La voz resonó en la cocina, y mi corazón dio un salto. Al girarme, vi a Alessandro recostado en la puerta, sosteniendo un ramo de rosas rojas y observándome con una mezcla de diversión y algo más que no pude descifrar en ese instante. Me quedé helada, con un chocolate a medio morder entre los dedos, y sentí cómo un leve rubor se extendía por mis mejillas. Claro, tenía que ser él quien me encontrara en una situación como esta. Sentía el chocolate alrededor de mis labios y algunos manchones en mis mejillas. Soy un completo desastre comiendo lo que más me gusta: chocolate y pistacho.
—¿Qué haces aquí? —intenté preguntar con calma, limpiándome rápidamente mi propio desastre, aunque mi tono traicionó mi sorpresa y nerviosismo.
—Te estaba buscando —respondió él, acercándose despacio, sin apartar la mirada de mí—. La fiesta no era lo mismo sin ti.
Mientras avanzaba, yo me sentía cada vez más pequeña, ahí sentada sobre el mesón con el uniforme ancho y los labios manchados de chocolate. Sin embargo, había algo en su expresión que me hacía sentir que no me veía solo como una chef excéntrica en mitad de la noche. Había en sus ojos una intensidad que me hacía difícil respirar.
Él extendió el ramo de rosas hacia mí, y sin pensarlo, lo tomé. Las flores eran perfectas, con un color rojo profundo, y desprendían un aroma embriagador.
—¿Rosas? ¿Para mí? —pregunté, sin saber bien qué pensar.
—Quería felicitar a la chef más talentosa que conozco. Y también quería disculparme una vez más... —Su voz bajó un poco, y noté una vulnerabilidad que rara vez mostraba—. Sé que a veces no soy el más fácil de tratar.
Me encontré a mí misma sonriendo suavemente, sin poder contenerme. Él, Alessandro, el hombre que siempre parecía en control, estaba allí, con rosas y una mirada que me hacía querer olvidarlo todo y simplemente... ser.
—Bueno, supongo que estoy dispuesta a aceptarlas —dije, alzando las rosas para olerlas. El aroma se mezcló con el del chocolate, creando una combinación embriagadora.
De repente, Alessandro se subió al mesón, colocándose frente a mí, y se inclinó un poco hacia adelante, acercándose tanto que pude sentir el calor de su cuerpo y el peso de su mirada en mis labios manchados de chocolate.
—¿Sabes? —murmuró, con una media sonrisa que hizo que mi estómago diera un vuelco—. Parece que tienes un poco de chocolate aquí.
Su dedo rozó mi labio, y mi respiración se detuvo. Antes de que pudiera reaccionar, él se acercó más, inclinándose para probar el chocolate que quedaba en mis labios. Fue un roce suave con su lengua, apenas un susurro de contacto, pero fue suficiente para encender mi cuerpo necesitado de él.
Me quedé mirándolo, atónita, mientras él se retiraba apenas un poco, sus ojos fijos en los míos.
—¿Por qué huyes siempre, leoncita? —preguntó en un susurro—. Podríamos hacer mucho más juntos de lo que imaginas.
Y para terminar de desarmarme:
—Te extraño.
Hizo una pausa, como pensando bien lo que iba a decir:
—Extraño tu mirada, tus ocurrencias, tus labios... tu cuerpo.
Me estremecí al escucharlo, sintiendo cómo mi corazón quería derretirse. ¿Acaso podría decirle mi miedo a esto que pasaba entre ambos?...
Doble actualización. Gracias por leer.
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Amor a la Juliana
RomanceCuando Juliana Ferrer, una chef con un talento nato y una lengua afilada, entra a trabajar en el prestigioso restaurante de Alessandro Fieri, el chef italiano conocido por su carácter indomable y una sonrisa que derrite corazones, jamás imagina la r...