LA FACTURA DE JULIANA

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Juliana
El calor aún quemaba en mis labios, pero la furia que sentía en mi pecho lo opacaba todo. Salí de la cocina como un huracán, dejando a Alessandro y su gran declaración atrás. ¿Relación? ¿Relación de qué, Alessandro? ¿De jefe y empleada, o de su entretenimiento personal? Porque en eso me está convirtiendo.

Caminé hasta la despensa, el único lugar donde sabía que podría respirar tranquila por al menos un minuto sin que nadie me interrumpiera. Me recargué contra una pared, apretando los puños y dejando salir un suspiro tan profundo que sentí que vacié mis pulmones.

—¡Qué descaro el suyo! —murmuré para mí misma, pateando una caja de harina que no tenía la culpa de mi frustración. El día que me regañó por lo de Laura, me dijo en claro que no debía confundir lo personal con lo laboral haciéndome entender que no soy profesional y luego hace este numerito de celos.

No podía quedarme ahí toda la tarde. Alessandro tenía que enfrentarse a mi furia, y créanme, iba a pagar cada centavo de esta factura. Cuando volví a la cocina, la atmósfera estaba cargada. Las miradas de todos estaban sobre mí, cuchicheos que paraban en cuanto pasaba. ¿Qué pensaban? ¿Que ahora yo era la novia oficial del jefe? Ja. ¡Por favor!

Alessandro estaba en su oficina. Lo sabía porque, bueno, había un aura negra saliendo de la puerta. Toqué con fuerza, porque si algo soy, es educada... al menos al principio.

—¡Pasa! —gruñó desde adentro.

Abrí la puerta sin prisa, porque si él estaba esperando una Juliana sumisa y arrepentida, hoy no era ese día.

—¿Qué demonios fue eso allá afuera? —disparé, cruzándome de brazos y levantando la barbilla en señal de desafío.

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Alessandro

El sonido de sus pasos al entrar en mi oficina fue como un tambor en mi cabeza. Me giré hacia ella, tratando de mantener la calma, pero el huracán Juliana ya había llegado, y sabía que no saldría ileso.

—¿De qué hablas? —pregunté, fingiendo ignorancia. Error.

Su mirada era fuego puro, y en ese momento entendí que estaba a punto de ser consumido.

—¡De lo que hiciste! ¡Besarme frente a todo el equipo y luego decir que tenemos una relación! —exclamó, moviendo las manos con una pasión que, a pesar de mi frustración, me tenía hipnotizado.

—Solo dije la verdad —respondí, sabiendo que eso solo echaría más leña al fuego.

Su mandíbula se tensó, y me di cuenta de que había subestimado su enojo y mierda que se veía hermosa así toda enojada, me estaba conteniendo para no saltarle encima y arrancarle toda la maldita ropa para luego hacerla mía en este escritorio. ¡Joder concéntrate Alessandro, están a punto de volarte la cabeza y tu pensando en follar!.

—¡No puedes tomar esas decisiones por mí! ¡No tienes derecho! —dijo, dando un paso hacia mí. Su energía chocaba contra la mía como una ola, y por un segundo, pensé en retroceder. Pero no lo hice.

—Lo hice porque estoy harto de que me ignores —espeté, acercándome también. Mi voz estaba cargada de desesperación—. Me estás matando con tu indiferencia, ¿no ves lo desesperado que estoy por ti, Juliana?

Ella se quedó en silencio por un momento, y pensé que tal vez había logrado llegar a ella. Pero luego...

—¿Así que ahora tus sentimientos justifican humillarme frente a todos? —preguntó, sarcástica.

No supe qué responder. Solo sabía que odiaba ese tono, odiaba que ella tuviera razón y odiaba aún más que no pudiera hacer nada al respecto.

—No fue mi intención humillarte —respondí, mi voz más baja esta vez.

—Pues lo hiciste. —Sus palabras eran cuchillos, afilados y certeros—. Y déjame decirte algo, Alessandro. Yo no soy una de tus conquistas. No soy alguien a quien puedas besar cuando se te antoje y luego esperar que olvide cómo hace días atrás me llamaste corriente, vulgar, sin dejarme hablar, fuiste injusto conmigo, solo para mantener tu posición de hombre autoritario. A Laura la escuchaste con todo y su drama y a mí que me muerda un perro.

Corriente. Vulgar. Esas palabras volvieron a mí como fantasmas, recordándome lo idiota que había sido.

—¿Qué pretendes? ¿Que ande como si nada, siendo una niña buena que obedece, solo porque hoy te dio una puntada de trasero al declarar que tenemos una relación?. Ahora, para ti, sí es una relación, ese día dijiste que no confundiera las cosas por tener "algo" conmigo. No me enteré sino hasta hoy que ya le habías colocado nombre a lo que ambos teníamos.

Solté un suspiro, pasándome una mano por el cabello.

—No es eso lo que quiero.

—¿Ah, no? ¿Entonces qué es lo que quieres, Alessandro? —preguntó, su tono cargado de ironía.

No pude contenerlo más.

—¡Te quiero a ti! —exploté, la confesión saliendo de mi boca como un grito desesperado.

El silencio que siguió fue insoportable. Sus ojos se abrieron de par en par, y por primera vez, no supe qué más decir.

—Pero no así, ¿verdad? —susurró, y su voz suave fue más letal que cualquier grito.

—Tienes razón —admití, bajando la mirada, porque no podía soportar la forma en que me estaba mirando—. Pero no sé cómo manejar esto, Juliana. Lo que siento por ti...

Ella dio un paso hacia mí, y por un segundo, pensé que había una oportunidad de arreglarlo. Pero sus palabras me golpearon como un martillo.

—Pues descúbrelo, Alessandro. Porque yo no voy a quedarme aquí mientras tú un día me haces tuya en tu cama y al otro me tratas como si yo no fuera nada.

Se dio la vuelta y salió, dejando tras de sí un vacío que me aplastó el pecho. Me dejé caer en mi silla, sintiendo cómo mi mundo se desmoronaba un poco más.

¿Qué demonios estoy haciendo?

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