UN VIAJE INESPERADO

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Cuando Alessandro apareció con la idea de viajar juntos a Italia por temas de trabajo, mi primer pensamiento fue: ni en un millón de años. Pero mi negativa no pareció sorprenderle. En cambio, con una sonrisa arrogante, sacó mi contrato de trabajo y me leyó la cláusula que decía, y cito: "El empleado está sujeto a desplazamientos o viajes necesarios por necesidades laborales".

—¿En serio estás usándome el contrato? —pregunté incrédula, cruzando los brazos con fuerza.

—No es personal, leoncita, son temas laborales. —Ese apodo, dicho con tanta calma y descaro, casi me hizo rodar los ojos.

—A otro perro con ese hueso, Alessandro. Pero bien, iré. Por el contrato.

Su sonrisa fue la de alguien que acababa de ganar una batalla, y eso solo logró irritarme aún más. ¿Cómo lograba siempre salirse con la suya?

...

El vuelo fue una tortura. Alessandro, sentado junto a mí, estaba increíblemente relajado, como si este viaje no fuera más que un paseo casual. Mientras tanto, yo no podía evitar sentir la tensión en cada fibra de mi cuerpo.

Todo iba dentro de lo soportable hasta que apareció ella: una azafata rubia, con una sonrisa perfecta y una voz melosa que no dejaba de coquetear descaradamente con Alessandro.

—¿Algo más que pueda ofrecerle, señor? —preguntó, inclinándose un poco más de lo necesario mientras le servía su bebida.

—No, muchas gracias. —Su tono era cortés, pero con esa calma característica que tanto me sacaba de quicio.

Mientras ella se alejaba, Alessandro me lanzó una mirada de reojo. Sus labios apenas se curvaron en una sonrisa contenida, pero fue suficiente para hacerme hervir la sangre. ¡Lo estaba disfrutando!

—¿Estás bien, Juliana? —preguntó con fingida preocupación.

—Perfectamente, chef. —Mi tono era cortante, como el filo de un cuchillo, pero él no se inmutó. De hecho, parecía más entretenido.

Llegamos al hotel tarde en la noche, agotados después de un día interminable. Todo lo que quería era una cama y un poco de paz, pero, como siempre, el universo tenía otros planes. La recepcionista, con una expresión apenada, soltó la bomba:

—Solo queda una habitación disponible... con una cama.

—¿Una sola? —pregunté alarmada, mi voz subiendo más de lo que me habría gustado.

—Es lo que tenemos, señorita.

Miré a Alessandro con los ojos abiertos como platos, buscando algún tipo de apoyo. Pero él, en su calma exasperante, respondió con un simple:

—Está bien, tomaremos la habitación.

—¡¿Qué?! —exclamé, olvidándome por completo de la profesionalidad—. ¡Ni loca comparto una habitación contigo, Alessandro!

Él me dirigió una mirada cargada de paciencia, como si estuviera lidiando con una niña berrinchuda en lugar de una mujer adulta.

—Juliana, es tarde. No hay otras opciones.

—Claro que las hay. Buscaré otro hotel.

—Adelante. —Alzó una ceja, desafiándome—. Pero me temo que eso significará no cumplir con las cláusulas del contrato.

—¿Me estás amenazando con el contrato otra vez? —sentí que la ira subía por mi pecho como un incendio—. ¡Esto es ridículo, Alessandro!

—Ridículo sería perder horas buscando un hotel cuando tenemos que estar frescos para mañana. —Su tono no dejaba lugar a discusión.

Amor a la Juliana Donde viven las historias. Descúbrelo ahora