Eran las 4:50 a. m. cuando llegué al restaurante Bonne Appétit. No miento cuando digo que soy puntual. Hoy es miércoles, y no hay nada más emocionante para mí que trabajar en la cocina. Es mi pasión, a decir verdad. Mis padres también amaban la cocina. De hecho, mi papá estudió para ser chef. Mamá me dijo que era uno de los mejores de su clase, pero lamentablemente no pudo terminar porque, con mi llegada, tuvo que ponerse a trabajar para mantenernos. Su sueño quedó inconcluso.
Al abrir la puerta, noté que el lugar aún estaba vacío. Me pregunté quién me daría las instrucciones de mi área de trabajo o si habría algún pedido especial en repostería hoy.
Una luz encendida al final del pasillo llamó mi atención, así que caminé hacia allá. Al llegar, lo vi. Alessandro estaba concentrado en unos papeles que sostenía en las manos. Cuando se percató de mi presencia, levantó la vista y, como siempre, frunció el ceño. Su típica cara de "culito apretado". Luego miró su reloj, como si quisiera asegurarse de que había llegado a tiempo.
—Llegaste unos minutitos antes —comentó en un tono seco, casi molesto.
—Sí, es que me caí de la cama —respondí, forzando una sonrisa.
Ni un músculo de su rostro se movió. Su cara parecía tallada en piedra. Me pregunté si se tomaba un batido de cemento todas las mañanas.
—Vamos, no hay tiempo que perder. Te enseñaré tu área de trabajo y los pedidos para el día —dijo, dando por terminada la conversación.
Lo seguí en silencio, y llegamos a otra cocina que no me había mostrado antes. Era más pequeña y cálida, mucho más acogedora. Me encantó. Este lugar parecía un refugio, un espacio donde podía trabajar en paz y crear sin interrupciones.
—Aquí será mayormente tu área de trabajo. Cuando no haya pedidos especiales o el flujo de trabajo sea bajo, irás a la cocina principal con los demás chefs —indicó.
Asentí mientras observaba cada detalle. Él me mostró dónde estaba todo y luego me entregó una tablet con un lápiz digital.
—Puedes ponerle clave. No tengo problema con eso. Ahora debo advertirte algo: no me gusta que hablen durante su horario laboral. Y te lo digo porque pareces muy conversadora. Si descuidas tu trabajo por andar de aquí para allá charlando, tendrás una sanción. Recuerda: tres sanciones y estás fuera.
¡Pero qué agresividad! Yo, toda tranquila, y este hombre ya me tiene tachada de irresponsable.
—No se preocupe, chef. Me tomo muy en serio mi trabajo —respondí, intentando sonar profesional.
Él asintió, pero su gesto parecía decir "cállate". Claramente, le daba fastidio.
Fui al cuarto de cambio, donde encontré un armario lleno de uniformes nuevos. Elegí uno que me quedaba algo holgado. No quiero marcar curvas ni llamar la atención. No me siento cómoda mostrándome mucho; aprendí esa lección de la peor manera. Me recogí el cabello, me coloqué el gorro y ajusté la bufanda amarilla. Lista para empezar.
Cuando salí, ahí estaba él, esperándome. Me miró de arriba a abajo con esa expresión que parecía decir: "Eres un moco con patas".
—Estoy lista para comenzar —dije, animada.
—Parece que estás lista, pero para dormir en una cueva e hibernar. Hay tallas más pequeñas. Solo tienes que revisar —respondió, sin filtros.
—Así estoy bien.
—Bien corriente —espetó—. Debes saber que habrá momentos en los que tendrás que salir a hablar con los comensales. Es importante que tengas una imagen prolija. No tengo problemas con que te guste andar como carpa de circo, pero aquí necesito presencia.
Respiré profundo para no saltarle encima.
—Presencia tengo, y no se preocupe. Me arreglaré para esa alfombra roja cuando sea necesario.
Negó con la cabeza y respiró como buscando paciencia.
—A las seis en punto debes salir para que te presente al equipo. Hasta entonces, ponte a trabajar.
Me puse manos a la obra. Ya saben, "demuestra productividad" y zas, te llenan de trabajo. Preparé todo lo necesario: masas, merengues, bases... Todo quedó listo para simplemente armar y crear magia.
A las 5:55 a. m., salí de la cocina. Alessandro ya estaba esperándome con su eterno ceño fruncido. En serio, ¿cómo no se ve viejo con esa cara?
—Les presento a la nueva chef, Juliana Ferrer —anunció cuando llamó al equipo—. Les pido que colaboren con ella en lo que necesite y que no le hablen más de lo necesario. Eso es todo.
¡Qué cálida bienvenida! Era justo lo que esperaba de este limón con patas. Todos me miraron con curiosidad, y algunas mujeres me observaron con recelo. ¿Qué les pasa? Siempre es lo mismo, aunque ahora ni siquiera me arreglo. En fin, la hipotenusa.
Volví a mi área, concentrada en mi trabajo. De pronto, una mujer apareció. Su uniforme le quedaba como un guante; su figura era elegante y refinada.
—Bienvenida. Espero que puedas seguir el ritmo aquí. No es una cocina para cualquiera. Soy Laura Morón, la mano derecha de Alessandro —dijo con una sonrisa que era todo menos amistosa.
Su tono estaba cargado de desafío. Me limité a sonreír educadamente. No iba a entrar en su juego, aunque sentía claramente sus intenciones.
"Así que aquí también tendré problemas," pensé, suspireando. Pero no tenía idea de lo que me esperaba después.
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.Está Laura nos va a provocar unos pedillos entre Alessandro y Juliana va a estar buena la trama 🙃...
Me encuentran en TikTok como Luna_literaria y en Instagram como @Lunaliteraria2024 hay Spoilers y fotos de cómo mi mente recrea a estos personajes.
Gracias por leerme ❤️🔥
ESTÁS LEYENDO
Amor a la Juliana
RomansCuando Juliana Ferrer, una chef con un talento nato y una lengua afilada, entra a trabajar en el prestigioso restaurante de Alessandro Fieri, el chef italiano conocido por su carácter indomable y una sonrisa que derrite corazones, jamás imagina la r...