Juliana
Desde la última vez que vi a Alessandro en la oficina. Pasaron días en los que había intentado mantenerme firme, fingir que todo estaba bien, que sus palabras no me habían herido, pero la verdad era otra. Cada vez que me miraba con esos ojos de miel, con esa mezcla de arrepentimiento y desesperación, sentía mi resolución tambalearse. Pero no podía permitírmelo. No podía darle el poder de entrar de nuevo, no después de lo que hizo.
Esta noche, como tantas otras en las que la vida parecía aplastarme, me refugié en el único lugar donde podía ser completamente yo: el estudio de baile. Era mi secreto y mi santuario, el único lugar donde las emociones que reprimía podían fluir libres. Desde niña, mi madre me había enseñado a usar el baile como una vía de escape. Cada paso, cada giro, era una manera de procesar las emociones que no podía expresar en palabras. Y esta noche, más que nunca, necesitaba liberar lo que llevaba dentro. Aunque mi mundo era cocinar, el baile era esa forma de no pensar en nada más, algo muy mío, muy íntimo.
La música comenzó a sonar, un ritmo lento y sensual que llenó el aire. Cerré los ojos y dejé que mi cuerpo se moviera al compás. Cada movimiento de mis caderas, cada giro, era una manera de soltar la tensión acumulada. Imaginaba que con cada paso, dejaba atrás el dolor, la humillación, y sobre todo, a Alessandro.
Pero no sabía que él estaba allí.
El sonido de la puerta al abrirse me sacó de mi trance. Me giré rápidamente y ahí estaba él, parado con esa presencia imponente, esos ojos que parecían devorarme. Por un segundo, sentí una punzada de vulnerabilidad, pero no estaba dispuesta a dejar que la viera.
Respiré hondo y decidí continuar bailando. Si quería verme, entonces lo haría bajo mis términos. Mis movimientos se volvieron más deliberados, más provocadores. Quería que supiera lo que estaba perdiendo, quería que sintiera cada paso como una daga en su control.
Me acerqué lentamente, moviendo mis caderas al ritmo de la música, dejando que mis manos rozaran su pecho cuando estuve lo suficientemente cerca. Podía sentir su respiración acelerarse, podía ver el deseo en sus ojos. Sabía que estaba jugando con fuego, pero en ese momento no me importó.
—¿Te gusta lo que ves, chef? —pregunté, dejando que mi voz sonara como un susurro cargado de desafío.
_______________________________Alessandro
Desde el momento en que la vi salir del restaurante esa noche, supe que algo había cambiado. Había una distancia en su mirada, un muro que no podía atravesar. Y eso me estaba destrozando. Por eso, cuando la vi dirigirse al autobús esta noche, no lo pensé dos veces antes de seguirla.
No sabía qué esperaba encontrar, pero cuando vi el pequeño estudio de baile, algo en mi pecho se apretó. Y cuando la vi bailar... Dios. Era como si el mundo se hubiera detenido.
No era solo su cuerpo moviéndose al ritmo de la música, era la manera en que parecía liberar todo lo que llevaba dentro. Su sensualidad, su fuerza, todo en ella me dejaba sin aliento. No podía apartar los ojos, pero al mismo tiempo, cada movimiento suyo me quemaba. Era un recordatorio de lo que había perdido, de lo que había destruido con mi estupidez.
Abrí la puerta sin pensar, necesitando estar más cerca. Ella se giró hacia mí, y su mirada me dejó clavado en el lugar. No estaba sorprendida. No estaba nerviosa. No, ella sabía exactamente lo que hacía. Y estaba decidida a usarlo en mi contra.
Mientras seguía bailando, sus movimientos se volvieron más provocativos, más desafiantes. Cada giro de sus caderas, cada mirada que me lanzaba era un golpe directo a mi control. Podía sentir cómo mi cuerpo respondía a ella, cómo la necesidad y el deseo me devoraban.
Cuando se acercó y rozó mi pecho con sus manos, supe que estaba perdido.
—¿Te gusta lo que ves, chef? —susurró, con una sonrisa que me retaba.
Quise responder, quise gritar que estaba perdiendo la cabeza por ella. Pero mi voz se quedó atrapada en mi garganta.
Llevé una mano a su cintura, incapaz de resistirme. Su cuerpo estaba tan cerca del mío que podía sentir el calor de su piel.
—Juliana, para —gruñí, mi voz cargada de desesperación.
—¿Por qué debería? —respondió, su sonrisa aún en sus labios.
Ese fue el punto de quiebre. Antes de que pudiera detenerme, la besé. Fue un beso desesperado, lleno de todo lo que no podía expresar con palabras. Ella intentó resistirse, pero luego me correspondió, y en ese momento, nada más importó.
Cuando nos separamos, mi frente descansó contra la suya. Mi respiración estaba entrecortada, y mi corazón latía con una fuerza que nunca antes había sentido.
—Juliana... por favor. Voy a luchar por ti, por tu perdón. Haré lo que sea necesario, pero no puedo perderte.
Ella me miró, sus ojos llenos de emociones que no podía descifrar. Finalmente, se apartó, dejándome allí, con mi promesa resonando en el aire.
Sabía que este era solo el comienzo. Tendría que demostrarle que no eran solo palabras. Tendría que luchar por ella, porque Juliana no era solo una mujer en mi vida. Era la mujer que me estaba enseñando a vivir.
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Amor a la Juliana
RomanceCuando Juliana Ferrer, una chef con un talento nato y una lengua afilada, entra a trabajar en el prestigioso restaurante de Alessandro Fieri, el chef italiano conocido por su carácter indomable y una sonrisa que derrite corazones, jamás imagina la r...