Capitulo 20 El Funeral II

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La camioneta avanzaba lentamente por un camino de tierra que parecía infinito. El cielo, cubierto de nubes grises, derramaba una lluvia ligera que oscurecía el horizonte. Dentro del vehículo, el silencio era abrumador. Naomi, con la mirada perdida en el paisaje, no había pronunciado una palabra desde que dejaron la mansión. Su mente estaba atrapada en un torbellino de pensamientos. Las imágenes del cuadro renacentista, el tacto helado de Ángel, y la sensación opresiva de la mansión la atormentaban.

Ángel, sentado a su lado, lanzaba miradas fugaces hacia ella, pero no encontraba el valor para interrumpir su aparente trance. Sus manos, firmemente aferradas al volante, reflejaban su propia tensión. La lluvia golpeaba el parabrisas, llenando el silencio con un ritmo monótono. Finalmente, rompió el silencio:

—¿Estás bien, Naomi? —preguntó en un tono suave, casi susurrante.

Naomi apenas giró la cabeza hacia él. —Sí... —respondió con una voz seca, carente de convicción.

No insistió. Sabía que algo en ella había cambiado desde que dejó de ser solo su novia humana y comenzó a convertirse en una testigo silenciosa de un mundo que no comprendía.

Delante de ellos, una van avanzaba con el resto del grupo. Sergei iba al volante, liderando el camino y asegurándose de que Ángel pudiera seguirles desde la camioneta negra. En el interior de la van, Sergei discutía con los mayordomos sobre los preparativos finales del funeral, mientras los amigos vampiros de Ángel intentaban aligerar el ambiente con bromas y comentarios. Sin embargo, incluso ellos sentían el peso de lo que estaba por venir.

Cuando la camioneta llegó al destino, Naomi sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. Ante ellos se erguía una catedral imponente, un coloso de piedra oscura que parecía desafiar al cielo mismo. Su diseño gótico, con agujas que perforaban las nubes, recordaba a una fortaleza olvidada por el tiempo. La humedad del ambiente y el lodo del camino hacían que el lugar se sintiera aún más apartado de la realidad.

Ángel salió primero, rodeando la camioneta para abrir la puerta de Naomi. Un viento helado la golpeó de inmediato, haciéndola estremecerse. Ella dudó antes de bajar, pero finalmente tomó la mano fría de Ángel y salió al mundo que sentía cada vez más ajeno.

—¿Estás bien? —volvió a preguntar Ángel, con preocupación evidente en su mirada.

Naomi asintió, aunque su respiración delataba su inquietud. A medida que se acercaban a la entrada de la catedral, Sergei los esperaba junto a la puerta, con su impecable porte de mayordomo. Las puertas eran tan altas que cualquiera que las mirara se sentiría diminuto. Con un movimiento fluido, Sergei las abrió, revelando el interior iluminado por velas, donde ya se habían reunido aliados humanos y vampiros.

Los murmullos comenzaron de inmediato. Las miradas se dirigieron hacia Ángel y, especialmente, hacia Naomi. La semejanza de Naomi con la madre de Ángel era innegable, y la presencia de una humana entre ellos era tan desconcertante como intrigante. Naomi lo notó; sintió cada mirada como una punzada en su piel. Sin embargo, permaneció cerca de Ángel, como si su cercanía pudiera protegerla.

—Sí, todos tienen los ojos así... —pensó Naomi, observando los tonos rojizos que brillaban en los ojos de los presentes. Pero algo más llamó su atención: entre los asistentes, había uno con ojos amarillos, casi dorados. Su mirada se cruzó con la de Oskar, quien no estaba transformado, sino en su apariencia humana. Ese pequeño detalle la inquietó más de lo que quiso admitir.

Amelia se acercó nuevamente, con un aire de solemnidad. —Es hora de que des un discurso —le dijo, señalando un trono elevado al final de la catedral.

Ángel frunció el ceño, claramente sorprendido. —¿Un discurso? ¿Qué se supone que diga? —preguntó, evidenciando su inexperiencia en este tipo de momentos.

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⏰ Última actualización: Dec 05 ⏰

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