La mano de Dumbledore era rugosa y se sentía como una corteza al tacto. Curiosamente, la mano todavía se movía sin restricciones. La escara que una vez habían sido sus dedos aún podía moverse, aún podía agitar la varita y garabatear trémulamente una firma. Sin embargo, que se sentía dormida y podría asegurar que le dolía esporádica e impredeciblemente como un dolor profundo y punzante que no podía ser reproducido por ningún movimiento que Dumbledore intentara. Todo esto significaba que no se estaba acostumbrando -incluso ahora varias semanas después- el frasco de tinta que se cayó de su mano.
—No puede ser— se quejó sintiendose un poco frustrado. Quizá era aceptable porque era verano y se podía permitir quedarse, maldecir y usar alguna palabrota cuando los estudiantes no estaban presentes. Fawkes chirrió preocupado.
—No era mi intención que eso sucediera— le dijo levantando la mirada hacia su ave y comenzó a limpiar con un pañuelo las pequeñas gotas que se repartieron sobre unos papeles sin importancia en su escritorio. Su túnica de estrellas brillaba a la luz de las velas.
—Esa mano no está mejorando.— comentó el retrato de Dippet.
Dumbledore continuaba en su labor hasta que acabó y desvaneció el pañuelo borrando todo rastro. —Sí, supongo que no —respondió poniéndose de pie y caminó hacia Fawkes que lo animaba y daba algunas vueltas alrededor de la oficina. Vaciar el escritorio en los lados que usaba con mayor frecuencia podía ser una tarea más desafiante de lo que podría suponerse, aún así, para Albus había una seriedad en hacerlo de forma manual y sin magia, obligando a sus dedos a trabajar como pretendía. Fawkes aterrizó en el escritorio mientras el se levantó del asiento y se posó cerca de él.
Su oficina era grandiosa y nunca silenciosa. El tic-tac del reloj, los ronquidos de los viejos directores y directoras le daban una vivacidad constante. La pieza central, que dominaba la parte de la torre era su gran escritorio y su silla. Con filigranas y calados, era tan ancho como alto era Hagrid, lo que hacía que sus patas talladas en forma de garra de hipogriffo parecieran rechonchas y de tamaño insuficiente donde se clavaban en la alfombra. Su grandiosidad significaba que había resultado bastante poco práctico durante todos los años que había tenido que soportarlo, ya que la mayor parte del espacio de su escritorio se dedicaba a la ornamentación en lugar de a una superficie útil para trabajar. Lo mismo se aplicaba a su excesivo número de cajones. Dumbledore supuso que el diseñador esperaba que un director de Hogwarts abriera todos los cajones – o que, tal vez, los profesores pudieran progresar hasta desarrollar un brazo de cuatro pies a lo largo de su carrera como una cuestión de orgullo profesional – pero, en la práctica, siempre guardaba todo lo útil en los dos cajones situados a su derecha, que eran bastante anchos.
Con su escritorio vacío sobre sí mismo, Dumbledore descubrió que el cajón correspondiente a su lado izquierdo no se abría, siquiera ejerciendo fuerza sobre él.
—Oh, sí, eso quedó atrapado en mi época, en realidad—dijo la voz de Dippet—¿Lo abrí alguna vez?— El retrato de Dippet se rascaba la barbilla bajo su gran barba plateada. —No, ya sabes, creo que nunca lo hice.
Un coro disperso de exclamaciones y aclamaciones avanzó a lo largo de la fila, y sus diversos predecesores declararon que ellos tampoco habían logrado abrir ese cajón, hasta que llegaron a Phineas Nigellus.
—Sí, yo lo hice al poco tiempo antes de haber sido expulsado injustamente de la escuela— explicó Phineas.
—¿Con qué fin, Phineas?— preguntó Dumbledore.
—No estoy muy seguro. —respondió Phineas—Según todos los informes, mi contraparte tuvo que salir del escenario a toda prisa, y nunca pude decirme qué escondí allí o cómo abrirlo, y no eres el primero en preguntar.
—Muy bien— Dumbledore tomó la Varita de Saúco. En su mano, descansaba como aire, flotando sobre las corrientes de su temblor, casi perfectamente estable.—Alohomora Maxima— encantaba en silencio. Un destello plateado golpeó el cajón, iluminándolo por medio momento. Era una botella de Whisky de fuego añejo. La extrajo de allí y la tomó firmemente del mango inspeccionándola por un momento más y luego la destapó.
— Qué rompecabezas tan intrigante. —dijo Albus. En medio de eso los demás directores reirán, otros murmuraba quien tenía la costumbre de beber en la oficina, pero nadie quiso reconocerlo.
—Parece que alguien la olvidó aquí y no pudo terminarla — sonrió tras oler y verificar que aún le quedaba poco más de la mitad. — Quizá sea un buen momento de disfrutarla, aunque nunca he sido de beber. ¡Salud por ustedes y por Hogwarts! — alzó la botella y luego con una sonrisa atrajo la copa que tenía allí regularmente en el escritorio para beber zumo y se sirvió.
Ese sería su último año en esa oficina, en el castillo y afrontaba la muerte como una vieja amiga.
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Los Secretos de Dumbledore
Fiction généraleTodos los escritos son de mi propiedad. No copie o se inspire en ellos.