Albus Dumbledore ingresó a su oficina, la cual olía a hollín y a ruinas humeantes después de su salida. Traía la túnica chamuscada en los dobladillos y la barba chamuscada debajo de la barbilla, los labios en carne viva y la garganta completamente seca. Cerró la puerta y, al girarse, vio su retrato una vez más. Se sentó allí, con los ojos brillantes y sonriendo, asintiendo con la cabeza en dirección a Dumbledore.
Entonces agitó su varita que colgaba de su mano y el retrato saltó de la pared, de cara a la esquina con un estruendo.
Miró hacia su escritorio. Llena de todos los detritos de una vida desesperada por mantener algún tipo de orden y sentimiento de pertenencia mientras que plumas, papeles y baratijas inútiles, empobrecedoramente caras, se catapultaban a la pared.
— ¡Por Merlín! ¡manténganse firmes! —grito uno de los retratos, pero no demasiado fuerte, cuando Dumbledore volvió los ojos hacia ellos. Caminó hasta su escritorio y allí bajó su cabeza sobre sus hombros y tosió secamente.
— Amelia muerta y docenas de personas más lo están debido a mi arrogancia — se decía así mismo con remordimiento de cargar con varias muertes sin poder hacer más. A sus pies había un frasco sin usar del antídoto de la noche anterior. Extendió la mano con especial lentitud, observando cómo su temblor aumentaba mientras estiraba el brazo al tocar el frasco en el suelo.
Su hechizo era demasiado lento e impreciso esa noche a pesar de que su magia podia ser potente, ya no tenia la misma destreza. A pesar de todos sus esfuerzos, Voldemort había podido pasar junto a él: Amelia estaba muerta antes de que él supiera que Voldemort había llegado.
El Ministerio les diría a los muggles que lo que había ocurrido era producto de un huracán, efecto del cambio climático que los había privado a todos de sus seres queridos y de sus vecinos. Luego esperarían a que Voldemort atacara de nuevo.
Era verano e incluso a esa hora temprana, el sol había salido bien, de modo que a pesar de las nubes grises podía ver el lago, los terrenos y el bosque curvándose a lo lejos. Fawkes también había regresado y podía verlo. Presumiblemente estaba dando vueltas alrededor de la Torre y realizando grandes circuitos sobre el lago. Era su propia manera de lidiar con los problemas de los magos en los que se sentía arrastrado imperdonablemente. No podía oírlo, pero Fawkes estaría cantando, esa canción excepcionalmente sombría pero ligera del Fénix. Sólo pensar en ello era nostálgico para su pobre compañero.
Dumbledore miró su oficina en ruinas por la madrugada y trató de tomar su propia varita, pero había poca motivación y dejó el piso de su oficina tal como estaba mientras se sentaba.
Sybill Trelawney llegaría pronto a su oficina.
—¡Adelante, Sybill!— la llamó cuando sintió que alguien llamaba a la puerta. La bruja abrió un poco la puerta y asomó la cabeza; sus grandes anteojos magnificaban sus ojos mientras miraba a su alrededor y su habitual diadema de brocado no lograba domar su tupido cabello.
—¿He llegado en mal momento, profesor?— preguntó.
— Para nada, para nada. — contestó Dumbledore invitandola a sentarse. Aun el asiento de visitas estaba en perfecto estado. — ¿Qué predicción te ha sacado hoy de tu torre? —preguntó Dumbledore. Ella cruzó corriendo la oficina, evitando los papeles esparcidos por el suelo, para sentarse frente a él.
— Un cielo rojo esta mañana, bajo un espeso manto de nubes. Esta noche ha habido muerte. ¡Montones! — Ella lo miró a través de sus anteojos.
— Me temo que tienes toda la razón. Ya soy consciente. Tinworth fue atacado anoche.
— ¿Tinworth, Cornualles? No. ¿Algún estudiante resultó herido? —Preguntó, con las cejas arqueándose furiosamente.
Se sintió cálido, sólo un poco, ante su preocupación. —No, afortunadamente no cuando me fui.
— ¿Usted estuvo ahí? — exclamó sorprendida— Debería haberlo sabido, hay un espectro rojo sobre tu hombro izquierdo y un espectro negro detrás de tu derecho. Sientes que debes involucrarte en esta guerra—.Trelawney miraba alrededor de la silla de Dumbledore, todos los papeles y material de oficina estaban esparcidos sobre la alfombra. — ¿Estás enojado? — preguntó ella.
— ¿Enojado? No tengo tiempo para enojarme, Sybill. Como siempre, te agradezco que me hayas traído tus adivinaciones; hazlo de nuevo si surge algo más importante.
— Solo había una cosa más, profesor. Su adjunto ha decidido que mis clases de quinto año se llevarán a cabo en el primer período los lunes, lo cual es terriblemente confuso para cualquier ojo interno— Él la interrumpió levantando la mano buena.
— Sybill, sabes que espero que no traigas problemas a Minerva. Ella es mi suplente y no puedo interceder por ustedes cuando hay enfrentamientos— dijo.
Entonces se detuvo, se inquietó unos momentos y miró alrededor de la oficina.
— Muy bien entonces, profesor. Mi ojo interior está siempre a tu disposición si necesitas resolver acertijos, o vislumbrar los grandes secretos del pasado o los grandes diseños del futuro.
—Me aseguraré de hablarte de eso, Sybill— Se levantó. Inclinó la cabeza hacia ella. Desde este ángulo, detrás de ella, los rubíes de la espada de Godric Gryffindor captaron la luz y brillaron por un momento dándole una idea. — De hecho, Sybill, hay algunas cosas que deseo encontrar desesperadamente y hasta ahora no he tenido suerte. Creo que pueden estar ocultos para mí, pero no sé quién los tiene, si es una bóveda en Gringotts o alguna choza escondida en una isla en el mar, ¿Crees poder ayudarme? — La llevó a la espada y le explicó los tipos de artefactos que esperaba encontrar y que al menos dos podrían haber pertenecido a Slytherin y Hufflepuff.
— ¿Siete, tal vez? Eso sería una bendición para el ojo interior. Podrían brillar más por ello. Pero, por desgracia, si están escondidos en algún lugar con magia profunda y aburrida como Gringotts, temo que todos mis poderes me fallen. Los duendes son criaturas terrenales y banales y todas sus obras son terriblemente mundanas. —dijo estremeciendose, llevando una mano bajo el chal al pecho, como si recordara un gran golpe.— recuerdo que hace años intenté desesperadamente ayudar al viejo Silvanus a descubrir dónde habían desaparecido sus galeones en ese banco, pero fue en vano, sin embargo nuevamente habló como si hubiera visto algo.— Fue ese viscoso profesor Slughorn y su pequeño grupo de aduladores a quienes recurrió al final. Siempre grosero, descarado y entrometido.
— ¿El profesor Slughorn?— preguntó Dumbledore lentamente ignorando los comentarios despectivos. Aquella idea le hizo pensar que quizá Slughorn tenia que ver con Voldemort. Su abrupta desaparición, su favoritismo. Después de todo, Horace fue un profesor cultivador de estudiantes prometedores durante muchos años y, además, ex Jefe de la Casa Slytherin por aquellos años. Quizá intentó ayudarlo mas de lo permitido con información sin saber lo que causaria gracias a eso — junto a su Slug Club, me imagino.
— ¡Sybill, ya has demostrado tu tremendo valor! Debo encargarte que sigas así. Si se te ocurre algo más, por favor regresa conmigo de inmediato.— Él colocó un largo brazo sobre sus hombros y la condujo suavemente hacia la puerta.
Horace era una pista prometedora. Quizás contener directamente a Voldemort estaba fuera de su alcance en la actualidad, pero, ¿más adelante? Tal vez ya armado con el conocimiento de cualquier cosa que el joven Riddle inevitablemente había extorsionado y engatusado de Slughorn...podría tomar ventaja.
No había tiempo que perder. Tomó su varita, con un rápido hechizo y luego acomodó las cosas nuevamente en su lugar y reparó las cosas dañadas.
Esperaba que el místerio de los Horrocruxes fuera el único misterio sin resolver que encontraría en este último año.
Rápidamente escribió un mensaje tan exuberante y efusivo como pudo, considerando las circunstancias, y silbó a Fawkes, quien apareció en un shock de llamas.
—Se acerca Severus Snape — le avisó el retrato gemelo del que estaba cerca de la puerta.
— Dile que pase — le dijo y se dirigió a Fawkes— Para Horace Slughorn, viejo amigo, donde quiera que esté. — le entregó la pequeña nota en la cual pedía verle personalmente y tomó el sobre en su pico y Albus acarició su cresta suavemente.
—¡Adelante, Severus!— Fawkes desapareció una vez más, una llama cálida bañó la mano arruinada de Dumbledore.
Severus entró. Cojeaba y había escarlata en el hombro de su túnica. Su rostro estaba anémico, con sólo débiles manchas rojas en sus mejillas que separaban su rostro del de un cadáver ceroso.
— ¿Está hecho? — preguntó Dumbledore.
Snape cojeó hasta el escritorio. Arrojó una pequeña llave y un frasco que contenía lo que parecía un cabello fino.
— Es de Nott — dijo, —debo regresar a Spinner's End.
— Gracias, Severus. Sólo el multijugos ahora, cuando puedas.
El profesor de pociones se giró, tan rápido como había entrado, y ya no estaba. Ahora sólo quedaba buscar Horrocruxes en alguna bóveda de Gringotts y localizar a Horace para interrogarlo.

ESTÁS LEYENDO
Los Secretos de Dumbledore
Ficção GeralTodos los escritos son de mi propiedad. No copie o se inspire en ellos.