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El mes que pasó favoreció al oliva. Su nuevo currículum fue aceptado por el mismo grupo de trabajo donde estaba su pareja. Aunque fue algo inesperado, Kardia juró que no había intervenido en la decisión de la empresa.

Aunque no trabajaban en el mismo proyecto como les gustaría, podían verse durante los descansos o incluso irse juntos antes de que sus caminos se separaran en alguna calle.

La primera semana, la rutina no parecía tan mala. Sin embargo, a medida que los días pasaban, eso demostró no ser cierto.

Dégel percibía uno que otro aroma ajeno en su pareja, y aunque no quería dejarse llevar por ideas negativas sobre el Antares, aquello no ayudaba. Sin embargo, nunca intentó iniciar una conversación al respecto. ¿Era su orgullo dominante? Sí.

Siempre era el orgullo.

O, quizá, la inseguridad.

El oliva admitía mentalmente que estaba siendo inseguro. No sabía cómo enfrentar el tema de las feromonas de otro omega en Kardia, y eso lo molestaba. A veces era más cortante con su pareja, tratándolo como si no significara nada.

Otras veces simplemente no llegaba a casa, excusándose con que había surgido algo con sus padres.

Kardia no era estúpido. Desde el primer día en que Dégel empezó a comportarse de manera diferente, lo notó. Pero tampoco quería obligarlo a decirle qué ocurría.

Era la primera relación de ambos. No sabían cómo comportarse ante estos problemas de comunicación. Y aunque ya llevaban cinco años juntos, en tres meses serían seis, no tenían una buena comunicación en los temas más profundos de su relación.

Simplemente no sabían cómo manejarlo.

— Dégel, ¿no vendrás a casa hoy?

Kardia llamaba nuevamente al menor. Aunque no supiera cómo manejar la situación, intentaba al menos tener un breve intercambio de palabras con él.

— Lo siento —respondió Dégel, con aparente indiferencia—. Me quedaré con mi padre, ayudándole con unos informes de su trabajo.

'Vaya excusa. Su padre está de vacaciones.'

Antares sabía que su novio no sabía mentir ni disimular. Había aprendido eso de él en esos cinco años de relación. Le sorprendía que los padres del menor aún no supieran sobre su noviazgo con esa actitud suya.

— Bien. Tienes la llave por si quieres venir.

Antes de obtener respuesta, simplemente colgó. No estaba de humor para seguir con una conversación forzada. Sabía que si él no buscaba a Dégel, el oliva no lo haría.

Eso lo irritaba, pero no quería mostrarle esa parte de él a Dégel. Suficiente fue cuando supo que le habían interpuesto una demanda por lo hecho a Ganimedes.

Dégel no supo ni cómo reaccionar; no esperaba que Kardia realmente fuera a golpear al padre de Camus. Aunque, merecido lo tenía.

Se recostó en la cama, inquieto. Los pensamientos comenzaron a inundar su mente, y ninguno era positivo.

¿Dégel lo había dejado de amar? ¿Era porque no podían tener hijos? ¿Se había fijado en alguien más en el trabajo? ¿Había hecho él algo mal?

— Maldita sea...

Se pasó una mano por el rostro, frustrado.

— Su celo se acerca...

Hizo memoria una vez más, buscando entre sus recuerdos la última vez que Dégel había entrado en celo. Fue hace un mes, lo que significaba que en unos días lo haría.

Y él también. Desde que iniciaron su vida sexual activa, sus temporadas de calor comenzaron a enlazarse, coincidiendo la mayoría de las veces.

Aunque, al ver la situación, ni siquiera se tocarían en esos días. O, más bien, ni siquiera se verían.

.

— Te veo distraído, Dégel.

La voz del aguamarina sacó de sus pensamientos al omega. Miró a Camus y negó suavemente con la cabeza.

— No es nada, Camus —dijo, enfocando su mirada en el ordenador. Hizo una mueca; no entendía nada de lo que había hecho.

— Deja de trabajar, estás en otro mundo.

Sabía que el menor tenía razón, pero no quería admitirlo. Su cabeza estaba en otro lado, y ese lado tenía nombre: Kardia.

Cerró el ordenador y miró a su primo. Lo analizó por unos segundos, olfateando suavemente su entorno. Su mente le envió un pensamiento no deseado, lo que lo hizo suspirar con pesadez.

— Camus, ¿qué harías si Milo llega oliendo a otro omega?

— Hablar con él.

La respuesta del aguamarina fue inmediata, como si fuese un tema recurrente en su relación.

— ¿Por qué?

Los ojos violetas del menor dejaron lo que estaba leyendo y levantaron la mirada hacia Dégel.

— ¿Tienes pareja?

El oliva se quedó en silencio y negó con la cabeza.

— Solo curiosidad. Hueles a Milo.

Camus no le creyó. Dégel no sabía mentir.

— Lo mejor es hablar antes de empezar a suponer cosas —murmuró el menor, volviendo a su libro—. Pensar sin razones solo te dará ideas equivocadas, Dégel.

El mencionado nunca pensó que estaría escuchando consejos del menor. Después de todo, siempre lo había visto como ese niño de tres años que llegó a su vida cuando él tenía nueve.

Pero Camus ya no era un niño, ni un adolescente. Ahora, el aguamarina tenía la misma edad que él cuando conoció a Kardia.

Se dio un momento para pensar, mirando la hora en su teléfono. Tenía tiempo; podía ir con aquel irritante Antares al que amaba con todo su ser.

— Creo... que saldré, Camus.

El omega lo miró nuevamente y le brindó una suave sonrisa, asintiendo.

— Yo le diré al tío Mystoria que saliste. Ten cuidado.

Tras agradecerle a su primo, salió de casa, subió a su carro y comenzó a conducir.

¿El orgullo dominante...?

— Al diablo el orgullo...

. .

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